Es el caso actual. El papa Francisco se encuentra hospitalizado en el policlínico Gemelli desde el 7 de junio de 2023 después de ser operado bajo anestesia general.
Aunque su vida no parece estar en peligro, este episodio saca a la luz, como en las anteriores hospitalizaciones, una pregunta recurrente en los últimos años, y de momento aún sin resolver: ¿quién gobierna la Santa Sede cuando el Papa ya no puede gobernar?
Cuando muere un Papa, las cosas son muy claras desde el punto de vista canónico: el poder se confía, durante el período de vacante, a un camarlengo.
Este último, elegido de antemano por el Papa, se hace cargo hasta la elección del nuevo Papa.
Hoy, si el papa Francisco muriera, sería el cardenal estadounidense Kevin Farrell, actual camarlengo, quien tomaría las riendas del estado más pequeño del mundo por unos días.
Pero el derecho canónico no lo cubre todo. Hay una zona gris para el momento en que el Papa ingresa en el hospital.
En el caso actual, Francisco está plenamente consciente y la cuestión del gobierno no se plantea: nada cambia.
El Papa continúa su servicio "incluso desde una cama de hospital", aseguró el 7 de junio el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, asegurando que no estaba prevista ninguna delegación de poder.
El "impedimento" imposible de un Papa
Pero, ¿y si, por ejemplo, un pontífice se encuentra en coma o sufre una incapacidad mental crónica para gobernar?
¿Qué pasaría si el Papa se volviera física o mentalmente incapaz de gobernar, pero también de renunciar?
El Papa es el único que puede renunciar libremente a su poder.
Como recuerda el sitio jesuita América, el derecho canónico prevé un motivo de "impedimento" para los obispos que les permite ser apartados de la responsabilidad de su diócesis en caso de "cautiverio, destierro, exilio o incapacidad".
Es entonces el obispo auxiliar o el vicario general quien toma la dirección de la diócesis a la espera de que se nombre un sucesor.
Si aplicáramos este canon al caso del Papa considerando que es obispo de Roma, significaría que sería su vicario para la diócesis, el cardenal Angelo De Donatis, quien debería tomar el relevo.
En sede vacante, no emprender nada nuevo
Sin embargo, el obispo de Roma no es un obispo como los demás, como indica el canon 335. Este prevé el caso de que la Santa Sede esté "vacante o totalmente impedida".
En tal situación, "nada nuevo debe emprenderse en el gobierno de toda la Iglesia" durante tal período.
¿Qué pasaría en caso de que el Papa quedara incapacitado para gobernar?
Esto preocupó a varios de los predecesores del Papa, especialmente a los papas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, principalmente por el aumento significativo en su esperanza de vida debido a los avances en la medicina durante esos años.
Sin embargo, la incapacidad médica no fue el único factor.
Pío XII: "Se llevarán al cardenal Pacelli, no al Papa"
Recordando los dramáticos secuestros de los papas Pío VI y Pío VII durante la Revolución Francesa, Pío XII consideró la cuestión de la incapacidad para gobernar.
Encerrado en el Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial, ese Papa se había tomado muy en serio el riesgo que corría ante la amenaza nazi.
Según su sustituto en la Secretaría de Estado, Monseñor Domenico Tardini, el Papa había establecido contramedidas específicas en caso de que el Tercer Reich viniera a atacarlo directamente.
En particular, habría preparado una carta en la que declaraba su renuncia, dando instrucciones a los cardenales para elegir a su sucesor. "Si me secuestran, se llevarán al cardenal Pacelli, pero no al Papa", dijo Pío XII.
Las precauciones del Papa italiano estaban lejos de ser superfluas. En efecto, cuando Mussolini, bajo la presión de los Aliados, fue derrocado por la población italiana en 1943, los alemanes tramaron un plan de represalias para secuestrar y asesinar al jefe de la Iglesia católica, sin llevarlo finalmente a cabo.
Carta de Pablo VI
El historiador Roberto Rusconi informa que la cuestión de la incapacidad también fue considerada por su sucesor, Juan XXIII.
