Resultan admirables la sutileza y la cantidad de patrones temáticos que la directora Céline Sciamma logra compendiar en 70 minutos de metraje, la duración de esta magnífica y sorprendente película que comienza a partir de la muerte de la abuela de la niña protagonista.
El inicio ya revela su maestría para narrar en imágenes y despistarnos. Nelly (Joséphine Sanz), una niña de 8 años, avanza por los pasillos de una residencia. La cámara la sigue. Va asomándose a las habitaciones y dice “Adiós” a cada una de las ancianas que las ocupan. En ese momento creemos que alguna de ellas puede ser su abuela.
Al entrar en el último cuarto sabemos que no: en realidad su abuela acaba de morir, la madre de Nelly está recogiendo sus últimas pertenencias y el “Adiós” es definitivo: Nelly saluda a esas mujeres porque no volverá por allí. Más tarde sabremos que no pudo despedirse de su abuela durante este diálogo:
Los objetos de los muertos
Al salir de la residencia, sabremos que la familia (padre, madre e hija) va a alojarse unos días en casa de la abuela, situada en las inmediaciones de un bosque. Se disponen a vaciarla, a llevarse sus pertenencias. Los objetos de los muertos son importantes. Nos comunican de alguna manera con ellos. Constituyen parte de su esencia. Nelly elige quedarse con el bastón característico de su abuela. ¿Quién no ha querido quedarse con las cosas de algún pariente después de su funeral? ¿Quién no ha elegido un sombrero o un abrigo o un reloj que nos sirviera para tener algo suyo y expandir el recuerdo?
Al día siguiente la madre, ahogada por la tristeza, se va sin despedirse. El hueco que deja esa pérdida es demasiado grande. Regresa al piso familiar. Las tareas quedarán en manos de Nelly y de su padre. La niña sale a jugar al bosque y se encuentra con otra cría de su edad, casi un reflejo de ella misma, como una imagen distorsionada en un espejo: es Marion (Gabrielle Sanz). Marion la lleva por un sendero hacia su casa, en cuyo interior ve algunas cosas que la sobrecogen.
Spoilers: dos líneas temporales o un juego imaginativo
A partir de aquí pueden dejar de leer si prefieren las sorpresas, aunque “Petite Maman” es un filme alejado de las trampas y en el que, en cuanto sale la segunda niña, el espectador intuye lo que va a ocurrir. La cineasta nos abre la posibilidad ambigua de elegir una de estas dos opciones:
Que el presente de Nelly converge con el pasado de su madre. Esa niña del bosque es su madre a los 8 años. La casa al otro lado del sendero es idéntica, y en ella Nelly puede ver a su abuela de joven, pero ya sostenida por un bastón. La pena por la falta de despedidas puede ahora suplirse, hay una apertura hacia la resolución de las quiebras sufridas en la realidad. Aquí no hay máquinas del tiempo ni artefactos inventados en laboratorios, sino algo tan sencillo como un sendero, natural como en “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll o “22/11/63” de Stephen King.
Que tal vez todo sea un juego imaginativo de Nelly para sobrellevar la pérdida, el duelo, los adioses no pronunciados… Los niños suelen recurrir a amigos imaginarios cuando se encuentran metidos en conflictos. Puede que, en suma, obedezca a la necesidad de nuestra fantasía, instigada además por el entorno de la naturaleza, que estimula los fantasmas de la imaginación: las hojas del otoño, las ramas de los árboles, la lluvia, el cántico de los pájaros… Salto temporal o juego imaginativo: lo importante es combatir de alguna forma la ausencia y la pérdida.