Durante los diez primeros minutos de “La vraie famille”, título original de la película francesa de Fabien Gorgeart “Una familia verdadera”, vemos al matrimonio formado por Anna (Mélanie Thierry) y Driss (Lyès Salem) jugando en la piscina con sus tres hijos, de edades comprendidas entre los 6 y los 11 años; vemos cómo la madre lleva al más pequeño, Simon (Gabriel Pavie), a la misa del domingo; vemos las rutinas habituales de una familia feliz de clase media.
Pronto sabremos que Simon fue adoptado por ellos cuando tenía 18 meses tras una doble tragedia: la madre murió y, a consecuencia de la pérdida, el padre entró en una espiral de tristeza y depresiones, por lo que apartaron al bebé de su lado porque no estaba en condiciones de cuidarlo.
Una vez transcurridos esos minutos iniciales de alegría y complicidad, Anna acude con el pequeño a los servicios sociales, donde le comunican que Eddy (Félix Moati), el padre biológico de Simon, se ha repuesto por completo y quiere recuperarlo para que vivan juntos.
El proceso de adaptación será paulatino y, en principio, incluye que Simon pase los fines de semana y las vacaciones con Eddy. Anna acepta porque no tiene más remedio, pero no se adapta.
La decisión va creando un clima de enfados y llantos por parte de sus hermanos, que ya no pueden estar siempre con él, y de tensiones entre padre y madre: él se esfuerza por cumplir las condiciones de la trabajadora social y ella infringe algunas de ellas para pasar más tiempo con el crío.
Entre todo ese trastorno doméstico destaca un hecho irreversible: poco a poco Simon se apartará de su familia porque la acogida es temporal. ¿Y qué quiere Simon? Por un lado entiende que debería estar con su padre; por el otro, se ha acostumbrado a jugar y a divertirse con sus hermanos, llama “mamá” a Anna y, cuando llegan las fiestas de cumpleaños y las vacaciones familiares, también quiere quedarse con ellos. Esto provocará algunas fisuras en la relación con Eddy.
Retrato de una madre que ama y sufre
Si hace poco hablábamos de la adopción en “Familia al instante”, ahora retomamos el tema con “Una familia verdadera”. Sin embargo, allí donde la comedia nunca oscilaba por completo hacia el drama, aquí acaba volcándose hacia este segundo género.
El filme francés también incorpora situaciones que basculan entre lo divertido y lo entrañable, como cuando los niños se disfrazan para celebrar Halloween o cuando todos acuden a la misa de Navidad y Simon enseña a sus hermanos a persignarse.
Ambas películas plantean lo mismo: ¿cuál es la verdadera familia? Y ambas terminan desembocando en finales distintos aunque las premisas y las intenciones sean similares, con su alusión velada al conflicto entre la razón y el sentimiento.
Si uno investiga un poco sobre la película, descubrirá que el episodio es más o menos autobiográfico: la familia del director, Fabien Gorgeart, adoptó a un niño durante unos años. El impacto y el cariño que aquello le provocó conformaron la base de su guión.
El auténtico enfoque del filme se centra en el retrato de la madre. En cómo una madre lucha, sufre, se esfuerza, se sacrifica, tanto por sus hijos biológicos como por su hijo adoptado.
Sabe que con unos y con otros el tiempo es breve, como escribía Gina Berriault en "El hijo": "Las madres siempre forman parte del pasado, nunca del futuro". Es ejemplar el trabajo de la actriz, Mélanie Thierry, que aporta numerosos matices a su interpretación y logra que el espectador sienta empatía con su dolor. El cineasta, aunque construye la historia principalmente alrededor de Anna, también nos hace partícipes de la angustia del padre biológico y de los demás implicados.
La película, estrenada en Movistar, puede verse en familia a partir de los 12 años. Aunque no deberían verla quienes estén involucrados en la adopción: puede que sufran el doble que otros espectadores.