El "papa bueno" se había preguntado durante su pontificado sobre la posibilidad de desistir por su precario estado de salud, dañado por la pesada tarea del Concilio Vaticano II.
El siguiente Papa, Pablo VI, por su parte descartó públicamente la posibilidad de una renuncia.
Sin embargo, en 1965, escribió varias cartas al Decano del Colegio Cardenalicio en las que evocaba la posibilidad, en caso de encontrarse en coma, o sufrir demencia, de poder ser reemplazado, después de un nuevo cónclave, por otro papa.
Esta correspondencia fue exhumada mucho después de su muerte, pero no hay nada que sugiera que se hubiera desencadenado una fase de sede vacante si el Papa italiano se hubiera encontrado en una situación de incapacidad.
El proyecto canónico de Benedicto XVI
El Papa más preocupado por esta posibilidad fue Benedicto XVI. En 2005, el pontífice alemán salió muy marcado de la larga agonía de Juan Pablo II durante los últimos años de su pontificado.
Cercano al poder, presenció este período de inestabilidad, particularmente desde el punto de vista del gobierno de la Iglesia, que le hizo decidirse a imaginar respuestas.
Según los informes, le pidió al cardenal Julián Herranz, entonces presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, que redactara un canon para llenar el vacío legal existente.
Esa tarea se llevó a cabo, y preveía que el impedimento podría ser decidido por el Colegio cardenalicio, previa convocatoria de su decano.
Según este proyecto, tras realizar una investigación y consultar en particular a expertos médicos, los cardenales estarían facultados para poner fin solemnemente al pontificado y abrir el tradicional período de vacantes de poder con vistas a un cónclave.
Sin embargo, el canon, aunque presentado a la cabeza de la Iglesia católica en ese momento, nunca fue promulgado.
Benedicto XVI, de hecho, no lo necesitaba: encontró otra respuesta a la pregunta que se hacía.
Debido a que temía no poder gobernar debido a su frágil salud, el Papa 265 finalmente decidió, para asombro de todos, renunciar preventivamente al ministerio petrino en 2013.
En una entrevista con su biógrafo Peter Seewald, el alemán había confirmado que efectivamente fue la cuestión de su salud -y por tanto su incapacidad para realizar viajes largos, en particular la JMJ prevista en Brasil durante el verano de 2013- lo que decidió poner fin a su pontificado.
La "renuncia preventiva" de Benedicto XVI fue una forma indirecta de responder a la aporía jurídica que representaba la situación de incapacidad de un pontífice.
El Papa Francisco y la renuncia
Durante su operación del 7 de junio de 2023, el papa Francisco tuvo que someterse a anestesia general, a pesar de que había dicho que no deseaba utilizarla tras su anterior operación de colon en 2021.
Después de haber operado con éxito al pontífice por segunda vez, el cirujano Sergio Alfieri insistió en que el Papa no tenía nada inherentemente en contra de la anestesia general, pero explicó que "a nadie le gusta estar dormido".
El problema, para Francisco, podría ser legal.
El presidente de los Estados Unidos, si está anestesiado, cede temporalmente su poder al vicepresidente; en Francia, esta delegación del poder ejecutivo se confía al Primer Ministro.
Sin embargo, si el Papa es efectivamente elegido por el colegio cardenalicio, es su aceptación de su elección, y por tanto de la acción del Espíritu Santo, lo que le da su poder.
Como resultado, la Santa Sede estuvo dirigida, durante las tres horas de anestesia, por el Papa, aunque era completamente incapaz de tomar una decisión si hubiera sido necesario.
Francisco conoce el riesgo que representa tal situación si es más duradera: el pasado enero, poco después de la muerte de Benedicto XVI, reveló además que había seguido el ejemplo de Pablo VI y Pío XII y había escrito, desde 2013, una carta de renuncia para ser utilizada en caso de impedimento.
Se la entregó al cardenal Tarcisio Bertone, entonces secretario de Estado de la Santa Sede, quien se la habría pasado al cardenal Pietro Parolin cuando este sucedió al salesiano en octubre de 2013.