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Es cierto que la Virgen María fue la Madre de Jesús, concibiéndolo en su seno y llevándolo durante nueve meses. Sin embargo, su maternidad fue mucho más que eso, pues la maternidad es un término que va más allá de lo físico.
Madre de Dios
San Juan Pablo II explica la enseñanza de la Iglesia en Mulieris Dignitatem de que la maternidad de María significaba que no era simplemente la Madre de Jesús, sino también la Madre de Dios:
"Esta verdad, que la fe cristiana ha aceptado desde el principio, fue definida solemnemente en el Concilio de Éfeso (431 d.C.). En oposición a la opinión de Nestorio, quien sostenía que María era solo la madre del hombre Jesús, este Concilio enfatizó el significado esencial de la maternidad de la Virgen María.
En el momento de la Anunciación, al responder con su 'fiat', María concibió a un hombre que era el Hijo de Dios, de una sola sustancia con el Padre. Por eso es verdaderamente la Madre de Dios, porque la maternidad concierne a toda la persona, no solo al cuerpo, ni siquiera solo a la 'naturaleza' humana. De este modo, el nombre Theotókos -Madre de Dios- se convirtió en el nombre propio de la unión con Dios concedida a la Virgen María".
San Juan Pablo II subraya el simple hecho de que "la maternidad concierne a toda la persona", ampliando su definición más allá de lo biológico.
También abre la posibilidad de la "maternidad espiritual" y de cómo María se convirtió en una Madre a la que todos podemos acudir en momentos de necesidad.
Madre de la Iglesia
Esta maternidad espiritual de la Santísima Virgen María expandió su corazón hasta abarcar a toda la Iglesia, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica:
"La Virgen María... es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios y del Redentor... Ella es 'claramente la madre de los miembros de Cristo'... puesto que con su caridad ha participado en el nacimiento de los creyentes en la Iglesia, que son miembros de su cabeza" "María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia".
Además, su maternidad no terminó cuando fue asunta al Cielo, sino que persiste hasta el fin de los tiempos:
"Esta maternidad de María en el orden de la gracia continúa ininterrumpidamente desde el consentimiento que dio lealmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar bajo la cruz, hasta el cumplimiento eterno de todos los elegidos. Llevada al cielo, no abandonó este oficio salvífico, sino que, por su múltiple intercesión, continúa ofreciéndonos los dones de la salvación eterna… . Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia bajo los títulos de Abogada, Auxiliadora, Benefactora y Mediadora".
Podemos aprender de María cómo la maternidad es mucho más que algo biológico y requiere un corazón abierto al amor de Dios para que una madre pueda derramar ese amor sobre sus hijos, aunque esos hijos no hayan salido de su vientre.