El soldado Arturo Hernández, que actualmente tiene 28 años, nació en Playa Vicente, Veracruz, México, y tiene presente que junto a sus armas de cargo como oficial y militar, existe otra arma más poderosa: el santo rosario, que reza en los entrenamientos y caminatas para reunir la fuerza necesaria para cumplir con el duro trabajo de un militar.
Él cuenta: "Los mejores años de mi vida en México fueron antes de que cumpliera siete años de edad. Era una vida muy sencilla. Éramos pobres, la casa era muy pequeña y sin electricidad, y el agua la sacábamos de un pozo con la fuerza de nuestras propias manos. Pero era una vida muy bonita, aunque muy humilde".
Salir adelante de la tragedia
La vida de Arturo y su familia de pronto cambió a causa de una tragedia: su padre falleció en un accidente automovilístico causado por un conductor en estado de ebriedad. "Yo era inseparable de mi papá y la única vez que él fue a hacer un mandado sin mí fue el día en que tuvo el accidente".
Tras quedar viuda, la madre de Arturo intentó mantener a sus hijos en México, sin embargo, después de cuatro años, decidió migrar a Estados Unidos para ofrecerles una mejor calidad de vida..
Tiempos de adaptación
Arturo tenía 11 años de edad cuando llegó a Estados Unidos. "Al principio fue muy difícil pues mis hermanos y yo tuvimos que aprender una lengua nueva, una cultura totalmente diferente, y hacer nuevos amigos", dice.
"Recuerdo que en las mañanas, cuando mi mamá nos levantaba para ir a la escuela, yo le lloraba diciendo que no quería ir. No entendía nada de lo que me decían mis maestros y compañeros, y eso me causaba mucha frustración". Sin embargo, pronto -y con mucha constancia- aprendió inglés.
En esa época, Arturo se volvió un católico de tradición y cultura, pues estaba enojado con Dios.
"Mi enojo era por lo que había pasado en México con mi papá, porque mi padre había sido el pilar en mi vida y de repente desapareció, mi mundo no tenía balance".
Viviendo en Estados Unidos, Arturo continuaba sintiendo aquellas heridas: "Yo tenía mucho dolor en mi corazón, y me estaba desquitando con Dios. Decía: si Dios es omnipotente y es un Dios de amor, ¿por qué permitió que todo eso sucediera?". Eso lo alejó por completo del Señor.
"Les probaré que creer en Dios es una tontería"
Sin embargo, después de graduarse de la preparatoria, experimentó alguna curiosidad por las cosas de Dios. A los 18 años decidió recibir la Primera Comunión y la Confirmación "solo por tradición latinoamericana".
Se inscribió en los cursos de preparación y fue "con la mentalidad de un rebelde". "En mi mente decía: voy a ir a estas clases, pero les voy a probar que creer en Dios es una tontería".
Poco a poco fue entendiendo que Dios es amor, es misericordia, y que, al mismo tiempo, nos da libre albedrío. "De manera que muchas veces las cosas que suceden en nuestra vida no son porque Dios quiera que nos pasen cosas malas sino que, por nuestra propia naturaleza caída, es por lo que suceden".
Al mismo tiempo que comenzó a asistir a las clases para la Confirmación, empezó a visitar al Santísimo y, gradualmente, fue desarrollando una facilidad para permanecer en oración: "En el lapso de un año pasé de estar cinco minutos a más de una hora enfrente del Santísimo Sacramento".
Mientras Arturo aprendía más sobre la fe, descubrió la riqueza de las herramientas que los católicos tenemos "para crecer en nuestra espiritualidad y para acercarnos a Dios". Y reconoce que, aunque lo principal son los sacramentos, "también tenemos los sacramentales, como el rosario".
Cuando completó los sacramentos de iniciación cristiana, se despertó en él la inclinación al servicio, "ya fuera al servicio de la Iglesia o al servicio al Estado, siempre con la mentalidad del agradecimiento".
"Comencé a preguntarme sobre la vocación al sacerdocio, lo que me llevó a estudiar dos años en el seminario. Después de ese tiempo discerní, con la orden de los Benedictinos, que (la vida religiosa) no era necesariamente mi vocación; aunque yo admiro y deseo este tipo de vida, supe que no era mi vocación. Entonces decidí ir a la universidad".
En la universidad se acrecentaron los deseos de servir al país que lo había acogido y, después de meditar y rezar, Arturo concluyó que eso era lo que él realmente quería hacer en su vida, así que asistió al entrenamiento en la escuela de oficiales.
"Había momentos en que dudaba de mi propia fuerza, y me dirigía más a Dios y le decía: 'Si ésta es tu voluntad, ayúdame; y, si no lo es, dame la Gracia para aceptarlo'".
Teniente Hernández, un soldado de Dios
Después de ese primer curso, y ya con el grado de teniente, pasó a su siguiente etapa de formación en la Marina, conocida como escuela básica, y a la fecha continúa preparándose ahí.
Cuando Arturo y demás compañeros están en ejercicios militares, tienen su arma de fuego "como si fuera una extensión del cuerpo". Pero él también porta otra arma, la del rezo del rosario.
"Parte de nuestro entrenamiento es caminar y hacer marchas con mochilas muy pesadas, pues llevamos muchas herramientas. Una de esas herramientas, que llevo cerca del hombro izquierdo, es una tira con bolitas de plástico que sirve para contar tus pasos; una bolita representa cien metros, y la tira tiene diez bolitas".
"Entonces, cuando vamos en marchas que son muy largas y muy pesadas -en medio de la madrugada, cuando está nevando o lloviendo, subiendo montañas o cruzando ríos, con los pies adoloridos- yo, mientras voy caminando, uso esas bolitas para rezar el rosario".
Nuestro corazón no puede estar satisfecho hasta que estemos cien por ciento unidos con Dios"
Dice sonriente: "Soy feliz, pero nuestro corazón no puede estar satisfecho hasta que estemos cien por ciento unidos con Dios, y eso es en el Cielo". Y, mientras eso llega a su vida, Arturo busca ser un soldado de Dios.
"Soy el fan número uno de san José Sánchez del Río, y me considero un cristero también, pues la vida espiritual es una batalla constante entre el bien y el mal".
Como miembro de las fuerzas armadas, el teniente Hernández está consciente de que la suya es una vocación riesgosa. "Pienso en la muerte, pero no simplemente por ser un soldado: pienso en la muerte porque todo cristiano debe pensar en la muerte, no en un sentido morboso o como un tabú, sino como un paso".
Y aclara que no le preocupa la muerte, pues solo entonces podrá estar plenamente unido a Dios. "No sé cuándo vaya a ser mi momento", concluye, "por la misma razón, siempre hay que tratar de estar en Gracia y crecer en santidad para, finalmente, recibir el premio, que es vivir en el Cielo en unión con Dios".