Son muchos los que no conocían en primera persona lo que es el hambre hasta el estallido de la pandemia. Sobrecogía observar a las personas que hacían fila de forma ordenada y en silencio, esperando pacientemente su turno para recibir la comida necesaria que les permitía sobrevivir unos días.
El gran reto de muchas familias estribaba en estirar al máximo los alimentos que recibían con el fin de evitar la vergüenza de tener que pedir de nuevo. No es casual que no pocos se servían de la mascarilla para ocultar todavía más su rostro. Algunos hasta guardaban cola con gafas de sol de cristales oscuros, evitando así ser reconocidos.
Estas colas del hambre son, en realidad, "de la vergüenza", de la humillación propia o ajena que se siente cuando uno tiene, sea o no lo primera vez, que tender la mano para saciar el hambre o la sed gracias a la recogida de un simple bocadillo o a una botella de agua.
Cuando nadie estaba haciendo nada para atender a esta necesidad dramática, las hermanas Comendadoras del Espíritu Santo del Puerto de Santa María, sintieron que Dios les pedía actuar. Ellas, que normalmente necesitan pedir para subsistir, lograron dar de comer a cientos de personas al día.
Aleteia ha tenido la oportunidad de conversar con la hermana María Aguilar, una de las 17 monjas de este monasterio, quien nos cuenta cómo pudieron vivir ese milagro.
– Hermana María Aguilar, cuéntenos cómo fueron esos meses
Cuando empezó la pandemia, eso fue horrible, no te puedes ni imaginar. Sentí que el Señor nos decía ha llegado el momento. Eran momentos fuertes. Todo se paró, las familias, vinieron a decirnos que había cerrado Cáritas, los comedores sociales habían cerrado.
Fue cuando nos dijimos, teneos que hacer algo, nuestra casa no puede cerrar. Llegaban cientos de personas y no dábamos abasto, entonces le dije a la madre, tenemos que pedir, no hay más remedio que pedir comida.
– ¿Cómo consiguieron dar de comer a tantas personas?
Me puse a pedir comida y de manera milagrosa, no cabe otra forma de explicarlo, empezaron a llegar donaciones de todas partes. Fue tan espectacular ver tanta gente que nos daba, y ver cómo podíamos dar a tantas personas con hambre con necesidad. Les sorprendía, es como si descubrieran que eso que estábamos haciendo, era algo novedoso.
El primer año y medio fue horrible. Por el garaje dábamos a las familias, por el torno dábamos a todas las personas que estaban en la calle. Eran historias reales de familias, que arrancaban las lágrimas porque veías el sufrimiento, cómo se habían visto sin trabajo, sin poder atender a los niños, sin pañales. Pero Dios se sirve de buenas personas, traían las cosas de los niños.
Todo se paró, esos largos meses, paramos nuestro obrador donde hacemos nuestros trabajos. Todas las mesas del obrador se organizaban para la comida, y en otro salón que tenemos todas las mesas llenas de comida.
– Hermana María, ¿qué ha le ha dejado este tiempo de pandemia?
Lo grande que es el corazón del ser humano, el amor que lleva dentro y como realmente cuando el hermano tiene necesidad, como nos despreocupamos de otras cosas.
– Recibieron una medalla por su labor durante la pandemia.
La gente del pueblo decidió que nos tenían que dar la medalla de oro por la labor que habíamos realizado durante la pandemia. Nosotras no podíamos, ya que somos monjas de clausura, así que en nuestro nombre fueron los voluntarios, que son muchos. La medalla se la pusimos a la Virgen del Carmen.
Nuestros voluntarios, son los que nos venden los dulces en las puertas de la Iglesia o hacen pequeñas exposiciones. Este año nos hemos metido en las redes sociales por primera vez, una aventura para que conozcan nuestra vida, y de allí puedan venir vocaciones.
– Hermana María, ¿como surgió su vocación?
De pequeña, hasta los 14 años, si me planteaba la vocación, escuchaba hablar de las benedictinas, las clarisas, las carmelitas… pero eso quedó allí. Cuando ya me hice una mujer con 15, 16 años, me quise más a mí misma, empecé con los chicos, con los novios.
Empecé un alejamiento de la Iglesia total dejé de ir a misa todos los domingos, un desastre de vida, la verdad que estuve muy alejada de la Iglesia. Vivía nada más que para mí misma y era una muy egoísta y había sacado Dios de mi vida. No era consciente que Dios me había dado tanto desde chica.
A los 24 años estaba con una amiga en un hotel maravilloso en Torremolinos, en ese momento un agosto en Torremolinos un encuentro un encuentro fuerte con el Señor. El Espíritu Santo me golpeó, me dio la alegría de encontrarme con el Señor y enamorarme locamente de Él. No te puedes ni imaginar cómo me he enamoré tanto de alguien. Y el siguiente octubre ingresé en el convento, con 25 años.
– Para terminar, hermana María, ¿cómo podemos ayudar al sustento de la comunidad?
Gracias a la Fundación Declausura. Estamos en su web, pero no vendemos aun nuestros productos allí.
Ahora tenemos nueva página web https://monasteriodelespiritusanto.com así la gente nos va conociendo y poco a poco. Vamos a poner a la venta los dulces que elaboramos, sobre todo ahora que llega la Semana Santa. También tenemos alguna artesanía, por ejemplo, bordados en toallas y bordados litúrgicos. Este año hemos hecho unas muñecas preciosas.
Para terminar, quiero decirte que nuestra comunidad rezará por las intenciones de todos los lectores de Aleteia y por la Fundación DeClausura.
Aleteia, red global católica de información, en virtud de su misión fundacional, contribuye, en colaboración con la Fundación DeClausura, a comunicar la vida, espiritualidad y productos de los monasterios contemplativos.