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Muchas personas sienten que estar fijándose en lo que no les parece es un derecho que han ganado. Y por consiguiente, pueden decirle a quien sea lo que no les parece.
Entonces se habitúan a reclamar y lo sienten como algo justo.
Hay quien incluso llega a practicarlo con esmero y constancia. Porque sienten que están en su derecho señalar todo lo que no les parece.
De hecho, en muchas tiendas le dan un espacio especial a las quejas de sus clientes. Porque es una manera de mejorar en su servicios. Así que hay consumidores que cualquier cosa que no les parece, de inmediato van al departamento de quejas o al buzón de sugerencias a realizar sus observaciones.
Digamos que en el ámbito comercial es una aportación adecuada para mejorar los servicios.
El problema es trasladarlo al ámbito familiar y entonces querer estar señalando todo lo que ven mal. De inmediato recurren a los reclamos sistemáticos.
He conocido parejas que sienten que están en todo su derecho de estarle reclamando de todo a su esposa o viceversa, lo que acaba por ser un enfado y hasta una falta de respeto.
Algunas víctimas de un recurrente reclamo por parte de un familiar han acuñado el concepto de "reclamómetro" para indicar una medida de la cantidad de veces que reclaman algo durante el día.
Digamos que una persona que reclama de todo tiene calificaciones muy elevadas, que en una escala de 1 a 10 están por arriba del 8. Y los que no reclaman para nada, tienen calificaciones menores a cuatro.
Si tienes oportunidad de calificar tu tendencia a reclamar a tus seres queridos durante un día, verás cuál es tu calificación.
Si es elevada, ten mucha conciencia de lo enfadoso que has llegado a ser. Aunque te sientas con el derecho a hacerlo.
Si te gusta reclamar, procura sacar tu desahogo en las tiendas y restaurantes, pero trata de omitir tus reclamos con la familia y tus amistades. Aunque no te lo digan, pero ya caen mal tus comentarios, que rayan en reclamos que no benefician a nadie, y sólo causan malestar.
Es no aceptar y vivir en la inconformidad
El respeto se basa en dejar ser a los demás tal cual son. Permitir la libre expresión y vivir acorde a los criterios que cada quien tiene.
Desde luego que en ocasiones pueden ser actos y decisiones que nos molesten e inciten a quererlos reprochar. Y de ahí viene la tentación de intervenir con regaños y reclamos, para tratar de corregir o influir en el comportamiento de los demás.
En la educación de los hijos o en el magisterio, tiene mucho más sentido estar corrigiendo los errores y las fallas de los hijos y de los alumnos, teniendo cuidado de no lastimar u ofender con métodos punitivos y altaneros. Pero a las demás personas, en especial a la pareja, estar reclamando y reprochando por las cosas que hace, que no te gustan, se convierte en una falta de caridad.
Aceptar con amor la manera de ser de las demás personas es un testimonio de caridad y de respeto, por lo que es conveniente practicarlo con la mayor frecuencia posible y así retirar de nuestros hábitos la tentación de reclamar.
Hay quien le reclama a Dios
Cuando en la vida no salen las cosas como queremos, especialmente ante la pérdida de un ser querido, o ante la frustración de un accidente, una enfermedad, una deuda o el despido del trabajo, se nos hace fácil querer reclamar a Dios por qué no ha intervenido para que eso no suceda.
Hay quien llega a enojarse por muchos años con Él, dado que no se hizo "mi voluntad sin aceptar la suya", porque no me parece el resultado de su omisión.
Para dejar de reclamar, hay que aprender a aceptar las cosas tal y como son, porque su Divina Voluntad es perfecta y, suceda lo que suceda, lo entendamos o no, es así como se cumple lo que Él quiere que pase. Por lo que no tiene caso estar reclamando ni reprochando el plan divino.
Hagamos un esfuerzo por dejar de reclamar
Las tensiones en nuestras relaciones cotidianas se pueden reducir mucho si pones más atención a tus actos y actitudes, en vez de estarse fijando en lo que los demás hacen o dejan de hacer, o hasta en lo que deberían haber hecho. En pocas palabras, tratemos de dejar de reclamar y estar enfadando a nuestros seres queridos con esa constante disposición a mirar el comportamiento de ellos y así quererlos controlar.
Mas vale dominarse a sí mismos que intentar hacerlo con los que nos rodean, demos el debido respeto a su manera de ser y tratemos de vivir con más armonía, disminuyendo notablemente la tentación de reclamar. Para quererlos y aceptarlos como son.