¿Cómo viviría esta Navidad una de las más grandes místicas de todos los tiempos, santa Teresa de Ávila (1515-1582)?
Para la doctora de la Iglesia, Navidad es contemplar a Dios hecho niño, que lloró al nacer para enjugar nuestras lágrimas y pecados con su misericordia.
Ocho villancicos
Su contemplación de "la divina Humanidad de Cristo" la dejó recogida en sus poco conocidos "villancicos", poesías navideñas de las cuales nos han llegado ocho.
Se inspiran en los episodios de los Evangelios sobre la infancia de Jesús: el nacimiento, los pastores, la circuncisión, la visita de los Reyes... El resultado es una curiosa amalgama de alegría festiva y profundidad sentida.
Alegría festiva, pues a santa Teresa le encantaban las festividades navideñas. Los testigos de la época cuentan que, cuando cantaba, la santa desentonaba. Sin embargo, en Navidad, y solo en Navidad, por su alegría, su voz se convertía en melodiosa.
La profundidad sentida de sus villancicos hay que descubrirla en el momento mismo de su conversión, que tuvo lugar a los 39 años (en 1554), después de vivir veinte como religiosa carmelita en el monasterio de la Encarnación de Ávila, según ella, de manera mediocre.
En el origen, su conversión
Todo cambió cuando un día contemplaba imagen de Jesús en el momento de su Pasión, un Ecce Homo.
Ese día comprendió lo que Cristo padeció por nosotros suplicios inenarrables. Al ver su sufrimiento, su corazón quedó traspasado. Ese día decidió corresponder totalmente a su amor. Ahí comenzaría todo para ella, cambiando la historia de la Iglesia.
Esa experiencia tan intensa la vivía también en el misterio de la Navidad, que para ella estaba íntimamente ligado al misterio de la pasión y muerte de Jesús, la Pascua.
Presenta al recién nacido, en sus villancicos, como el "Cordero" que se ofrece al Padre, para quitar el pecado del mundo, y con él quitar las penas que asolan a la humanidad.
Para Teresa la Navidad no era el recuerdo de algo que había sucedido cientos de años antes: era una verdadera vivencia. Teresa revive en la liturgia el anuncio del ángel "ha nacido HOY, en la ciudad de David, un Salvador" (Lucas 2, 11).
Felices Pascuas
Eso explica por qué motivo, en sus cartas, le gustaba tanto felicitar a los demás con el deseo tradicional de muchas regiones de habla hispana: "¡Felices Pascuas!".
Ese saludo ancestral recogía la enseñanza de Teresa de Ávila sobre la Navidad, que conduce siempre a la Pascua, y no se entiende, en todas sus consecuencias, sino desde la culminación vital de la Pascua.
Pero, dejémonos de comentarios, y dejemos que sea ella misma quien nos lo cuente, en este villancico titulado "Sangre en la tierra".
SANGRE EN LA TIERRA
Este niño viene llorando,
mírale, Gil, que te está llamando.
Vino del cielo a la tierra
para quitar nuestra guerra.
Ya comienza la pelea,
su sangre está derramando:
mírale, Gil, que te está llamando.
Fue tan grande el amorío,
que no es mucho estar llorando.
Que comienza a tener brío,
habiendo de estar mandando:
mírale, Gil, que te está llamando.
Caro nos ha de costar,
pues comienza tan temprano
a su sangre derramar:
habremos de estar llorando.
Mírale, Gil, que te está llamando.
No viniera él a morir,
pues podía estarse en su nido.
—¿No ves, Gil, que si ha venido,
es como león bramando?
Mírale, Gil, que te está llamando.
Dime, Pascual: ¿Qué me quieres,
que tantos gritos me das?
—Que le ames, pues te quiere,
y por ti está tiritando.
Mírale, Gil, que te está llamando.
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