¿Los frascos que contienen el agua y el vino para la misa se llaman vinajeras o vinagreras? Propiamente se denominan vinajeras, para diferenciarlas de las vinagreras que se usan en las comidas, según aclara la Real Academia de la lengua Española:
¿Qué son las vinajeras?
Las vinajeras se utilizan para contener el agua y el vino necesarios para la celebración eucarística.
Suelen estar fabricadas en vidrio o cristal para distinguir el contenido del interior. Cuando están hechos de un material opaco, un signo distintivo ayuda a evitar confusiones. A veces encontramos las iniciales A (de aqua) y V (de vinum).
Originalmente, los "amae", recipientes de vientre redondeado, se utilizaban para almacenar vino. Por lo general, estaban hechos de peltre y, a veces, incluso de oro o plata.
El uso de vinajeras es muy antiguo.
Ya en el siglo IV, el papa Silvestre mencionó el amae de oro o plata que el emperador Constantino dio a las basílicas romanas.
Y en el museo del Louvre hay un ángel del siglo XIV del retablo de la abadía de Maubuisson que lleva en sus manos los dos pequeños frascos para agua y vino.
Las vinajeras son recipientes ordinarios y, por lo tanto, no reciben ninguna bendición especial.
Durante la misa, se colocan sobre una bandeja, a su vez colocada sobre una credencia hasta el ofertorio, y se cubre con una tela llamada manutergio.
El uso de la vinajera de vino no es obligatorio ya que este se puede verter directamente en el cáliz antes de la misa.
El simbolismo del agua y el vino
El sacerdote usa las vinajeras tres veces durante la misa.
Primero vierte el contenido de la vinajera de vino en el cáliz en el momento del ofertorio y luego agrega un poco de agua.
Luego, en el momento del rito del "lavabo" (palabra latina que significa "yo lavaré"), el servidor vierte agua sobre las manos del sacerdote sobre un recipiente.
Este último pronuncia entonces en voz baja las palabras del Salmo 50 : "Lávame de mis faltas, Señor, límpiame de mi pecado".
Finalmente, al regresar al altar después de la distribución de la Comunión, el sacerdote se purifica las manos y pasa el agua restante al cáliz y lo bebe todo. Se asegura así de que no quede nada del pan y del vino consagrados.