"La voluntaria" es una película correcta y discreta que plantea varias preguntas al espectador y que podemos ver estos días en las plataformas de streaming. Dirigida por Nely Reguera unos años después de su éxito de crítica "María (y los demás)", su mejor baza reside en la interpretación de la actriz Carmen Machi, que encadena rodajes y proyectos sin respiro y siempre da lo mejor de sí misma en cada papel, sea secundario o, como aquí, protagonista.
Uno de los planteamientos más interesantes de la historia es la pregunta implícita: en entornos de ayuda humanitaria y campamentos de refugiados, ¿debería prevalecer lo humano o lo normativo?
Marisa (Carmen Machi) es una doctora jubilada con tres hijos y de momento ningún nieto, reconoce con cierto pesar. Probablemente sea viuda y esté cansada de vivir sola y de entretener los días como puede (ella misma comenta que, cuando llega la jubilación, no es que dispongas de unas vacaciones interminables: lo que tienes es tiempo).
Estamos especulando un poco porque la información sobre el personaje nos llega con cuentagotas, algo deliberado en el guión porque lo que nos importa es lo que Marisa hace y no sus razones para hacerlo. Su decisión es insólita, valiente y arriesgada: a su edad decide irse de voluntaria a un campo de refugiados en Grecia para auxiliar al prójimo, sobre todo a los niños que deambulan cerca del campamento. Niños que necesitan cuidados: alimentos, educación, auxilios médicos, antibióticos… Pero también cierto cariño, algo que ella está dispuesta a ofrecer aunque choque con las reglas de la ONG en la que participa.
Desde el primer momento la ex doctora tropieza con la oposición de Caro (Itsaso Arana), una chica que ha abandonado los ideales románticos asociados con las acciones sociales y humanitarias. Las ideas de ambos personajes colisionan. Mientras Caro encarna el papel de quien hace lo que debe, Marisa simboliza el papel de quien hace lo que necesita o cree que necesitan los demás.
Una llega con ideas frescas. La otra, más joven en edad pero veterana en el cargo, ha perdido ya sus sueños. Marisa no puede dibujar con los niños: tiene que limitarse a orientarles. No puede curar ella misma una herida: le piden que lleve al niño en cuestión a la Cruz Roja para que se ocupen ellos. No puede implicarse emocionalmente. Marisa vulnerará estas reglas en cuanto se ocupe de Ahmed, un crío cuyos padres están desaparecidos, que no habla con nadie y lleva un perrito a todas partes porque es su único vínculo con lo emocional.
El acto y el deseo de amar y cuidar
La película (y he aquí la gran virtud de Nely Reguera como directora) nos coloca a los espectadores en una posición incómoda: nos toca a nosotros juzgar y decidir quién creemos que está del lado de la verdad. Pero aquí no hay blancos y negros, sólo grises. Cada cual tiene su parte de razón. Caro, la jefa de la ONG, es desde el principio hostil y amarga: nos cae mal.
Y, sin embargo, vamos sospechando que quizá tiene razón: no se puede luchar contra el sistema y contra el reglamento sólo con buenas intenciones y un corazón enorme. Éstas son las bondades de Marisa, que nos cae bien desde el primer momento: simpatizamos con ella, entendemos su acercamiento a los niños, su necesidad de convertirse en una abuela para ellos, la abuela que no ha podido ser.
Sus decisiones, a veces precipitadas, la van metiendo en callejones sin salida y entendemos que no siempre actúa como debería: sencillamente porque el mundo está construido y reglamentado de otro modo.
En algún momento su personaje nos puede recordar a esas celebridades que acuden a entornos de cooperación internacional, se hacen la foto para la prensa y regresan pronto a sus vidas cómodas en las colinas de Hollywood. Es la actuación de Machi lo que le transmite esa humanidad necesaria a su personaje.
Se trata de una actriz que siempre nos parece entrañable y confortable incluso cuando hace de gruñona: porque nos recuerda a nuestras propias tías y nos proporciona confianza y seguridad. La directora dijo que su película "aborda la complejidad del acto y el deseo de amar y cuidar". Y desde ahí es donde entendemos los actos de Marisa, regidos por lo emocional y nunca por la razón.