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Jesús resucitado, antes de subir al cielo, mandó a sus apóstoles: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19-20).
Es por esto que los apóstoles y demás cristianos de la Iglesia naciente eran conscientes de la absoluta necesidad de administrar el bautismo.
Lo veían como el cumplimiento de un mandato del Señor resucitado. Por eso cuando comenzaron la predicación del Evangelio, bautizaban a todos los que creían en Jesucristo.
¿Para qué pedía Jesús bautizar a todos los pueblos? Pues porque en el bautismo se recibe la salvación. Jesús lo dijo: "El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc 16, 16).
¿Y qué es la salvación? Pues la entrada al cielo.
Una nueva vida
El creer y el recibir el bautismo implica una renovación total de vida, es como volver a nacer.
Por esto se considera el bautismo como un nuevo nacimiento, el inicio de una nueva vida en relación directa con Dios.
Jesús dijo: "Si no renaces del agua y del Espíritu Santo, no puedes entrar en el Reino de los cielos" (Jn 3-5).
"El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación. Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (Mt 28, 19-20; DS 1618; LG 14; AG 5)…
La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del Espíritu" a todos los que pueden ser bautizados...".
El Bautismo, puerta al cielo
El bautismo, al comunicarnos la vida de la gracia, que no es otra cosa que la vida divina en nosotros, nos hace hijos de Dios Padre, hermanos de Jesucristo, templos del Espíritu Santo y miembros de la Iglesia. Pero aún hay más:
"Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios".
El Bautismo, al garantizarnos la entrada al cielo, nos hace santos pues la santidad consiste precisamente en vivir en gracia de Dios, en llevar en nosotros la misma vida divina.
Sí. El bautismo nos hace santos porque nos quita el pecado, y nos devuelve la plenitud de la gracia santificante.
"En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la culpa original, sea de cualquier otra cometida u omitida por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas".
Feliz para siempre
A partir del valioso don de la gracia conferido en el bautismo, que no solamente limpia nuestra alma de todo pecado sino que nos comunica la misma vida divina haciéndonos santos, tenemos la posibilidad, si se muere después del bautismo, de gozar inmediatamente de la felicidad de Dios mismo.
Y comprendemos por tanto que el día más importante de nuestra vida fue el día de nuestro segundo nacimiento a una vida sobrenatural.
Después de estas consideraciones es fácil comprender la importancia y necesidad del bautismo.
De manera pues que muriendo físicamente después del bautismo se tiene garantizada la entrada al cielo.
Un día en que la Iglesia venera a todos los inocentes
Desde el siglo IV, la Iglesia celebra cada 28 de diciembre la memoria de los niños a los que hizo asesinar Herodes por causa de Jesús (Mt 2, 16-17). La tradición litúrgica los llama Santos Inocentes y los considera mártires.
Y aquellos inocentes muertos por orden de Herodes, subieron al cielo a recibir el premio de las almas que no tienen culpa alguna.
Y sin duda, desde allá intercedieron ante Dios por sus afligidos padres y pedir para ellos bendiciones.
Desde siglos los sentimientos de ternura de toda la Iglesia han rodeado su memoria. Y a estos sentimientos se ha unido la constante indignación por la violencia con que estos pequeños mártires fueron arrancados de las manos de sus padres y entregados a la muerte.
De manera pues que toda la Iglesia venera a aquellos niños de Belén y alrededores que, sin tener la fe cristiana ni haber recibido el Bautismo de manera tradicional, murieron por Cristo.
La Iglesia considera como santos a esos centenares de inocentes mártires que pregonaron la gloria de Dios no con palabras sino dando la vida por Jesús.
Es más, la Iglesia pide la intercesión de esos santos inocentes. Recordemos la oración colecta de la misa de ese día:
"Los mártires inocentes proclaman tu gloria en este día, Señor, no de palabra, sino con su muerte; concedemos, por su intercesión, testimoniar con nuestra vida la fe que confesamos de palabra. Por nuestro Señor Jesucristo…".
También nosotros les rogamos a ellos que intercedan por nosotros, pobres y manchados que no somos nada inocentes sino muy necesitados del perdón de Dios.
Y si la Iglesia los venera es porque en verdad son santos son bienaventurados en el cielo y como tal interceden por nosotros.
Pide su intercesión
En consecuencia, después de conocer la excelencia del sacramento del bautismo y su necesidad, y de considerar la santidad bautismal recibida de pequeños, y después de verificar la santidad de los pequeños mártires inocentes es fácil de entender que los bebés y niños muertos después del bautismo ya se han salvado, han entrado al reino de los cielos, son santos y por tanto son dignos de nuestra veneración.
La Iglesia, aunque no de manera magisterial y explícita, por sentido común considera santos a los bebés y niños que murieron con el bautismo; en consecuencia se les puede pedir la intercesión.
Un bebé o un niño bautizado cuando muere entra a gozar de Dios inmediatamente en el cielo pues él no necesita, en absoluto, nada que purgar.
Y si tiene la visión beatífica de Dios pues es totalmente santo. Y si es santo, entrando a la gloria celestial, es parte de la Iglesia triunfante, y será, al igual que todos los demás santos, intercesor de nosotros los miembros de la Iglesia militante.
Son santos porque ven a Dios cara a cara tal cual es (Mt 5, 8; 1 Jn 3, 2; Ap 22, 4) y sin duda lo aman a la perfección; es imposible conocer a Dios y no amarlo.
Santos, no ángeles
Hay que hacer aquí una aclaración: estos bebés y niños pequeños son santos, no son angelitos, como usualmente se les dice.
Los ángeles se diferencian de los seres humanos, sin importar la tierna edad a la hora de la muerte, en que no tienen cuerpo; un bebé o niño sí tiene cuerpo y también tiene alma. Los ángeles ni tienen cuerpo ni tienen alma.
A estos pequeños santos los venerarán quienes los conocieron, especialmente sus padres, padrinos, y demás familia.
La Iglesia los recordaría con igual veneración en la solemnidad de Todos los santos.
Seguro que están en el cielo
Estos santitos no necesitan un proceso de canonización y, en consecuencia, tampoco serán propuestos por la Iglesia como modelos de santidad, aunque lo sean, porque, entre otras cosas, la Iglesia no los conoce.
Un proceso de canonización busca constatar la santidad extraordinaria, no la ordinaria, que se recibe en el bautismo.
En un proceso de canonización se tienen que verificar normalmente dos milagros para comprobar que alguien está en el cielo, certificar el hecho y, en consecuencia, proponer a dicha persona como modelo de seguimiento a Jesucristo.
Ese proceso no es necesario adelantarlo con los bebés y niños muertos después del bautismo.
¿Por qué? Se supone que no se debe adelantar ningún proceso canónico, aunque con su intercesión hagan milagros, simplemente porque ya que se tiene la absoluta certeza de que ellos están en el cielo.
Celebrar el día de su muerte corporal
¿Cuándo celebrar en familia la santidad de estos pequeños? Como con el resto de todos los santos, el dies natalis, el día su muerte física o corporal.
En la tradición de la Iglesia, el momento de la muerte ha sido considerado como el dies natalis, el día en que el cristiano nace a la vida verdadera.