La Iglesia y Hitler, dos de las principales líneas de investigación del historiador y periodista Santiago Mata, confluyen en su libro: ‘Mártires cristianos bajo el nazismo’, un documentado trabajo que registra de forma detallada los episodios principales de la resistencia cristiana al totalitarismo del III Reich, incluso desde antes de configurarse como tal.
El libro es también una crónica de la tortuosa relación entre la Iglesia Católica y Hitler y un intento de explicación de lo que, visto desde el presente, pudieran parecer incomprensibles silencios.
Un gran número de cristianos muertos por el nazismo
Mata deja constancia de que miles de personas fueron asesinadas por su condición cristiana y católica, especialmente en Polonia, y documenta los dos casos de santidad vinculados al drama nazi (Maximiliano Kolbe y Edith Stein), así como los cerca de 360 mártires católicos, a los que habría que añadir otros doscientos más de confesiones protestantes.
Antes de llegar aquí, Mata se había ocupado de los mártires de la guerra civil en ‘Holocausto católico’, pero también de figuras como Óscar Romero, o de Ramón Llull en ‘El hombre que demostró el cristianismo’, amén de expresiones de religiosidad popular como la Virgen de Guadalupe o las apariciones (en estudio) de Garabandal.
Respecto al nazismo, tiene publicados al menos dos trabajos más: ‘U-Boote. El arma submarina alemana’ y ‘La flota de Hitler’.
“En Alemania, con no abrir la boca te salvabas. El mártir alemán es el cristiano que se atreve a hablar, o que da cobijo a judíos”, explica Santiago Mata. “Pero en Polonia y otros países ocupados iban directamente a por ellos, a por el clero católico, y de hecho hay más de dos mil sacerdotes polacos asesinados por los nazis”.
Sorprenderá al lector no iniciado descubrir la fobia que Hitler le tenía a la Iglesia católica.
Hitler era un tipo que fingía mucho. Había nacido en un Estado, Austria, que rechazaba y odiaba tanto a la monarquía austriaca como al catolicismo. En una tertulia con sus allegados comenta su propósito de destruir la iglesia principal de su ciudad para instalar en su lugar un Observatorio Astronómico. Explica que quiere destruir ‘el templo del ídolo’, así es como se refiere al Dios católico, para poner en su lugar el templo de la ciencia.
Revela también que detestaba la imagen del crucificado.
En esa misma conversación, acusa a la Iglesia de haberse adueñado de la belleza y haberla corrompido. Y se indigna por que se adore a un ser deforme, retorcido, como es el Cristo crucificado. Y lo contrasta con los dioses de la antigüedad, los de griegos y romanos, de los que dice que sí son admirables porque son hermosos. Es un culto a la belleza mundana, y a la ciencia.
Su desprecio le llevaba también a acusar a la Iglesia de oscurantismo. Decía: donde está el catolicismo se acaba persiguiendo a la gente por su pensamiento y sus ideas.
Visto desde la distancia, y sabiendo lo que sabemos, parece un sarcasmo bastante agrio.
Cuando el hombre se idolatra a sí mismo empieza a perseguir a todo lo demás, y a la religión también. Pero Hitler lo hizo de forma sibilina, porque en su país había millones de cristianos y no podía decir abiertamente lo que pretendía. Por otra parte, el régimen nazi se presentaba como un baluarte de defensa de los valores europeos frente al comunismo.
En su rechazo de la cruz hay un rechazo de la debilidad, que conecta con la idea del superhombre.
Es eso. Su búsqueda de la perfección le lleva a buscar una sociedad en la que no haya débiles. Acusa al cristianismo de ser el mayor retroceso de la historia de la humanidad, porque ha frenado el avance de los poderosos obligándoles a cuidar de los pobres, los débiles y los enfermos. En su modelo, sin embargo, eran aniquilados.
¿Podemos decir que la religiosidad de Hitler era pagana?
Sí, desde luego. Es una religiosidad intramundana. No hay un dios trascendente.
Sorprende la similitud entre su defensa de la ciencia y la apelación a la diosa Razón de la Revolución Francesa.
Es la contradicción entre las palabras y los hechos. Dice que tenemos que enseñar a la gente a ser humilde, a aprender… y pareciera que su discurso no es tan malvado, pero finalmente resultó serlo.
Es como lo que ocurrió en la Revolución Francesa: en nombre de la libertad se cometen grandes crímenes. Pues, en su caso, en nombre de la perfección se aborda el proyecto de eliminar lo imperfecto.
¿Hay diferencias en su apreciación del catolicismo y el protestantismo?
