La pasada Jornada Mundial de la Juventud realizada en Lisboa, Portugal, del 1 al 6 de agosto, nos ha dejado mucha tela de donde cortar, pues hubo catequesis riquísimas en contenido que podremos aprovechar durante mucho tiempo, como la que surgió a raíz del mensaje de apertura del Papa Francisco a los chicos llegados de todo el mundo, cuando les dijo que «en la Iglesia cabemos todos», y hasta hizo gritar a los jóvenes, cada uno en su idioma, la misma frase.
1El pecado tiene que ser purificado
Al día siguiente, durante su catequesis, Mons. José Ignacio Munilla hizo algunas puntualizaciones, comentando que Dios nos ama como somos pero que nos quiere distintos, por eso nos llama a la santidad. Mencionó que en la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo, eso es otra cosa, dijo, «porque el pecado tiene que ser purificado».
Este es un pensamiento muy profundo, pues se trata de crear conciencia; primero en los jóvenes que escucharon la catequesis, pero también al mundo entero, sobre la realidad del pecado. «Dios ama al pecador y denuesta el pecado, que es la ofensa al corazón de Dios», mencionó Mons. Munilla. Porque si Dios nos ama como somos, también nos quiere distintos, es decir, nos pide que seamos santos para que no nos quedemos en el pecado.
Con respecto a lo expuesto por Mons. Munilla, nos damos cuenta de que esta forma de pensar es lo más común en la actualidad. Creer que Dios nos perdonará porque es infinitamente misericordioso está bien, pero se convierte en abuso cuando imaginamos que no importa cómo nos portemos, al final podremos arrepentirnos y seguir como si nada. A eso se refería el Obispo de Huelva cuando dijo que no cabe todo. La vida es una oportunidad para ganar el cielo, pero hay que esforzarse en salir de toda situación de pecado.
2La Iglesia no es una aduana
Por eso, el Papa Francisco, luego del rezo del santo rosario, reiteró: «La Iglesia no tiene puertas para que todos puedan entrar. Todos, todos, todos». Y en el rezo de las vísperas con la vida consagrada volvió a insistir: «Por favor, no conviertan a la Iglesia en una aduana», exclamó. «Acá se entran los justos, los que están bien, los que están bien casados, todos. ¿Y ahí afuera todos los demás? No. La Iglesia no es eso. Justos y pecadores, buenos y malos, todos, todos, todos, repitió». «Y después que el Señor nos ayude a arreglar ese asunto. Pero todos».
Nos damos cuenta, entonces, de que el Santo Padre no minimiza la cuestión de pecado, sino que exalta a la Iglesia como Madre, que ama y acepta, pero también quiere que se haga la voluntad de Dios, que también nos ama con amor infinito y nos quiere santos, nos quiere transformados para ser acogidos por la misericordia, pero dispuestos a dejar atrás lo que nos separa de Él para entrar al cielo.
Ojalá que pongamos en práctica lo dicho por nuestros pastores: amar a todos como Dios nos ama y acogerlos con ese mismo amor al interior de la Iglesia; y, una vez dentro, ayudarlos a combatir el pecado para alcanzar juntos la santidad.