Aparecida fue la quinta Conferencia General del Episcopado latinoamericano. Sucedió cerca de San Pablo, en Brasil. Hay que recordar también que se trata del segundo santuario mariano más importante de América Latina después de Guadalupe en México. Obviamente, es el primero de Brasil.
Fue la segunda oportunidad en que hubo conferencias de este calibre en Brasil. La primera, en el año 1955 fue en Río de Janeiro y después tuvo lugar Aparecida en 2007. En el interín, hubo otras tres: Medellín, Puebla y Santo Domingo.
El telón de fondo de Aparecida fue la Nueva Evangelización promovida por Juan Pablo II, pero, aunque acababa de fallecer, su estela estaba allí. Fue inaugurada por Benedicto XVI y el propósito fundamental era determinar cómo aplicar la Nueva Evangelización a América Latina. Hay que decir que el papel del entonces obispo Jorge Mario Bergoglio –futuro papa Francisco- fue determinante pues presidió la Comisión de Redacción.
Toda la Iglesia en misión
Bergoglio –mejor conocido en su país natal, Argentina, como el “Padre Jorge”- se empleó a fondo en ese evento. De allí sale la idea de lo que se llamó la Evangelización Permanente como misión central de la Iglesia. Es la que la define por lo que el compromiso es estar siempre en actitud de evangelización. En otras palabras, en estado de misión permanente.
Antaño, la misión se cumplía en momentos fuertes, una o dos semanas, un mes, bien fuera en una ciudad o país. Es así tal y como se recuerda la Misión de América Latina en 1961 y 62. En otras palabras, se concentraba un grupo, básicamente de sacerdotes misioneros de distintas órdenes focalizados en un operativo intenso de misión.
Esa idea queda descartada para dar paso a otra nueva: no es un grupo, es toda la Iglesia, de manera permanente, la que debe estar en estado de misión centrada en la evangelización. Esa resolución se recoge en el documento correspondiente emanado de la Conferencia y que luego Roma aprueba con muy pequeños cambios. Ello da lugar a que en América Latina se instaure esa dinámica de misión permanente.
Sin cuajar
En el continente no funcionó, ni lo de permanente ni como centro del esfuerzo común. En muchos lugares se interpretó como un operativo más. Tuvo fuerza y bendición pontificia pero no se cumplió como debió. En todas partes tuvo un buen arranque, aunque como una suerte de de moda, de novedad pero, especialmente en Venezuela, hubo un escollo: era un desarrollo paralelo al Concilio Plenario Nacional que llevaba mucho tiempo organizándose y se había posicionado como la prioridad de la Iglesia local. La gente lo veía como “lo nuestro” y el foco estaba allí.
El Concilio Plenario Venezolano, trasegándose desde 1998, implicó un ensamblaje complejo pues involucró a toda la comunidad eclesial, duró cinco años, produjo 16 sustanciosos documentos y, junto al de Filipinas, es el único evento similar que la Iglesia católica ha realizado en la historia. De hecho, se sabe que Roma hoy rebobina sobre él como una buena inspiración para la mecánica sinodal. Pero en aquella ocasión fue una pulso con los planteos de Aparecida que, localmente, terminó ganando el Concilio Plenario bajo la sabia conducción de monseñor Ovidio Pérez Morales.
La fuerza de un papado
No obstante, a pesar de que en América Latina, por nuestra singular cultura tendemos a lo inmediato y provisional y todo conspira contra la permanencia, en otras naciones sí hubo algunas concreciones. Por ejemplo, Brasil, Argentina, Chile, México y Colombia por el hecho de que son los países donde la Iglesia ha estado más estructurada y tiene más capacidad institucional para echar adelante lo que se propongan. No siempre sin dificultades, claro está, pero tienen músculo. Hay otros países que, por pequeños, se toman los asuntos a pecho y le ponen empeño logrando sus objetivos. Pero, en líneas generales, no tuvo el impacto esperado.