Hitler odiaba especialmente el catolicismo porque él era católico. Pero, además, no encontró tanta resistencia en la Iglesia protestante. Los protestantes alemanes se dejaron arrastrar más fácilmente porque la reforma luterana está muy ligada al nacionalismo alemán. De hecho, los protestantes crearon una iglesia nacional: los cristianos alemanes, que en tiempos de Hitler se fundió con la Iglesia del III Reich.
Pero esto no debe llevarnos a pensar que no hubo reacción contra el nazismo de los protestantes. La hubo, y dos centenares de evangélicos alemanes fueron asesinados por los nazis. Fue una reacción local de pastores y creyentes que se unieron contra Hitler. Fue una reacción notable, no hay que despreciarla.
En el mundo católico, ¿quién lideró el rechazó al nazismo? ¿Las bases, el mundo local, o la cúspide, el Vaticano?
Como siempre, son pocos los fuertes. Hubo tanto pastores como gente sencilla. Pero siempre es una minoría la que es más fiel. En Polonia hubo un rechazo más fuerte y generalizado porque el país fue objeto de invasión y la persecución de los cristianos fue más explícita.
En la Iglesia católica, los obispos tenían claro el rechazo doctrinalmente, y desde 1930 afirman que no se puede colaborar con el nazismo. Pero era un rechazo tímido. Aunque es verdad que en la Iglesia católica, a diferencia de lo que ocurre con la protestante, no hay defensores de Hitler.
¿Por qué es tímida la oposición?
Pero es un rechazo tímido por la conciencia de que hay que obedecer a la autoridad. La idea es: hay que resistir, pero no rebelarse. Todos los curas sabían que no podían permitir que los nazis entraran en las iglesias, para que no las instrumentalizaran, pero fueron tímidos a la hora de dar un testimonio más activo.
Hay momentos duros en la historia, guerra y dictaduras, en los que tienes que hacer algo y no vale con decir: ‘no he hecho nada malo’. Es un poco como la situación actual.
Algunos historiadores critican agriamente la actitud de Pío XII frente a Hitler.
Se le critica porque no habló públicamente, pero no es que no hiciera nada. Impulsó una red internacional para salvar a judíos y participó nada menos que en una conspiración para derrocar a Hitler entre 1939 y los primeros meses de 1940. Esto está demostrado y probado por los testimonios de quienes participaron con él. Esto es algo inaudito en la historia y, sin embargo, la gente recuerda sus silencios. Pero él pasaba los mensajes de los conspiradores. Cada uno tiene su estilo. Lo que sabemos es que no se quedó sin hacer nada.
¿Por qué calló Pío XII?
Pío XII seguramente pensó entonces que sus palabras no iban a resultar decisivas y que, sin embargo, podrían provocar que Hitler matara a mucha gente que, de otro modo, no moriría. Él sentía ese peso de su conciencia: no puedo llevar a la muerte a los católicos por decir la verdad.
Hay un episodio que está relacionado con la muerte de Edith Stein que viene bien para ilustrar esto. Los obispos holandeses desafiaron a los nazis y se manifestaron públicamente contra la deportación de judíos no cristianos y, como represalia, los nazis apresaron también a judíos conversos, como Stein. Si los obispos hubieran callado, no habrían muerto. Y, la denuncia no resolvió nada. Es muy difícil juzgar la historia.
¿Cuál fue entonces la estrategia del Papa en ese momento?
Su estrategia fue no negar la verdad: que el régimen nazi era negativo y condenable, pero sin decirlo demasiado en alto. Optó por paliar bajo cuerda los efectos del mal.
Lo que él no apreció es que ese silencio también ayudó, seguramente, a que continuara la maquinaria del holocausto. Yo no puedo juzgar a Pío XII ni creo que nadie pueda.
¿Podemos encontrar algún paralelismo con la guerra de Ucrania?
Es un ejemplo de ahora mismo. ¿Por qué el Papa Francisco no ha condenado a Putin? Seguramente porque cree posible llegar a un acuerdo de paz y evitar que la guerra vaya a peor. Posiblemente Pío XII pensaba algo parecido y quería evitar males mayores. Pero a lo mejor no los evitas. ¿Quién puede estar seguro? Ese es el problema. Si mañana Putin lanza bombas nucleares y desata el horror no faltarán quienes critiquen a Francisco que no hubiera condenado a Putin con claridad.
¿Es fácil juzgar desde el presente?
A toro pasado es muy fácil recriminar que el Vaticano no fuera más contundente contra Hitler desde el principio. Pero eso lo ves claro ahora porque ya sabes lo que pasó, y conoces la existencia de las cámaras de gas.
¿No era obvia la peligrosidad de Hitler?
