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“Mass”: la culpa y el perdón tras una masacre

MASS
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José Ángel Barrueco - publicado el 31/03/22
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Dos matrimonios se reúnen en una iglesia para cerrar heridas 

“Mass”, debut en la dirección del joven actor Fran Kranz, es una espléndida película que transcurre íntegramente en las dependencias de una iglesia. Rodada con poco presupuesto, pero grande en cuanto a logros y propósitos, se estrena precedida por la repercusión de sus múltiples premios y nominaciones (aunque injustamente olvidada en los Oscar y en los Globos), entre ellos el Premio de la Juventud en San Sebastián. Un filme que desprende espiritualidad, como afirma su director.

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Con cuatro actores principales y tres secundarios que sólo aparecen al principio y al final, “Mass” retrata la reunión de dos matrimonios en una iglesia episcopal (“un lugar muy sanador”, según apunta un personaje). Hacia el comienzo vemos a una mujer y a un muchacho que preparan la sala en la que va a tener lugar el encuentro, elegida por el propio reverendo porque allí tendrán más privacidad: colocan la mesa, las sillas, los aperitivos y las bebidas… 

Pronto aparece el primer matrimonio, formado por Jay (Jason Isaacs) y Gail (Martha Plimpton). En ellos se notan la tragedia, el dolor, la aflicción… se mueven con esa tristeza de quienes han perdido casi todo. Después entran Richard (Reed Birney) y Linda (Ann Dowd), que son más mayores y parecen separados o distantes. En sus caras se perciben la culpa, el descrédito, la incomodidad al verse delante de la otra pareja. 

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Poco a poco vamos conociendo los pormenores. El director dosifica la información para crear suspense: ya avanzado el diálogo, sabremos que hubo una masacre en un instituto (a mi entender, el título juega con una doble interpretación: “Mass” puede traducirse como “Misa”, pero al mismo tiempo puede referirse a la “Masa” de “mass murderer” o “asesino en masa”). El hijo de Jay y Gail murió en aquella tragedia. El hijo de Richard y Linda fue el verdugo, un estudiante armado que se suicidó después de la matanza. Tras afrontar juicios, cartas e insultos, ambas parejas quieren pasar página, conocerse de verdad, cerrar las heridas. Así irán surgiendo los temas en torno a los que gira el largometraje: culpa, dolor, pérdida, duelo, añoranza, empatía, perdón…  

“¿Por qué quiero saber de su hijo? Porque mató al mío”

Ambas parejas tratan de abrirse mediante sus confesiones. El matrimonio más joven necesita saber el por qué y el cuándo: por qué el culpable lo hizo, cuándo se torció, en qué punto del camino fallaron las cosas, ¿acaso no vieron las señales?, ¿no supieron interceptar su quiebra mental? El matrimonio más mayor acepta el peso de la culpa, no supieron verlo con claridad porque percibían señales pero uno nunca espera que su hijo se vuelva un monstruo. En este intercambio de dolor, de piedad y de acusaciones, no faltan los recuerdos para evocar a los muertos ni los objetos y las fotografías que sirven para rememorarlos (“Es bueno aferrarse a algo”, dice Jay). 

Podríamos establecer un patrón con cuatro películas que me parecen educativas y abordan el mismo punto: “Un pequeño mundo”, sobre el acoso escolar en la infancia; “Un dios salvaje”, sobre las consecuencias de ese acoso para los padres; “Elephant”, sobre la masacre real de Columbine, donde asesinaron a varios estudiantes; “Mass”, sobre las consecuencias de la matanza para los padres. 

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Los protagonistas de “Mass” atraviesan momentos de catarsis y nosotros sufrimos con ellos. Sentimos empatía por los padres de la víctima y por los del asesino. Porque en la vida proliferan los matices, las dudas, el complejo de culpa cuando uno cree que podría haber hecho más y no lo hizo, el repaso de los posibles errores… Al director le preocupan esos jóvenes que, por diferentes motivos (exclusión social, acoso escolar, soledad, depresión, etcétera), permanecen aislados dentro de sí mismos hasta que estallan y ya es tarde. Y cómo la violencia no sólo destruye a quienes la ejercen y a quienes la sufren, sino a quienes permanecen: los padres, los hermanos, los amigos… “La culpa nos genera las herramientas para cambiar”, indica Richard.

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Con un guión admirable, una habitación presidida por un crucifijo y cuatro intérpretes de altura, Fran Kranz nos ofrece una película sobria, dolorosa, estremecedora y de mensaje profundo, que analiza nuestra necesidad de perdonar y ser perdonados y cómo podemos seguir adelante cuando nos ahogan las pérdidas. 

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