La idea fundamental adquiere un relieve y una proyección inusitada porque Francisco es elegido Papa. Este pontífice, desde los primeros momentos y particularmente con Evangelii Gaudium, su encíclica programática, habitada completamente por el espíritu y hasta por la letra de Aparecida, busca trasladar a toda la Iglesia universal las tareas claves, lo medular de la evangelización y su dimensión permanente.
Tareas pendientes
En la Iglesia hay constantes: algunas metas se cumplen y otras quedan pendientes. Ello se observa en el caso del Concilio Vaticano II, luego del cual muchas de sus decisiones se han cumplido pero quedan importantes tareas pendientes. Hay aspectos asumidos a fondo, con entusiasmo y empuje; pero hay dimensiones y aspectos sin el eco esperado debido a que, tal vez, las condiciones no estén dadas; y otros que, al cabo de los años alguien desempolva porque tienen sentido, toman fuerza y producen grandes frutos.
Deudas que se mantienen con todos los grandes acontecimientos eclesiales como aquel concilio que introdujo importantes cambios en la vida de la Iglesia. Pero con objetivos en lista de espera. Así podemos decir que ha ocurrido con Aparecida en este continente. Y el Papa Francisco ha sacudido las conciencias para reposicionarla en las prioridades de la Iglesia universal. Su continuidad está garantizada pues es una intuición fundamental de este pontífice. Este es un elemento clave: mientras él esté allí, Aparecida tendrá vigencia y estará en primera línea.
Una eclesiología renovada
Aparecida abre caminos y desarrolla elementos de una eclesiología renovada. Inaugura una mayor y más plena participación en la vida de la Iglesia. Por lo tanto, mayor incidencia de los laicos, la mujer y otros factores cuyo germen está allí incubado y desarrollado, ideas en presente que confluyen en dar más calor a la participación de las bases, más maduras y asentadas sobre terreno más sedimentado.
Hay más esperanza en la solidez del trabajo y sus resultados que en tiempos pasados, de comunidades de base confrontadas. De allí se aprendió a prescindir de los enfrentamientos y cultivar las aproximaciones, a evitar las exageraciones y centrarse sobre lo esencial que, en este momento, parece ser la comunicación del mensaje del Evangelio y el compromiso que ello implica para la vida de todo cristiano.
En otras palabras, la implementación de Aparecida no ha sido problemática de la manera en que lo fueron otras instancias como Medellín y Puebla. Aparecida encontró vía libre y transitó como en una amplia y segura autopista.
Colombia y México, sedes de las anteriores reuniones, estaban bajo la presión que en aquellos momentos pesaba sobre América Latina y sus cristianos de base. Medellín, por los temas de justicia y liberación, asuntos sociales y políticos muy fuertes. Puebla, porque allí aterrizaron los conflictos y controversias sobre la cuestión liberadora, la realidad guerrillera, Cuba, gobiernos militares en el continente y otros puntos sumamente álgidos.
Hubo figuras muy controversiales en Puebla como los obispos López Trujillo y Darío Castrillón –respectivamente secretario general y director de Comunicación Social del Celam - frente a la bonhomía de un cardenal Pironio, quienes marcaron a Puebla. Se buscó calmar las aguas pero las discusiones fueron muy duras y reflejaron la crispación. Vale recordar que en aquél escenario emerge monseñor Óscar Romero, futuro mártir salvadoreño, al que asesinaron poco después celebrando misa. Ello le da a Puebla una resonancia muy especial. También porque allí gravita la inmediata estela del sandinismo en Nicaragua.
En Aparecida, ya esas realidades no juegan. Era un entorno más sereno. En el interín se había realizado la reunión episcopal en Santo Domingo, sin brillo ni mayores debates, salvada en su estructura y el documento final por dos obispos brillantes: Monseñor Luciano Méndez de Almeida y Monseñor Ovidio Pérez Morales, quienes se emplearon a fondo con el material de la conferencia y sacaron adelante las conclusiones.
