El género humano está tan dañado que, en el mundo actual requerimos de códigos de conducta para mantener relaciones humanas respetuosas y sólidas y para evitar conflictos entre los interesados.
Para ello, es necesario conocer qué virtudes humanas necesitamos desarrollar para convivir en paz.
¿Qué son los virtudes humanas?
Explica el Catecismo de a Iglesia católica que "Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena" (CEC 1804).
Ahora bien, estas virtudes adquiridas "mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien" (CEC 1810).
Se trata, entonces, no solo de reconocer las virtudes, sino de practicarlas.
La honestidad
Entre estas virtudes encontramos una muy valiosa: la honestidad, que es la cualidad que tiene una persona que no engaña al otro y dice la verdad.
En el diccionario encontramos como sinónimos de honestidad a la honradez, la integridad, la rectitud, la decencia, así como la dignidad, la bondad, el pudor, el recato y varias más.
Como podemos darnos cuenta, se requiere de una serie de atributos para que el hombre o la mujer se comporte de manera correcta con sus semejantes, pues ser deshonesto implica romper con la confianza que los demás depositan en uno.
La honestidad en las relaciones humanas
Cuando el hombre deshonesto falla en la confianza, difícilmente resarcirá el daño. El que engaña se hace de mala fama porque dice una cosa y hace otra. Roba, miente, defrauda, es infiel, y cuando desea que le crean, batalla para conseguirlo. ¿Quién puede confiar dos veces en un estafador?
Por eso es imprescindible que actúe con coherencia con respecto de sus palabras.
Ser honesto en las relaciones humanas se traducirá en fidelidad a Dios. El Catecismo reconoce que "para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral".
Por eso "el don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las virtudes".
Y, finalmente, recomienda que "cada cual debe pedir siempre esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal" (CEC 1811).
Por supuesto, esforzarse con la ayuda de Dios a superar todos los defectos que afean nuestra personalidad, cada día nos hará mejores cristianos.