Llega estos días a los cines otro filme irlandés, ambientado en parajes rurales, ganador de un par de premios en Berlín y nominado al Oscar a la Mejor Película Internacional: The Quiet Girl (en gaélico "An Cailín Ciúin"), que podríamos traducir como "La niña tranquila" o "La niña silenciosa" porque cualquiera de los dos adjetivos valdría para definir a la protagonista, Cáit (Catherine Clinch).
Debut tras las cámaras del cineasta Colm Bairéad, se inspira en un texto de la prestigiosa escritora Claire Keegan y nos cuenta una historia sobre la necesidad de cariño en la infancia.
La primera escena nos revela un cuerpo inmóvil entre la maleza. Oímos voces de gente que llama a una tal Cáit. Creemos que es un cadáver hasta que empieza a batir los brazos y se incorpora. Cáit, de unos 9 años, se ha orinado en la cama y se esconde para que su familia no la encuentre (no sabemos si por miedo o por vergüenza).
En casa es introvertida y silenciosa; también en el colegio, donde tiene dificultades para leer. En el hogar parece haber problemas, no porque la familia sea numerosa sino porque lo que ganan llega justo para darles de comer a todos.
Familia con problemas
La madre, que está embarazada, no muestra cariño. El padre es hostil. Así se dibuja el retrato de la precariedad: en algún momento de la película, el progenitor se queja del hambre voraz de sus descendientes: "El problema es alimentarlos". Y la precariedad, el apuro económico, como sabemos, acaba añadiendo capas de disfuncionalidad a las familias.
Hasta que nazca el bebé, los padres de Cáit acuerdan enviarla a casa de la prima de la madre, Eibhlín (Carrie Crowley), y de su marido Seán (Andrew Bennett). Esta pareja vive sola en una granja, se dedica a las tareas agrícolas y su estilo de vida es más acomodado. Allí pasará el verano.
Al principio Seán se presenta tan reservado como la niña, pero poco a poco se irá abriendo. En cambio Eibhlín es cariñosa desde el principio y se convierte en una segunda madre: la mima, la baña con agua caliente, peina sus cabellos, le enseña aspectos interesantes de la naturaleza…
El dolor oculto de una pérdida reciente
Cuando Cáit se olvida su maleta en el coche del padre, Eibhlín tiene que recurrir a sus armarios para que pueda cambiarse de ropa. Es ropa de niño, de chico, pero la mujer le ha dicho que allí no hay niños. Ni misterios: "No hay secretos en esta casa […] Si hay secretos en una casa, hay vergüenza en esa casa".
Cáit, sin embargo, intuye que existe algún dato que le ocultan. Cuando cree que está dormida, Eibhlín dice: "Que Dios te ayude. Si fueras mía, nunca te dejaría en una casa con extraños". La pareja parece haber sobrevivido a algo turbio, a alguna clase de dolor. Es entonces cuando Cáit descubre que este matrimonio tuvo un hijo que se ahogó en un pozo del bosque.
Después de arrastrar esa herida en silencio, ambos vuelcan en Cáit el amor y el cariño que no pueden darle al hijo perdido. "Todo lo que necesitabas era un poco de cuidado", le dice la mujer. El hombre le enseña cómo cuidar a los terneros, la ayuda a leer, la motiva para correr por el campo.
Catolicismo irlandés
Un día, tras observar su indumentaria de chico, aconseja a su esposa que la lleve a la ciudad a comprar ropa adecuada: "Mañana es domingo y no la dejaré ir a misa así otra vez". Todos estos ritos, estos hábitos, estas rutinas, conforman la tarea de afecto que el matrimonio invierte en ella, de tal manera que el personaje de Cáit va cambiando a medida que avanza la película: ya no es tan introvertida, sonríe, se motiva, parece disfrutar de la vida.
The Quiet Girl es uno de esos largometrajes que resultan complejos sirviéndose de pocos recursos: tres intérpretes, una casa, un paisaje. Aquí imperan los silencios, la armonía de los entornos rurales, el toque espiritual que desprenden sus escenas.
Y, sobre todo, el duelo interpretativo entre las dos actrices principales. Nos transmite de manera ejemplar la necesidad de cuidados cuando somos niños. Es una película donde el catolicismo irlandés siempre está presente en los personajes. Hablan de ir a misa, nombran a Dios como llave de petición de ayuda, dicen que el sacerdote les hace rezar para que lleguen las lluvias. Este conjunto de emociones conduce a un final previsible pero muy conmovedor.