El Rito Romano de la Iglesia católica celebra la fiesta del Corpus Christi (Cuerpo y Sangre del Señor) cada año después del Domingo de la Santísima Trinidad.
Sin embargo, la Iglesia no siempre celebró esta fiesta, y una gran influencia detrás de ella fue una monja belga del siglo XIII llamada Juliana.
La visión de santa Juliana
Juliana fue profundamente devota de la Sagrada Eucaristía desde una edad temprana y, según la escritora de Aleteia Joanne McPortland, "entró en la vida religiosa a los 13 años, sirviendo en un hospicio para leprosos dirigido por su comunidad".
Fue durante esta época cuando empezó a tener una visión peculiar. El escritor Heinrich Stieglitz narra la visión en su libro El año eclesiástico: Charlas a los niños:
A los dieciséis años, Juliana tuvo una visión extraordinaria mientras rezaba. Vio la luna llena brillando intensamente, pero sobre ella había una mancha oscura, como si se hubiera roto un trozo. Al principio no podía comprender la visión. Cuanto más contemplaba aquella extraña visión, mayor era su asombro.
Al principio pensó que la visión era de origen demoníaco y pidió ayuda a Dios:
"'¿Es una tentación del Maligno?', preguntó angustiada. Rezó con fervor, pero la visión continuó. Entre lágrimas ardientes, la niña pidió a su amado Salvador que le explicara qué significaba aquello".
Faltaba una fiesta
Según el relato, Jesús respondió a la petición de Juliana y le dijo exactamente lo que la visión representaba.
"Finalmente Jesús le dijo: 'La luna representa el año eclesiástico. La mancha oscura dentro de su brillante superficie significa que aún falta una fiesta. Es Mi voluntad que se instituya una gran fiesta en honor de Mi Sagrado Cuerpo. El Jueves Santo es más un día de dolor que de alegría. Ahora ve y anúncialo al mundo'. La humilde monja se arredró ante tal tarea y así se lo dijo a Nuestro Señor: 'Señor -le dijo-, yo solo soy una simple doncella y no soy digna en absoluto. Así que, por favor, encomienda este trabajo a sacerdotes santos y doctos¡".
Al principio Juliana no se lo dijo a nadie, pero con el tiempo confió su visión a algunas personas y luego el relato llegó hasta el mismo Papa.
Aunque Santo Tomás de Aquino acabaría escribiendo hermosos himnos poéticos para esta nueva fiesta, la celebración probablemente no existiría si no fuera por la santidad de Santa Juliana y su apertura a recibir la palabra de Dios.