El Padre Pío y el Padre Dolindo cultivaron una gran amistad aunque solo se vieron una vez en San Giovanni Rotondo, sin embargo, fue la oración la que los unió
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¿De qué tipo de amistad se trataba? Entre los diversos testimonios de las cordiales relaciones entre el Padre Pío y el Padre Dolindo, -llamado el Padre Pío de Nápoles- se encuentra una modesta postal de San Giovanni Rotondo, que arroja algo de luz sobre la naturaleza de su relación.
La postal llegó a Nápoles a mediados de octubre de 1956. En el reverso se leía: "Recuerdo constantemente ante el Señor, al Padre Pío". Un poco más abajo, se leía una frase esbozada con otra letra: "Me uno en santa memoria, hermano Daniele".
La sobrina del P. Dolindo, Grazia Ruotolo, la llama "postal de los tres santos" con razón. Después de todo, el Padre Pío fue canonizado en 2002, y los procesos de beatificación del Padre Dolindo y del Hermano Daniele están en marcha.
Su amistad tiene un contexto especial que merece la pena destacar. Porque cada uno de nosotros tiene muchos amigos y los tiene por muchas razones, pero solo los santos tienen amigos en Dios y por Dios.
Esto no significa, por supuesto, que la amistad entre el padre Dolindo y el padre Pío no tuviera nada de terrenal. Al contrario: estaba construida sobre sólidos cimientos temporales.
Los dos sacerdotes compartían una profunda inmersión en la cultura, la mentalidad y las costumbres del sur de Italia. Ambos eran grandes hijos de Campania, estaban rodeados de los mismos paisajes, y también les unían sus experiencias espirituales.
Al fin y al cabo, ambos veían la fe como un compromiso total con Dios; vivieron de forma similar su amor a la Iglesia a pesar de los difíciles años de prueba y ambos se sacrificaron conscientemente por los pecados de sus semejantes.
Entre los elementos comunes de sus biografías figuran también diversas experiencias místicas, el servicio heroico a los que sufren, el don de profecía, la invocación de curaciones y otros muchos carismas.
El esperado encuentro entre el Padre Pío y el Padre Dolindo
El 16 de octubre de 1953, el padre Dolindo había visitado el convento capuchino. Hay que añadir que, tras la muerte del estigmatizado, el sacerdote napolitano escribió personalmente, en octubre de 1968, una amplia descripción de aquel memorable encuentro que dice así:
"Deseaba conocerle personalmente" Escribió, no por ociosa curiosidad, sino para poder extraer de él siquiera un rayo de la luz que llevaba en el alma. También expresó en varias ocasiones su deseo de conocerme. ¿Por qué? ¿Era porque se había enterado de mis tribulaciones y por eso quería mostrarme su apoyo? No sabría decirlo. Solo puedo hacer conjeturas. Evidentemente, alguien tan miserable como yo no podía despertar en él el deseo de conocerme.
La ocasión del encuentro se presentó cuando el obispo de Campania, Mons. Palatucci, me pidió que fuera con él a ver al Padre Pío. (…) Fui allí con dos intenciones concretas, que no revelé a nadie: a saber, quería pedirle luz para mi camino sacerdotal y las consiguientes tribulaciones que había experimentado, y también quería pedirle algo bendecido por él para los enfermos que cuidaba.
Llegamos a San Giovanni Rotondo a las ocho. El Padre Pío estaba sentado en el confesionario. Celebré la Misa y luego el Padre Guardián me invitó a tomar café en el refectorio. Pregunté por el lugar que ocupaba el Padre Pío en el refectorio y besé la mesa que llevaba el olor de sus mortificaciones. El guardián sacó del cajón del Padre Pío las dos galletas que allí reposaban y nos las dio. Inmediatamente se me ocurrió pedirle al Padre Pío que las bendijera para los enfermos (…)
Me reuní con el Padre Pío y le rogué que me escuchara. Se sorprendió de que hubiera envejecido tanto y de que ya tuviera canas. Y me dijo en broma: "Te han salido canas. ¿Te ha caído nieve en la cabeza?" Me conocía en espíritu, así que añadió: "Pero el espíritu aún es joven".
A mi petición de poder confesarme para recibir la luz, respondió: "No es necesario. Todos son bienaventurados" (…)Después de salir del refectorio, fuimos con los frailes y el Padre Pío al pasillo para dar una vuelta. El guardián, bromeando, dijo al Padre Pío: "Tengo que quejarme al padre Dolindo porque me ha convencido para que entre en tu cajón".
Lo hizo porque antes le había pedido que sacara una galleta más para que yo la bendijera. Así que le dije al Padre Pío: "¿Me permitirá que cometa más… intrusiones?". Y él me dijo: "Ve y toma lo que encuentres allí". Y añadí: "Pero quiero que los bendigas por mí".
Me respondió con sorprendente intuición: "¿No has adivinado que desde las cuatro de la mañana, cuando saliste de Nápoles, he estado poniendo allí muchas cosas para tus enfermos? Puse tanto garbanzos como bizcochos, para que tuvieras un poco para todos. Y los he bendecido muchas veces para satisfacer tus expectativas" (…)
Teníamos que volver para llegar a tiempo a Nápoles para predicar, así que le pedí su bendición. Abrazándome y estrechándome contra su corazón, mientras me tranquilizaba en cuanto a lo que había ocurrido en el pasado, lo que estaba pasando y lo que estaba por pasar, en un tono elevado, hacia los hermanos que nos rodeaban, me dijo: "Todo el cielo está contenido en tu alma. Siempre ha estado ahí, está ahí ahora y permanecerá ahí por toda la eternidad".