Jesús me invita a la conversión. Si no la pido no pasará nada en mi interior. Me pide Jesús que desee cambiar y convertir mi corazón hacia Él. Me lo explica así:
Me gusta la imagen de la viña. Una viña que no da fruto y un viñador exigente. Las viñas pueden no dar fruto.
Dios me trabaja
Hace falta paciencia, mucho trabajo, estiércol, cavar la tierra, regarla. Es toda la labor que Dios puede hacer conmigo esta cuaresma. Comenta el papa Francisco:
Me siento como esa viña que no da el fruto esperado. Es una imagen muy de este tiempo de preparación, de espera, de anhelo. Quiero trabajar la tierra de mi alma.
Realismo e idealismo a la vez
Quiero ser realista y al mismo tiempo idealista, como dice el padre José Kentenich:
No quiero dejarme llevar por ideales inalcanzables, cimas a las que no logro llegar. Y dejar así de vivir en el día a día, en lo cotidiano.
En medio de la rutina quiero ser santo, fiel, feliz.
No todos los días son domingos. Seis días son días normales en los que se juega mi aspiración a la santidad.
No todos los días son Tabor, hay muchos momentos de oscuridad en el valle, cuando no veo claro hacia dónde camino.
Es en la realidad donde se juega la vida
En esos momentos cotidianos, rutinarios, no dejo de mirar al ideal, pero me mantengo en mi lugar.
¡Cuántas personas viven deseando estar en otro lugar! ¡Cuántas personas viven deseando amar a otra persona!
Viven en un lugar y no son felices. Cambian de lugar y siguen sin serlo. Entonces la raíz de mi pena estará en mí.
Los "si hubiera pasado tal cosa" o los "ojalá ocurriera lo que deseo" no son reales, no son presente.
La vida se juega en la realidad no en la utopía. La persona utópica se niega a reconocer la fuerza innegable de los hechos.
Quiere vivir soñando en lo que no es y nunca será. Se queda en la utopía que no ha ocurrido.
Solo Dios hace posible la conversión
Creo que en ocasiones me pongo como meta utopías inalcanzables. Me pongo propósitos que no logro cumplir y me desespero.
Tiro la toalla y pienso que no es para mí. Que el cambio no es posible en mi corazón. Y me conformo con lo que hay. No puede haber nada mejor. Dejo de creer en los milagros y la vida se vuelve muy gris.
La palabra conversión me habla de un giro que sólo puede hacer Dios en mí.
Habrá ocasiones en las que esté muy lejos de Dios y el cambio será muy grande. Necesitaré la gracia para cambiar en un giro de ciento ochenta grados.
Pero en otras ocasiones no será así. Estaré más encaminado y el cambio será más leve, más suave.
En todo caso pienso que quiero dejar que Dios lo haga. Yo pongo la voluntad, el sí alegre, la disponibilidad para ser mejor, crecer y llegar a las cimas.
Dios consigue que sea verdad lo que he soñado.
Luchar por los ideales
Opto por ser idealista, no utópico, no iluso. Tampoco me conformo con esos pensamientos planos que no me dejan crecer.
Ni le digo al que lo intenta que no es posible sólo para que no me demuestre que si yo hubiera luchado habría llegado más lejos.
Y es que no siento que haya dado todo de mí. Siempre puedo dar más.
Pensar en positivo saca lo mejor de mí. Debo cavar la tierra, sacar las malezas que estorban, dejar que llegue la lluvia a mi alma.
Apartar los vicios que me enferman y esclavizan, pedir el perdón que me falta para acabar con la tentación del orgullo y el odio.
El resentimiento y el rencor son malos compañeros de viaje. La alegría y la humildad son los mejores para recorrer largas distancias.
Habrá frutos
Puedo creer en todo lo que Dios logrará hacer conmigo si me dejo hacer. Los frutos no son míos.
Es Dios el que logra que la viña dé su fruto. Yo sólo camino de la mano de Dios en medio de la vida.
Y dejo que vaya sacando la maleza que me duele y regándolo todo para que dé su fruto.
Confío en el poder de Dios en mí. Yo sólo tengo que ser más humilde, más niño y más pobre.
Dejarme hacer por Dios en el día a día y confiar en que él puede hacerlo todo si yo le dejo actuar.