Desde reyes hasta el más humilde del ser humano, tiene en sus manos la santidad. Ángela o Aniela Salawa era una mujer sencilla, humilde, pobre. Vivió en unas condiciones lamentables y murió tras grandes sufrimientos. Una vida que podría haber estado llena de desesperanza y que, sin embargo, impulsó a esta mujer a superar todos los calvarios posibles y abrazar la Cruz con alegría.
Si Dios está presenta, nada falta
El 9 de septiembre de 1881 llegaba al mundo la undécima hija de Bartolomé y Eva, una pareja sencilla de herreros y campesinos que vivía en una población árida cercana a Cracovia. Poco pudieron ofrecer a la pequeña en aquel mundo de escasez, por lo que Ángela creció siendo una niña enfermiza y desnutrida. El alimento que no le faltó fue el espiritual. En su casa, Ángela conoció el amor de Dios, que no abandonaría nunca.
Su fragilidad no le permitió a Ángela participar en los duros trabajos del campo como sus hermanos, pero hizo todo lo que pudo para ayudar a los suyos. Acudió muy poco tiempo a la escuela, donde apenas aprendió a leer y escribir. Con doce años empezó a trabajar como empleada del hogar. Cuatro años después se marchó a Cracovia donde vivía Teresa, una de sus hermanas, y continuó con su trabajo a través de la Asociación de Santa Zita, una institución católica que ayudaba a las mujeres que trabajaban como empleadas del hogar.
En aquella época, Ángela parecía querer disfrutar de la vida mundana. Pero los consejos de su hermana, que falleció prematuramente, le volvieron a recordar aquella fe que los suyos le habían inculcado de pequeña. Estando un día en un baile, Ángela tuvo una visión de Jesús quien le preguntó por qué prefería bailar en vez de seguir sus pasos. Desde entonces, su vida cambió radicalmente. Rezar y abandonar sus diversiones mundanas fueron los primeros pasos. El siguiente sucedió en la primavera de 1912 cuando decidió hacerse terciaria franciscana.
Una nueva vida
Ángela continuó con su duro trabajo y en sus momentos de descanso se entregó a la oración y a la lectura de las vidas de santos. En 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, decidió permanecer en Cracovia y convertirse en enfermera. Para entonces, su salud ya de por sí débil, empeoró. A pesar de las dificultades, Ángela Salawa continuó asistiendo a los enfermos y heridos en distintos hospitales de la ciudad polaca encontrando en la oración la principal fuerza para seguir adelante. Durante los últimos años de su vida vivió sola en una habitación minúscula y sin prácticamente alimentos que llevarse a la boca.
Finalizada la guerra, aún tuvo fuerzas para realizar una peregrinación a Chestochowa. Dos años después, su cuerpo ya no pudo aguantar más y falleció el 12 de marzo de 1922. Tenía poco más de cuarenta y un años.
Su proceso de beatificación
En la misa de beatificación celebrada en Cracovia el 13 de agosto de 1991, el Papa Juan Pablo II afirmó: "es para mí una gran alegría haber podido celebrar la beatificación de Ángela Salawa en Cracovia. Esta hija del pueblo polaco, nacida en la cercana Siepraw, vinculó una parte considerable de su vida a Cracovia. Esta ciudad fue el ámbito de su obra, de su sufrimiento, de su maduración en la santidad. Vinculada a la espiritualidad de san Francisco de Asís, mostró una sensibilidad insólita a la acción del Espíritu Santo".
En el recuerdo de esta "sencilla ama de casa", el Pontífice aludió también a la entonces aún beata Eduviges, reina polaca, destacando que todos y cada uno de nosotros podemos llegar a ser santos: "Repetimos estas palabras junto con la Beata Eduviges, Reina de Polonia y 'madre de las naciones'. Y las repetimos junto con la Beata Angela Salawa. Que estas dos figuras femeninas se unan en nuestra conciencia. ¡La reina y la doncella! Toda la historia de la santidad y de la espiritualidad cristiana edificada sobre el modelo evangélico quizás no se exprese en esta simple frase. ¿'Servir a Dios es reinar'? (cf. Lumen gentium, 36). La misma verdad expresa la vida de una gran reina y una simple doncella."