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Me cuenta una persona que conoce a varias parejas que, después de vivir juntos varios años, han decidido casarse "por la Iglesia". Aunque se alegra mucho, no acaba de entender por qué toman esta decisión. Trataré de responder a esa consulta:
Puede suceder que el amor que comenzó con una atracción inicial crezca, vaya superando etapas (atracción, enamoramiento) y haya llegado a ser un amor maduro. Esto se nota cuando:
-los enamorados ya no sólo muestran los aspectos más atractivos de cada uno;
-se ha generado una relación de confianza;
-han podido ir, poco a poco, mostrando también sus fragilidades, sus dificultades, sus defectos…
Cuando esto se ha producido, quiere decir que se conoce la verdad de la otra persona. Esto es esencial para el amor porque, si no te conozco realmente, no estoy enamorada de ti sino de una persona que no existe.
Cuando se supera la etapa del deslumbramiento (que no del gozo, que no desaparece), desde el conocimiento real del otro, desde ese amor maduro, es el momento de elegir qué tipo de unión desean crear para compartir un proyecto de vida juntos.
La fuerza del "para siempre"
En ese camino del amor, hay todavía un paso más, marcado por el “para siempre”: el amor maduro puede convertirse en un amor definitivo, en un amor matrimonial.
Esta característica (“para siempre”) forma parte de la misma estructura del amor auténtico. Pero, hoy en día, no está recogida ni protegida en las legislaciones civiles.
Sólo la ley, doctrina y magisterio de la Iglesia Católica siguen proclamando la verdad sobre el amor humano: que el amor auténtico entre un hombre y una mujer pide ser para siempre, una donación total, una entrega sin reservas.
Como hoy en día sólo la Iglesia enseña esta verdad, no me extraña que las parejas que se quieren y se quieren querer cada vez mejor se acerquen a su enseñanza; y que descubran en el magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio la guía que les muestra el camino para vivir este amor.
Es cierto que, fácilmente, pueden asustarse ante una propuesta “para siempre”. Me parece sensato pensar “nos gustaría vivir nuestro amor así, pero ¿podremos?”.
Reconocer la propia fragilidad es otra de las razones que lleva a las personas a acercarse a la Fuente del Amor: sólo Dios, presente en el compromiso de amor de dos personas, puede garantizar que esa unión llegue a plenitud. Y así, confiar la propia unión en las manos de Dios (casarse “por la Iglesia”) es pedirle que nos dé la gracia, la ayuda, para vivirlo
En la propuesta de la Iglesia Católica encontramos la mejor forma de vivir el amor conyugal. Y contamos con la presencia amorosa de Dios, que nos ayuda. Pero no olvidemos que a Dios le gusta servirse de los hombres para ayudar a otros: además de proponer la verdad del amor, no dejemos de compartir con los matrimonios las alegrías y las dificultades, de acompañarles y sostenerles en el camino de su vida.
Puedes hacer llegar tus preguntas a consultorio@aleteia.org. También puedes dirigirte al Instituto Coincidir.