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Era pintora, poeta, fotógrafa y artista. Fue uno de los iconos de la movida madrileña. Pero sobre todo Ouka Lele era una buscadora incansable. “El cielo empieza aquí”, afirmaba en una entrevista que publicábamos en Aleteia y sentía la vida como “una gran obra de arte, donde el musgo de los bosques “es la alfombra de Dios”.
Bárbara Allende Gil de Biedma (así se llamaba) tuvo una vida llena de cultura y de arte. Su padre arquitecto y su madre amante del teatro. Pintor era su abuelo y sus bisabuelos eran amigos de Sorolla. Su camino estaba marcado. El arte era lo suyo. De pequeña contaba cuentos a sus hermanos e incluso tenía un catálogo con todos ellos (así podían escoger la temática preferida.
De ahí pasó a la pintura, a las fotos y a la escritura: “En cierta ocasión, le dije a un coleccionista que había estado escribiendo por la noche; él me dijo: ¡Enséñamelo!, por favor. ¡Es como si me dijera que le enseñara las bragas: me moría!. Pero él me insistió que tenía que publicarlo, que no podía tenerlo guardado”, explicaba.
Tenía un don y el suyo era la facilidad para lo artístico, para la fotografía. También tenía sus obsesiones. Fundamental una: El amor. “La naturaleza humana es amorosa y estamos siempre desconfiando con candados, llaves y miedo a que te roben o peguen. Nuestra naturaleza no es esa, es amor; cuando estás en el amor estás en como de verdad eres”.
Ella tenía claro que los artistas no son sino imitadores. Imitadores de la naturaleza y de una gran obra de arte que es la vida. Un arte, que explicaba en esta entrevista, “nos tiene que llevar a lo sagrado, a lo intangible, a la bondad, pero también es verdad que hay cosas feas y aberrantes que son necesarias para abrir puertas. Incluso, en la propia creación artística, el error te lleva al hallazgo”.
Ouka Lele y la enfermedad
Ouka Lele vivió siempre pegada a la enfermedad: con el cáncer. Desde muy joven: con 22 años. En la enfermedad, según explicaba, aprendió a escuchar los susurros de su cuerpo: “El cuerpo sabe la verdad y no le puedes engañar. Si a un niño le maltratan sus padres, piensa que es bueno lo que le hacen porque no puede reciclarlo. Ese niño crece y le vienen enfermedades”.
“El médico nunca le pregunta nada de su vida, pero le dice que se tome un antibiótico o le abre la tripa para operarle. Te van estropeando cada vez más y nadie pregunta “¿qué te ha pasado?”, pero el cuerpo lo sabe y por eso se queja, porque vive en un cacao importante. En cuanto te unes con tu espíritu y tu verdad, desaparecen las enfermedades. La primera premisa del amor es amarte a ti mismo, por eso no debemos hacer nada que vaya contra uno mismo”.
Su religiosidad y su paso por un colegio de monjas
Ouka Lele quiso ser santa de pequeña porque le atraía la magia de la religiosidad. Fue educada en un colegio, donde ella explica: “Parecía que nos educaban para ser monjas. Llevábamos unos velos hasta los pies y al entrar tenías que estar en la iglesia, rezar el Angelus a las doce, Misa, por la tarde el Rosario… Me inculcaron mucho lo ritual y sagrado, que ha influido mucho en mi arte”.
Después pasó una etapa muy creativa: la de la Movida y la juventud y últimamente su inspiración estaba basada en sus grandes temas: el amor, la naturaleza, la literatura y la meditación: “Nos preocupamos demasiado de alimentarnos, pero esto es lo más importante: vaciarte para llenarte de lo espiritual, de lo divino. Para mí esa es la medicina real, no el antibiótico. No hay que hacer nada más: vaciarte y llenarte”.
Puedes leer aquí la entrevista que hace años publicábamos en Aleteia