Si hay algo que me entristece profundamente es haber andado por la vida pecando sin haber tomado antes conciencia, verdadera conciencia, de mis pecados y encontrado mucho antes a Dios.
A pesar de que tenemos el sacramento de la reconciliación para recuperar la gracia y la vida de Dios en nosotros, los pecados del pasado, aunque sean leves -por decirlo de alguna manera-, siempre hieren nuestra semejanza con Dios.
Nos recuerdan, sin embargo, lo necesitados que estamos de que Dios se manifieste en nosotros de modo que no exista cabida para el pecado.
Lo cierto es que mientras más tardemos en convertirnos, mayor será el pecado por el cual tengamos que arrepentirnos.
Por eso es tan urgente acercarse frecuentemente al sacramento de la confesión y vivir continuamente en un examen de conciencia para caminar en la santidad a la que estamos llamados como hijos de Dios. Jamás permitirnos seguir apartados de su amor.
Permanecer en Dios
De joven luchaba mucho con la oración. Creo que no sabía bien cómo rezar. Si me dirigía a Dios, siempre era para cuestionarlo, para plantearle mis problemas.
No esperaba nunca recibir respuesta. Solía ser siempre una seguidilla de peticiones para poner en orden mi vida y vivir feliz.
Qué diferente era mi oración a como la hago hoy. Y eso que aún sigo luchando con los momentos de oración. Que si son muy cortos, que si siempre estoy distraída, que si son poco formales, que son menos dignos o hermosos que los de otros,...
Hoy creo que lo importante es permanecer en Dios. No permitir de ninguna manera que pase ni medio día sin dedicarnos a contemplar su amor, su presencia, sin agradecer lo maravilloso que es tenerlo cerca.
Es como un amigo fiel íntimamente unido a nosotros por los santísimos sacramentos, signos visibles de su presencia y de su amor en todo momento de nuestras vidas.
Buscarlo como a un amigo, buscar su Voluntad.
La importancia de la oración
Aquel que no reza y se olvida, pronto peca y no le dolerá la ofensa cometida, correrá cada vez menos a reconciliarse con nuestro Señor.
Olvidará pronto sus enseñanzas y sus mandamientos. Y entonces empezará a caer en las cosas del mundo, a creer que lo bueno es bueno porque todos lo hacen.
Y no sentirá remordimiento alguno porque hace rato que no escucha la voz de Nuestro Señor llamándolo de vuelta al camino.
Esta situación es de lo más triste. Porque entonces no pasará una hora sin haber cometido un pecado porque Dios está allá muy lejos, en el cielo o en la Biblia, pero muy lejos de uno.
Esto que pongo en palabras me recuerda al pasaje de los Evangelios que dice: “Porque al que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mc 4, 25).
Jesús cuando dice esto estaba explicando cuál era la razón por la que hablaba en parábolas y no con mayor claridad.
Buscar
Y es que, para entender a Dios, para convertirse, para entrar al Reino de Dios hay que tener la voluntad de un discípulo, digamos que la de un niño que quiere y busca entender, que se deja asombrar, que trata de absorber lo que recibe.
Pero hay quienes simplemente no lo reciben. Entonces a aquellos, incluso la poca fe que tenían, si no buscan fortalecerla, pues incluso esa frágil fe la perderán.
Hoy escuchaba a una periodista que decía que a ella no le importaba el cristianismo, ni Dios, ni sus mandamientos y que dejemos de meternos en la vida de los demás.
Recalcaba: no me importa lo que dice la Biblia, y lo repetía una y otra vez. Qué duro, ver cómo podemos ir cayendo y no poder advertir a alguien porque no quiere escuchar.
Al final, la salvación siempre vendrá por nuestro Señor Jesucristo. Qué pesar sentiremos cuando veamos qué diferente es el amor que Él nos propone al amor que nosotros practicamos.
Cuando sientas que falta el amor
Cuántas ofensas, cuánto desprecio, cuántas veces al día dejamos de practicar su llamado a la conversión y al amor al prójimo, incluso al enemigo, al que nos hiere, cuán faltos de amor...
¿Y qué podemos hacer? Hoy leía una cita de Madre Angelica, y decía:
No hay nada más que añadir, perseverar en la oración hoy, no mañana, no en una hora. Ahora, en el presente, para que cuando lleguen aquellos momentos sepas discernir entre el bien y el mal y elegir siempre los caminos de Dios.
Despreciar a Dios
Muchos no lo eligieron. En el Antiguo Testamento, Israel era el pueblo sagrado de Dios, aquel pueblo mimado, separado del resto, al que Dios se había revelado, al único de entre todas las naciones.
Cómo caminó con ellos, cómo les enseñó sus preceptos, sus caminos, su justicia...
Cuántas advertencias frente al mal del mundo del que los rescataba, aquel del que tenían que alejarse, pero cuántas veces caían una y otra vez lejos de Dios, cuánto desprecio, cuánto abandono.
Tenían a Dios, pero querían un Rey como los otros pueblos. Tenían un Dios que les hablaba frente a frente, pero preferían dirigirse a Moisés.
Tenían su presencia, pero querían un ídolo y entonces fundieron una escultura de oro.
Tenían a un Dios Vivo, fiel y misericordioso, pero ellos querían dioses como los de las otras naciones, dioses fabricados por las manos del hombre, dioses huecos, que no hablan, que no tienen voluntad que no son nada.
Tenían una relación con Dios, pero seguían los caminos caprichosos del mundo, y las consecuencias llegaron. Fueron exiliados, separados, dispersados, perdieron su tierra, su templo, olvidaron a Dios.
Cristo lo hará todo nuevo
Pero todo está llamado a ser reconstituido en Cristo, y esa es la esperanza en la que vivimos, que todo será regenerado por su amor y su sacrificio.
Mirar sus caminos y relacionarnos íntimamente con este Dios que está vivo y es cercano es nuestra única tarea.
En Él nos reconocemos hijos Suyos y si seguimos por este camino, pronto sentiremos en lo más hondo de nuestro corazón aquellas palabras dirigidas a Cristo, esta vez sobre nosotros: “Este es mi hijo muy amado”.
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