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Espíritu Santo: tu abogado, consolador, ayudante, defensor, protector

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Paweł Rytel-Andrianik - publicado el 07/06/22
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Lo que es bueno en nuestra vida, como el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el autocontrol, es fruto del Espíritu

Jesús mismo llama al Espíritu Santo el Paráclito. Él y Dios Padre saben mejor quién es el Espíritu Santo. Entonces, ¿qué significa este misterioso nombre de Paráclito?

La palabra griega original "paraklēton" que utiliza Jesús es difícil de traducir con una sola palabra. Tiene un significado tan profundo que a veces se traduce de varias maneras: como abogado, consolador, ayudante, defensor, protector.

Los Padres de la Iglesia latina tradujeron con mayor frecuencia el nombre Paráclito como Advocatus.

Nuestro abogado

El Espíritu de Jesús es nuestro "abogado". Encontramos muchas veces en este mundo intentos de demostrar que seguir a Cristo es un error. Somos incomprendidos o ridiculizados.

Entonces necesitamos el Espíritu que defiende la Verdad del Evangelio, es decir, la paz y la certeza en nuestro interior de que Jesús vive.

San Pablo escribe que lo que es bueno en nuestra vida, como el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el autocontrol, es fruto del Espíritu (Gálatas 5, 22-23). Anima a los creyentes a dejarse guiar por el Espíritu Santo.

El Paráclito es el que cuida de nosotros y nos anima (gr. parakaleo) a no detenernos en el camino de la fe, a no perder la paz del corazón, es decir, la certeza de que el Resucitado está con nosotros.

Es un consolador en el sentido de que nos da ánimo y aliento en momentos de dudas y dificultad.

El Abogado nos conoce y es nuestro Defensor, el Paráclito nos anima y sostiene en la fe, es nuestro consolador y protector. Este es el Espíritu Santo que Jesús nos da.

Llámalo

El Espíritu Santo nos da libertad y no se impone. Él viene cuando lo invocamos. Hay tantas situaciones en la vida en las que necesitamos la luz y la ayuda del Espíritu Santo. De ahí que muchas personas recen un himno, o al menos una estrofa, cada día:

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