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Los nombres de los dos mártires de la Tarahumara, los padres jesuitas Javier Campos (“Gallo”, por su facilidad para imitar el canto del ave y que usaba para "anunciar" su llegada a los pueblos de la zona) y Joaquín Mora (“Morita”, por su forma de ser calmada y condescendiente) estarán ligados para siempre a este territorio de los rarámuri al que entregaron por décadas su servicio y donde, finalmente, dieron su vida.
Siguiendo un ritual rarámuri, al padre Gallo –quien tenía 51 años de evangelizar las barrancas—lo sepultaron una semana más tarde de su asesinato, a la hora exacta en la que ocurrió: las 14:19. Al padre *Morita *lo hicieron diez minutos más tarde, en lugares distantes uno del otro, en el mismo atrio del templo de San Francisco Javier en Cerocahui, Chihuahua, situado en la barranca de Urique, en el corazón de la Sierra.
El padre *Gallo *era el superior de las tres casas que han establecido los jesuitas desde la década de los sesenta del siglo pasado en la Sierra Tarahumara: Creel, Cerocahui y Samachic. La ceremonia de sepultura se llevó a cabo entre lágrimas y aplausos del pueblo fiel, después de haberse celebrado la última Misa de cuerpo presente en el pequeño templo de San Francisco Javier.
El verdadero amor por los amigos
Afuera del templo, se agolpaba la población de la zona y fieles que venían de lugares recónditos de la Sierra, que los pies de los jesuitas asesinados cuando daban la extremaunción a una persona que huía de los sicarios pertenecientes a una banda delictiva dirigida por Noriel Portillo Gil, un personaje al que llaman “El Chueco”, habían recorrido durante años de evangelizar y compartir el escaso pan de los rarámuri.
Alguien del pueblo repartió a los fieles pequeños volantes con la fotografía de los dos jesuitas y el pasaje evangélico de San Juan 15 13-17: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Los jesuitas Campos y Mora lo hicieron. A sabiendas de que los criminales que han llenado la Sierra Tarahumara de sangre iban drogados, y que su vida corría enorme peligro, no dudaron en tratar de calmarlos y en darle la extremaunción al guía de turistas de la zona, Pedro Palma.
Durante la homilía, el provincial de los jesuitas en México, el padre Luis Gerardo Moro, subrayó: “En este altar fueron asesinados nuestros hermanos Javier y Joaquín, aquí están los orificios de las balas, aquí ofrecieron su vida por amor al pueblo rarámuri y al pueblo mestizo de estas tierras serranas”. Acto seguido exigió a las autoridades federales y estatales, “una estancia permanente hasta que tengamos paz en la Tarahumara”.
¡Ya basta de violencia e impunidad!
Por su parte, el obispo de la Tarahumara, Juan Manuel González, fue enfático: “¡Un hasta aquí a la violencia y a la impunidad, un alto a las fuerzas del mal que se disfrazan con piel de oveja para arrancar de nuestras vidas esos valores humanos y cristianos que tanto nos ha repetido el Papa Francisco!”.
Al terminar la Misa un grupo de rarámuri danzó al lado de los féretros, los incensó y los adornó con “la ofrenda”, la canasta con los objetos que los caracterizaban en vida: “Son símbolos que nos hablan de la sencillez de estos dos hijos de Dios, de nuestros hermanos, y hoy, a nombre de la Compañía de Jesús, queremos ofrecerlo como parte de esta ofrenda”, dijo el padre Moro.
De inmediato, las campanas del templo de Cerocahui comenzaron a doblar. Y con ellas, las campanas de todos los rincones de la Sierra Tarahumara. Eran campanas de tristeza y, en este territorio tan áspero, tan abrupto, tan alejado de las “bondades del progreso humano”, también de alegría: dos mártires regaron su sangre para que crezca en ellos el amor a Dios, a su Santísimo Hijo y a su Madre, la Virgen María.
La sangre derramada y las flores de México
El padre Gallo y el padre Morita serán como esas flores que dibuja en rarámuri (lo presentamos traducido al castellano) el poema de la indígena Dolores Batista (1962-2004) que intituló Mésiko nilúame Sewá (Canción de las flores de México):
Voy a mirar las flores
que se levantan en el campo.
Cuidaré diferentes flores
protegeré todas las que haya
para que vuelvan hermosos
nuestros montes.
Serán sesenta y dos flores
unas grandes, otras pequeñas
no importa que sean de varias formas.
Esas flores son los idiomas
que se hablan en todo México
los idiomas de todos los indígenas
que habitan en todo México;
cantando en todas las llanuras
y por los bosques también
en las cañadas y en las riberas
cantando por todo México