Todas las personas somos importantes y dignas. Somos únicos e irrepetibles. Todos tenemos un gran valor, por eso debemos protegerlo. Admirar la grandeza que hay en cada uno de nosotros. Solo así admiraremos la de los demás.
El pudor, escudo ante las agresiones
Cómo nos mostramos ante los demás nos define. Elegimos la imagen que queremos proyectar hacia fuera, lo que queremos compartir con los demás. Marcamos una distancia. Lo hacemos con nuestra forma de ser, pero también con nuestro cuerpo. El pudor es la barrera que debemos usar para que nadie invada lo que no queremos.
Cómo vestimos, cómo miramos, qué decimos o lo que no escondemos nos define. La forma de presentarnos indica dónde queremos que los demás nos miren. Usamos el pudor como arma, como elemento de protección. No mostramos lo que no queremos.
Quedar fuera de control
Es fácil controlar una conversación. Somos conscientes de lo que decimos y de cómo lo decimos. Callamos lo que no queremos que se sepa y destacamos lo importante para nosotros. Dominamos las palabras y el escenario donde nos movemos . Pero, ¿qué pasa cuando lo que contamos llega a más gente de lo que imaginábamos?
Es lo que ocurre cuando publicamos en redes sociales comentarios, fotos, gustos o deseos. Con ellos nos desnudamos ante los demás, dejamos al descubierto nuestros detalles más profundos sin darnos cuentas de que esa intimidad ya ha dejado de ser nuestra. El pudor se ha destruido para convertirse en una información pública que llega a los que no queremos que llegue.
Esto sorprende sobre todo a jóvenes que sienten violentada su intimidad cuando otros les conocen y juzgan por lo que han colgado. Buen ejemplo es esta campaña que muestra a los menores la barrera que rompen al publicar ciertas cosas. Han eliminado su pudor. La información es de uso público y ya no son ellos los que la controlan.
Sentirse violentado, invadido, avergonzado… todo eso ocurre cuando eliminamos el pudor y nuestra intimidad desaparece.
Nuestra carta de presentación
Vestir bien, hará que nos miren a los ojos y no al escote. Nuestra ropa, nuestro físico es nuestra carta de presentación. Los ojos de los demás irán a donde nosotros queremos que vayan, a lo que mostramos y no a lo que no hemos tapado.
Nuestras palabras y gestos harán que nos respeten y nos consideren interesantes.
Nosotros somos los que marcamos los límites y la línea está donde comienza el pudor. Ese pudor que no es vergüenza sino fortaleza y protección. Siempre ha sido mucho más bello lo que queda por descubrir que lo que se quema en una primera mirada.
Cultivar el pudor en casa
Pudor es también sinónimo de espacio, de intimidad. Dejar nuestro interior para nosotros y no para los demás. Por eso preservar nuestro cuerpo es tan importante. Debemos tener cuidado en casa, en los hábitos diarios más comunes. Cambiarnos de ropa en solitario con la puerta cerrada, recoger la ropa que nos pertenece y cubre y no olvidar que en casa estamos rodeados de más gente: padres, hermanos o incluso abuelos. Especial cuidado debemos tener también con el baño. Usarlo solos y proteger ese espacio mientras estamos en él.
Pudorosos debemos ser también para sentarnos, para colocar bien las piernas o para poner nuestras manos. Eso también muestra lo que lucimos o lo que protegemos.
Escudo positivo
No pensemos por lo tanto en el pudor como algo negativo, puritano o solo relacionado con el comportamiento sexual. Sino en un instrumento para proteger lo que queremos y que forma parte de nuestro día a día. Lo que nos importa de nosotros y que solo queremos compartir con quien elegimos y en el momento que sea oportuno. Lo que Dios ha creado, nos ha regalado y nos ha pedido cuidar.