"No valgo nada", "Mi vida no tiene sentido", "Apesto", "Mejor morir que vivir así", "Soy inútil", "Todo va mal", "Nada cambiará"...
A todos, más o menos, ha pasado en algunos momentos que somos invadidos en el corazón y la mente por palabras feas sobre nosotros mismos y los demás, pensamientos negros que como poderosos imanes atraen a otros mil, uno tras otro en un loco vórtice que te quita energía, te llena el alma de pesar y, lo más inquietante, te hace mantenerte enfocado solo en ti mismo. El mundo no existe, las personas que te rodean pierden importancia, estás solo tú y tu malestar, tú y las cosas que no funcionan como deberían, tú y los latidos de tu corazón, tú y tu ansiedad, tú y tu infelicidad.
Recuerdo que el primer año de matrimonio me pasaba, después de discutir con mi marido, ser asaltada por terribles pensamientos que me inmovilizaban en el sofá llorando. Pensamientos desconectados e incontrolables que llegaban a cuestionarlo todo y a arrojar barro sobre el matrimonio, mi marido, yo misma, mi vida. Algo dentro de mí absolutizaba y dramatizaba ese malentendido, prendiendo fuego a todo.
¿Pero de dónde venían esos pensamientos negativos? ¿Quién es el que hablaba dentro de mí?
Un día confié esta tristeza a mi madre y ella, consolándome, me sugirió que no escuchara esas "voces" que ciertamente no venían de Dios: "Haz la señal de la cruz, bebe tres sorbos (Padre, Hijo y Espíritu Santo) de agua bendita y reza, recita el Ave María". Obedecí y me di cuenta de que inmediatamente estaba mejor, el sabio consejo de mi madre, una teóloga sin título, funcionó.
Sin embargo, si no la hubiera escuchado, nunca lo habría sabido. Porque si no le pedimos ayuda a Dios, si no le pedimos el Espíritu Santo, ¿cómo podemos recibirlo? Mi madre a menudo me sugería que en esos momentos estuviera en compañía y me mantuviera involucrada en actividades manuales: doblar la ropa, preparar la cena. Esto también fue muy útil para mí. Pude "aprender" en poco tiempo una manera de lidiar con la tristeza y el flujo negativo interno que ocasionalmente ocupaba mi corazón.
Hace poco leí el hermoso libro Sto benissimo, sofro molto (en español: "estoy muy bien, sufro mucho"), del Padre Maurizio Botta, que edita Edizioni Studio Dominicano y que recoge algunas de sus catequesis realizadas dentro del ciclo de encuentros "Cinco pasos al misterio".
El miedo y la ansiedad que quitan la alegría
En el quinto capítulo, titulado "Culpa que mata. Cuando el miedo y la ansiedad te quitan la alegría", el autor explica muy bien esta incesante catapulta en la mente de palabras, frases, pensamientos, imágenes negativas y ofrece consejos, a partir de su experiencia personal y de los pasajes del Evangelio, para contrarrestarlos.
Escribe el padre Maurizio:
Ir al psicólogo ayuda, ¡pero no es suficiente!
Y continúa enfatizando la estima personal que tiene por la psicología y las ciencias humanas, que son necesarias principalmente para que él mismo comprenda tantos mecanismos de la mente y para aquellos que los necesitan por razones importantes, especialmente cuando este mal diálogo se convierte en una enfermedad real.
Pero hay un problema en su opinión cuando las ciencias humanas se idolatran y se plantean como explicación y solución a todo, porque en realidad no pueden ser suficientes, continúa Botta. Acudir a un psicólogo, sabiendo que hay dinamismos mentales puntuales, que el superego existe, que "tienes en la cabeza modelos de perfección delirantes, irracionales y estás sufriendo solo por esto" sirve, es bueno, pero no te quita el miedo", dice el autor.
¿Cómo distinguir cuando Dios habla dentro de nosotros?
La catequesis procede tocando un punto fundamental: si Dios existe y nos habla, ¿cómo podemos entender si es Él quien habla dentro de nosotros? Cuando una palabra, una frase, un pensamiento viene a nosotros, ¿cómo entendemos si viene de Él o no?
Cómo eliminar las voces que nos alarman
1) Debemos tener en cuenta algo que no se nos dice: la batalla espiritual es una batalla, dice el padre Maurizio Botta.
2) Cuando tenemos estos malos pensamientos, es importante decirle la verdad al Señor, sin esconderle nada, y dar esa fealdad en limosna:
3) Otro aspecto fundamental es no escucharlo demasiado:
Más herramientas
4) ¡Y luego está el arma más poderosa: la corona del rosario!
5) Por último, pero siempre primero, oración incesante:
¿Por qué no estamos en paz y en alegría?
El padre Maurizio escribe que no tenemos la alegría plena que Cristo quiere donarnos – y que nuestro corazón desea – porque no vivimos el mandamiento que Él nos ha dado, "Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" y no pedimos al Señor que nos haga amar de esta manera a los que tenemos a nuestro lado y a nosotros mismos. ¡Comencemos a hacerlo ahora!
¡Quiero amar, Señor, como tú amas!
Que así sea.