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Por qué es tan importante saber lo que hay en tu corazón

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Luisa Restrepo - publicado el 08/03/22

Si hemos notado que los frutos que vienen de nuestra vida no saben bien, sería útil ir a ver qué los produjo

Hay un gesto milenario que hoy quizás no lo tomamos en cuenta. Es el de las mujeres que con un colador limpian la harina de impurezas, tiran lo que no hace falta, lo que estropearía la masa, y guardan el preciado ingrediente que luego transformarán en algo bueno, capaz de alimentar.

También se hace cuando se busca oro. Allí el tamiz se convierte en una herramienta fundamental: se llena pacientemente con pequeñas cantidades de arena del río, con la esperanza de descubrir algo valioso.

Muchas veces el resultado trae desilusión, pero podemos imaginar la alegría que da cuando se encuentra algo de valor.

Nuestra vida, como enseña el libro del Eclesiástico, es como ese tamiz a través del cual descubrimos lo que llevamos en el corazón.

Dentro de nosotros hay muchas cosas, arrojadas a granel. A veces son poco reconocibles por el barro que las envuelve, por las aguas turbias que llevamos dentro, o quizás, simplemente, porque están enterradas muy profundamente.

Dentro de ese tamiz están nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. También por eso, el tamiz se ha convertido en el símbolo del discernimiento.

La vida revela el corazón

Todo lo que está almacenado o disperso dentro de nosotros tarde o temprano se revela.

Nuestra boca, nuestras acciones, revelan lo que hay en el corazón. Jesús nos hace ver esta relación tan estrecha que hay entre nuestro corazón, nuestra boca y nuestras manos.

No estaríamos sorprendidos o asustados por nuestras acciones si tuviéramos una mayor conciencia de lo que sucede dentro de nosotros.

Nuestros gestos, nuestros discursos, nuestras acciones no son aleatorias: nacen de lo que hemos sembrado al interior.

A veces estamos tan llenos de pensamientos dispersos que es difícil recuperar su sentido.

Nuestra interioridad aparece como un cuarto abarrotado y desordenado donde se hace difícil encontrar lo que necesitamos. Pero, sobre todo, puede convertirse en un lugar donde el mal acecha y se confunde.

A veces, los restos de comida se esconden en una habitación desordenada y se pudren; puedes olerlos, pero no puedes encontrarlos.

Por eso es tan importante la sobriedad, esa capacidad de hacer espacio en el corazón para ver mejor lo que hay.

Se hace necesario discernir diligentemente los pensamientos que nos surgen, escuchar sus planes y reconocer a la tentación, que intenta trastornar nuestro espíritu.

Cuestión de miradas

Nos quedamos ciegos cuando ya no miramos en nuestros corazones.

Y, paradójicamente, cuanto más ciegos estamos de nosotros mismos, más pretendemos ver bien en el corazón de los demás.

O lo uno o lo otro: quien está obsesionado con la vida de los demás, quien fija su mirada en la vida de los demás, ya no ve la suya.  

Aquellos que cuidan su propio corazón, en cambio, apartarán la mirada de los demás.

Y en esta mirada, sobre nosotros o sobre los demás, está la alternativa entre la misericordia y el juicio.

Quien ignora lo que hay en su corazón se cierra a la experiencia de la gracia y al mismo tiempo pretende dirigir la vida de los demás solo con la justicia.

Reconocer la raíz

Si hemos notado que los frutos que vienen de nuestra vida no saben bien, sería útil ir a ver qué los produjo.

Si de nuestra vida sale un vino ácido, quizás sea el caso de cuidar la vid.

Jesús en su predicación nos anticipa cuál será el fruto del árbol de su cruz. La cruz es el árbol del que brota el fruto que da la vida y que anula el veneno que el fruto de Adán ha introducido en el mundo.

La vida que brota de las llagas de Cristo es el alimento que nos da la vida eterna, esa riqueza que se ha tamizado en una vida de entrega y de amor.

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