Aparecida reaparece
Podría decirse que, desde el punto de vista de su proyección hacia América Latina y su incidencia en la marcha de la Iglesia, Aparecida es una referencia de unos tiempos y de una dinámica eclesial mucho más centrada en sí y en su función, y no en un protagonismo civil, lo cual facilita abrir el cauce para más participación en nuestra Iglesia y la consiguiente centralidad en la dinámica evangelizadora, la cual se ratifica y adquiere ribetes muy marcados porque, como hemos dicho antes, Francisco es electo Papa. Con él, Aparecida ha reaparecido.
Hoy en día, en buena medida, Aparecida se proyecta sobre Evangelii Gaudium, sobre Fratelli Tutti y sobre toda la reforma interna que el Santo Padre está promoviendo. Reforma que va más allá de la curia y se expresa en el hecho central de que la sinodalidad es la nueva característica de la Iglesia para el siglo XXI:
“Una nota distintiva cuyo punto focal aún se mira de lejos y no se toca es: ahora, ¿la Iglesia es una, santa, católica, apostólica y…sinodal? Un llegadero al cual habrá que llegar, pues si se trata de una nota distintiva constitucional, ocurre que las cuatro constitucionales son esas: una, santa, católica y apostólica. Ser católicos supone –para Occidente- una centralidad romana. Hay un Pedro. Pero en el caso de la sinodalidad supone que es Pedro con los obispos, mientras que antes era Pedro sobre los obispos, para decirlo de alguna manera”, explica un amigo entendido y muy reflexivo.
La reforma fundamental de Francisco es darle nueva vigencia a la idea del Concilio Vaticano II, entroncar con la convicción de que la Iglesia es un Pueblo de Dios y, por lo tanto todo el mundo, en virtud de su bautismo, es responsable de la verdadera y fundamental misión de la Iglesia que es evangelizar. Es por ello que son muchos quienes opinan que con Francisco hay un nuevo resurgir del Vaticano II con esta perspectiva central.
Por otra parte, es inequívoca la premisa de la cual parte el pontífice de que la Iglesia debe ser mucho más sinodal, es decir, que es en función del carisma bautismal y no en función del Orden Sagrado recibido que se gobierna y se tiene poder de gobierno. De allí el que, por ejemplo, se tienda a ampliar la participación del laico en los dicasterios romanos, aún en condición de prefectos. Son cuestiones que no se van a concretar fácilmente y menos de un día para otro, pero hay esa apertura y esa reflexión. No obstante, el mismo criterio de reforma y sinodalidad lo asumió monseñor Óscar Romero en su momento y ahora el Papa actual.
Origen común
Un dato importante es la comunidad de origen en Aparecida que une los esfuerzos eclesiales en el continente. Sus ideas parten de allí. Hay también comunidad de sujeto, pues el artífice de toda aquello en Aparecida fue Bergoglio, como lo es hoy, desde Roma, lo que no es cualquier cosa: es el Papa, un hombre sólido y con el propósito y capacidad de proyectar todo esto a la comunidad universal.
Todos vemos claramente cómo es difícil encontrar, en el último siglo y medio, alguien que haya tenido tanta oposición como Francisco en el ejercicio de su ministerio. Es precisamente por su manera de concebir y abordar los cambios. Visualiza y realiza cambios prácticos en la vida de la Iglesia. No se queda en enunciados ni en buenos deseos. Hay germen en el Vaticano II y en Aparecida pero también continuidad y su mentalidad práctica los quiere ver convertidos en hechos concretos, al menos en aspectos como mayor participación, centralidad de la Evangelización y compromiso permanente en la misión de la Iglesia universal.
A 15 años (este 13 de mayo), para América Latina, Aparecida significa proyectar su mirada hacia dentro de la Iglesia en términos de reformular su misión central, menos clerical y más participativa. Todo fundamentado en el hecho de que el deber hacer la Iglesia –antes de otras cosas- es Evangelizar. Para decirlo en términos muy actuales, lo que Francisco busca, centrado en la misión permanente de Aparecida, es un “reseteo” de la Iglesia en un mundo más interpelante y exigente.