Hitler ocultaba muy bien sus intenciones. No estaba tan claro en su momento. Prometía una Alemania con valores, donde las religiones fueran el centro, prometía desarmarse, porque él no era partidario de la carrera de armamentos, sino de la paz. Mentía como un bellaco igual hablando de la paz y de la religión.
¿Podemos aprender algo de estos momentos críticos?
Lo que estos momentos de la historia nos enseñan es que no podemos quedarnos mirando, ni colaborar con el mal. A partir de ahí, juzgar luego lo que hizo cada cual es muy difícil.
Los mártires nos enseñan que hay que ir contracorriente, que uno siempre tiene que ir a disgusto. Si te acostumbras a hacer siempre lo que te gusta, al final el mal siempre se va a presentar como algo amable que te va a llevar por un camino fácil y te vas a dejar arrastrar. El mártir es el que se da cuenta y reacciona a tiempo, pero para que eso sea posible hace falta un entrenamiento en no dejarte llevar por lo cómodo.
No faltan quienes encuentran en la Biblia cristiana el origen del antisemitismo, por la culpa de los judíos en la muerte de Cristo.
Es cierto que en Alemania había arraigado un sentimiento antisemita muy grande y de ahí el intento de los nazis de crear un cristianismo sin Antiguo Testamento. En el libro aporto el testimonio de algunos mártires indignados porque ven a ciertos sacerdotes contentos con la persecución de los judíos. No se puede negar que hubo comportamientos escandalosos. Pero eso no es achacable al cristianismo, sino a un insuficiente cristianismo.
El cristianismo no había arraigado en ellos.
Creo que el mejor ejemplo contrario que se puede dar es el del cardenal de Múnich que nada más llegar Hitler al poder, en el año 1933, escribe un libro resaltando la importancia del Antiguo Testamento y las raíces judías para el cristianismo. Cada uno intentó frenar el mal a su modo. Y seguramente hubo muchos que colaboraron, porque en la Iglesia hay santos y pecadores.
Ahora bien, nosotros consideramos como el auténtico ejemplo para los cristianos a aquellos que reaccionaron, y esos son los mártires. Por eso Edith Stein fue nombrada por el Papa patrona de Europa.
Expliquemos la importancia de estas dos figuras que fueron beatificadas, como ejemplo de los demás. Empecemos con Maximiliano Kolbe.
Maximiliano Kolbe no hizo propiamente nada contra el nazismo. Ni lo criticó públicamente, ni lo atacó. Lo que sí hizo fue esconder a miles de judíos. Y por eso le encarcelaron, por su compromiso caritativo. De hecho, tras un primer arresto le mandaron a casa, pero cuando se comprobó que estaba dando refugio a judíos le enviaron ya sin reparos al campo de concentración.
Pero, además, hay un fortísimo compromiso de amor al prójimo, porque Kolbe se cambia por otro preso que había sido elegido para ser ejecutado y facilita su fuga. Fue sensible a su lamento de que su muerte iba a dejar huérfanos a sus hijos. Fue un acto de amor al prójimo supremo.
A Kolbe se le beatifica como confesor de la fe y es canonizado como mártir. ¿Por qué esas diferencias?
En 1971, cuando Pablo VI le beatifica, había un concepto muy riguroso de martirio y debía ser explícito el odio a la fe en el acto del asesinato. Y eso no se da en el caso de Kolbe, cuya muerte es más bien una represalia.
Pero luego el criterio se ha corregido y ahora el odio a la fe tiene que ser un elemento imprescindible en su muerte, pero no tiene por qué ser expresamente lo que le mate. En el caso de Kolbe esto lleva a entender que si no fuera porque era un religioso, un franciscano, no hubiera sido arrestado e ingresado en el campo de concentración. Por eso Juan Pablo II en su canonización ya sí lo reconoció como mártir.
¿Y en el caso de Edith Stein?
En su caso la matan por ser judía, aunque se había convertido al catolicismo. Podría decirse que tampoco la matan por odio a la fe, sino que es una víctima de las represalias por la protesta de los obispos holandeses de la que antes hemos hablado.
Pero Edith Stein -que fue una mujer extraordinaria, filósofa y ayudante de Husserl- tiene además el mérito de haber sido profética, porque nada más llegar Hitler al poder escribe una carta al Papa pidiéndole que hablara públicamente contra el nazismo, que no podía permitir la confusión de que los nazis hablaban como si fueran cristianos cuando predican el odio a una raza. la judía, que es además la del propio Jesucristo.
Esto es lo que la Iglesia bendice: tuvo el valor de advertir antes que nadie -aunque después de aquello no volvió a denunciar nada más y se dedicó a su vida de monja- y luego sufrió el martirio.