—La verdad es que, a mis cincuenta años, sin culpar a nadie, siento una extraña insatisfacción en mi vida —contaba una señora en consulta.
—Hábleme un poco de sus motivos —le propuse amablemente.
—Bueno, tengo un buen esposo e hijos ejemplares y aun cuando siempre hemos luchado en lo económico, no nos han faltado los medios necesarios. Pasa que me contrarío, pues me doy cuenta de que ya no alcanzaré a vivir ciertas experiencias, como hubiera querido. —agregó con expresión de cierto desasosiego.
—Por lo que cuenta debería sentirse feliz y afortunada… ¿Qué le ha influido para sentirse así? —le pregunté.
—Debo ser una tonta, pero siendo sincera, me comencé a sentir así cuando empecé a participar en las redes sociales, con amigas y conocidas de la juventud, a las que tengo años de no ver.
Fueron varias las charlas, en las que finalmente, mi consultante reconoció aquellos aspectos esenciales en los que es verdaderamente afortunada, lo que le ayudó a identificar y superar esos espejismos, que en tantas personas producen frustración.
¿Cuál es la trampa de esos espejismos?
En las redes sociales, aparecen personas conocidas o desconocidas, radiantes de felicidad, exhibiéndose lo mismo en una actividad extraordinaria, que en los escenarios más encantadores o en el transcurso de un maravilloso y placentero viaje. Siempre con evidente espíritu festivo.
Selfies de instantes mágicos, al comer un caro platillo, disfrutar de una fina bebida o situaciones que pretenden mostrar sensaciones afectivas palpables.
Lo cierto es que esas imágenes corresponden a pocos hechos sobresalientes en la mayoría de las personas. En otros casos, los menos, ciertamente exhiben a personajes con ese éxito, que tanto celebra la sociedad y que paradójicamente suele provocar envidia.
Parecieran el culmen de una vida… pero no es así.
Más que otra cosa, se trata de un espejismo que muestra solo metas humanas, que siendo legítimas, no tendrían nada de malo salvo que, para algunos, la vida se reduce a ello.
Eso explica que, en algunas personas, el mucho uso de las redes sociales suele incrementar la sensación de infelicidad, sobre todo cuando se tiene una idea hedonista y materialista de la vida, por lo que, al compararse con lo que suponen la plenitud de las otras, dudan de su propia felicidad.
Entonces nace la frustración, la envidia y cierta forma de resentimiento con la vida en general.
Es por eso que tratando demostrar que “se es” porque “se tiene”, a la menor oportunidad entran a divulgar eventos particulares de su vida, como si perdieran su sabor o su sentido por no haber enterado a los demás.
Ocultan las penas
Y en esas virtualidades ocultan las penas, propias de la existencia humana.
Se crea así una dependencia de la opinión ajena, por la que en ocasiones se realizan actividades o compran cosas con dinero que no se tiene, para impresionar y causar envidia a personas a las que no se trata, o no se aprecia.
Es momento de hacer un alto
Hace falta un alto en el camino y recapacitar.
No hay dos vidas iguales, no tenemos por qué tener las mismas ideas, gustos, modos de pensar y de hacer de otros. Debe ser así, cuando tenemos nuestro modo propio de plantar nuestra semilla, de cuidar la planta, y recoger sus frutos.
Frutos, que la más de las veces, nacen de nuestra vulnerabilidad superada a través de luchas y vencimientos que solo Dios conoce.
Frutos que recogemos al caminar cada día, con humildad y agradecimiento por la gratuidad de tantos dones.
Dones tan valiosos que evitan la necesidad de compararnos.
La vida es mucho más que lo que muestran las redes sociales.
Por Orfa Astorga de Lira
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