Estos días se estrena por fin en España la nueva película de Joanna Hogg, The Eternal Daughter. Un largometraje sutil y complejo que sólo gustará a quienes se fijen en cada detalle mínimo de todo cuanto la directora pone en pantalla.
Es una historia sobre maternidades, sobre el impacto psicológico de los recuerdos y sobre cómo una hija nunca deja de ser hija, incluso aunque en un momento de la vida también se convierta en madre de su propia madre. La gran proeza del largometraje viene de la mano de la actriz Tilda Swinton en un doble papel.
El argumento, en línea con los cuentos y las novelas de trazado gótico, es sencillo: una cineasta, Julie (Tilda Swinton), se aloja durante unos días con su madre, Rosalind (también Tilda Swinton), en un inmenso hotel de la campiña inglesa que antaño fue una mansión familiar en la que la segunda de las mujeres vivió durante algunas temporadas de su infancia y juventud.
Julie se guía por un doble motivo: quiere preservar la voz, los recuerdos y la imagen de su madre mientras ella evoca asuntos del pasado (Julie cree, equivocadamente, que su madre fue siempre feliz en esa casa); y con ese material, además, trata de escribir un guión que sirva de base para una película construida alrededor de Rosalind.
La hija eterna es deudora de las historias de fantasmas y de casas encantadas. Por eso comienza de esta manera: un coche rueda por un camino envuelto en niebla, con los faros surcando la noche y el bosque de alrededor, suena una música propia de los filmes de terror de la Hammer. Y el taxista cuenta una de esas historias sobre cómo, al revelar unas fotos de su boda, descubrieron la silueta de alguien que miraba por una ventana en una habitación vacía; nadie supo explicarlo y el hombre no se acerca a ese edificio en las noches de invierno.
Cuando madre e hija entran al lugar, que desde fuera parece perfecto y encantador, se van encontrando con esos engaños propios de las páginas web de algunos alojamientos: la habitación que habían reservado no está disponible, la conexión wifi sólo funciona bien en la parte superior del edificio, la cocina ya ha cerrado y no pueden cenar, por las noches se oyen ruidos inexplicables y no disponen de tetera en el cuarto.
Objetos, fantasmas, maternidades
El hotel, que contiene ciertas referencias propias del filme El resplandor de Stanley Kubrick, parece estar deshabitado y la chica que ejerce de conserje y camarera suele mostrarse hostil y perezosa. Por las noches, cuando Julie saca a pasear al perro cree ver una silueta en la ventana del piso inferior, que está a oscuras. Toda esta atmósfera va preparándonos para afrontar el giro final, en el que nos preguntaremos qué diferencia a un recuerdo de un fantasma. También son esenciales las lecturas de madre e hija: en un plano, por ejemplo, podemos ver que una de ellas está leyendo They, el cuento de Rudyard Kipling sobre casas con espíritus.
Pero ésta es la atmósfera, propia de película de miedo aunque no sea una película de miedo. Lo que le interesa a Hogg es elaborar un retrato de madre e hija porque se inspira en la relación con su madre, quien durante el montaje del filme falleció, lo que sin duda ejerce influencia en el resultado final y en el título: esa mujer que siempre será hija pero no madre.
En ese retrato vemos a una hija que incluso descuida la relación con su marido para cuidar de Rosalind, que no está segura de tener derecho a escribir una película sobre su madre, que quiere que ésta sea feliz todo el tiempo, que se obstina en que su mundo materno sea perfecto.
Y vemos a una madre que arrastra ciertas tristezas relacionadas con la maternidad: se lamenta de que su hija nunca tuviera hijos, y arrastra un trauma del pasado al perder a un bebé en un aborto involuntario, pero sabe que Julie se ha convertido ya en una madre para ella. Rosalind admite que aquella casa le trae recuerdos felices, pero otros son dolorosos, como la pérdida del niño… pero eso hacen las habitaciones, indica ella: guardan estas historias. Y luego nos las devuelven.
Julie trata de preservar a su madre mediante cosas, objetos, fotografías, notas de voz, regalos simbólicos del pasado… Todo vale con tal de zafarse del vacío que supondrá la muerte. Es muy posible que al espectador le pille desprevenido el giro final del filme al que aludí antes. No importa. Cuando salgan los títulos de crédito, entonces tendrá que repensar la película, reflexionar sobre lo que ha visto, concluir que estamos ante un gran homenaje a la maternidad pero también a la devoción filial.
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