Los defectos de carácter, sin duda, afean a la persona porque le impiden mantener relaciones interpersonales sanas y enriquecedoras. Por supuesto, todos los seres humanos viajamos en el mismo barco y nos dirigimos hacia el mismo destino, lo cual deberá ser una motivación para procurar hacernos más llevadera la existencia y dejar de amargarnos y de dificultarle la vida a los demás.
Sin embargo, nuestras debilidades espirituales son complicadas de dominar debido a las fallas que existen desde el origen y que pusieron a todo el género humano en la difícil situación de tener que luchar diariamente para eliminar lo que le estorba para alcanzar el Cielo. Porque, si los defectos permanecen sin trabajarse, se convertirán fácilmente en pecados que nos alejarán de Dios y de la gloria.
La caída del hombre y del demonio
Sabemos que, desde el principio, Dios hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (Gn 1, 27). El Catecismo de la Iglesia católica dice que "la Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres" (CEC 390).
El Catecismo agrega que el precedente fue la elección libre de los ángeles caídos y menciona en el número 392 que "Esta 'caída' consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: 'Seréis como dioses' (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44)."
La raíz de todo: la sobrerbia
Querer ser como dioses, es decir, la soberbia de desear igualarse al Creador, fue el detonante de todo el mal en el mundo. Se perdió irremediablemente el paraíso terrenal y la naturaleza humana quedó atada a sus pasiones, "está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia") (405).
Por eso, continúa el Catecismo, "el Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual" (405).
Desterrar la soberbia de nuestras relaciones
Entendemos la raíz, pero las consecuencias que trae consigo son las que deben preocuparnos más. El hecho de creerse superior hace que la persona se aleje de los seres que ama porque los lastima con frecuencia. Se hace odiosa porque cree tener razón para todo, no sabe disculparse ni perdonar, ofende a quien no piensa como ella y todos le huyen porque no tiene capacidad para ceder.
Es necesario, entonces, desterrar esa terrible conducta, haciendo ejercicios de humidad. El que se siente superior a los demás, difícilmente encontrará la felicidad. Recordar que somos seres finitos y limitados, y que Dios es el dueño de nuestra vida, nos ayudará a ser más caritativos y sencillos de corazón, porque lo verdaderamente importante es amar a Dios y al prójimo sin buscar pisotearlo, sino tratándolo como hermano. Dios nos pedirá cuentas de ello.