Fue reconocido hace unos meses como el hombre de más edad en el planeta. Y no cualquiera, sino el Grupo de Investigación en Gerontología de Los Ángeles, en Estados Unidos, institución que, luego del deceso del español Saturnino de la Fuente (un zapatero oriundo de Puente Castro, al noroeste de España el pasado mes de septiembre), lo designó el ser humano que más años de vida lleva cumplidos.
Saturnino tenía sólo un año más que él así que, de inmediato, le fue otorgado -en mayo de manera oficial- el certificado de Récord Guinness como el hombre más longevo del mundo. Se trata de Juan Vicente Pérez, el campesino de mirada noble y serena nacido en El Cobre, de corazón enraizado en tierras rioboberas.
Eran 10 hermanos, todos ya fallecidos. Sólo queda Juan Vicente. Con sólo 5 años llegó con su familia a San José de Bolívar, estado Táchira, a la aldea Los Paujiles. Eran todos agricultores. Los hermanos se fueron casando uno a uno.
Mascando Chimó
“A los ocho años –decía- ya tenía un bojote de chimú en el bolsillo y era todo un hombre”. Para los campesinos, mascar chimú o chimó, es un pase a la adultez.
El chimó se obtiene del líquido que suelta la hoja del tabaco al hervirla, hasta que forma una jalea o pasta de color negro, sabor picante y un olor parecido a la lejía; se consume como un chicle y se escupe. Al masticarlo se produce una constante salivación. Es típico de la cultura amerindia y aseguran que data de 6 u 8 mil años atrás.
Lo consideran algo muy especial para mitigar el hambre, evitar la sed, quitar el cansancio. El chimó revitaliza y da energía. Son algunas propiedades atribuidas por quienes lo consumen y que han acrecentado su popularidad.
Se comenta que los nativos le ofrecieron a Cristóbal Colón y su tripulación el chimó, como un obsequio de buena voluntad y bienvenida, el cual aprendieron a consumir con rapidez.
El chimó es preparado de manera artesanal, con productos naturales. Por la manera como se elabora en los diferentes lugares de Venezuela no entra en la clasificación de droga aunque, para hacer 1 kilo de chimó se utilizan 10 de hojas de tabaco, lo que explica su alta concentración.
Como si fuera poco, untado en la piel, aleja a las serpientes. Algunos beisbolistas en la actualidad prefieren mascar chimó, por las ventajas que ofrece frente al tradicional chicle. Estos mantienen la boca humedad durante los largos juegos de la temporada.
El pueblo de las aguas
Así se conoce a este pequeño y precioso pueblito venezolano. Fue fundado en 1883 y sus primeros pobladores lo llamaban Valle del Espíritu Santo o Río Bobo. Su temperatura oscila entre los 6 y los 18 grados centígrados. Visitarlo vale del todo la pena pero hay que estar avisado: sus constantes curvas, en pleno páramo, hacen marear a más de uno.
Mucha relación con su nombre guarda una quebrada, anteriormente era un río caudaloso llamado "Río Bobo". Y es que era engañoso pues cuando había creciente se desbordaba. dejaba de ser bobo y se volvía bravo. Lo desviaron para surtir al Acueducto Regional del estado Táchira y por esta razón a San José de Bolívar se le da el nombre del "Pueblo de las aguas".
Tiene apenas seis calles, una colorida iglesia, una plaza con muchos árboles y una arquitectura de pueblito colonial que hace las delicias de fotógrafos, pintores y poetas. Es un lugar tranquilo, donde los lugareños pueden amanecer en la plaza en amenas tertulias, compran leche recién ordeñada cada mañana y el café - recién tostado y molido- es tan oloroso que tiene fama.
Viven de la ganadería de altura, agricultura y truchicultura que desde tiempos inmemoriales desarrollan todas sus laboriosas aldeas. Cultivan moras y tomate de árbol, hacen quesos y cuajada. Toda la familia de Juan Vicente, por generaciones, vivió de esas actividades. El pueblo es idílico. ¿Cómo no incubar gente longeva?
Sus proezas
Cuentan en la familia que a los 28 años le propuso matrimonio a Ediofina del Rosario García, de 21 años. Fue el único de los hermanos que realizó semejante proeza ya que, para esa fecha, era al padre a quien correspondía buscar las esposas a sus hijos y luego les daba tierras para que las trabajaran. A los 30 le nace el primer hijo. Luego vendrían los demás hasta llegar a diez.
Trabajaba la caña de azúcar y el café, tenía un trapiche de piedra que había construido su hermano Miguel; luego, lo cambiaron por uno mecánico.
Un buen día, su hija mayor arrancó una mata de apio de uno de los sembradíos. Él la castigó fuertemente. Dos meses después, ella murió. Su Freddy Abreu, sobrino-nieto de Juan Vicente Pérez –quien aporta los cuidadosos y ordenados detalles de su larga vida- relata:
“Tío Vicente, al día siguiente de haber enterrado a su primera hija, fue a donde su mamá Edelmira y le contó lo sucedido. Su mamá le dijo que tuviera paciencia, que Dios le regalaría muchas hembras. Al regresar a la casa, fue al sembradío de apio y arrancó todas las matas”.
Nunca aprendió a leer ni escribir pero llegó a ser alguacil de Caricuena, era el encargado de solventar las disputas de tierras y problemas de familia. En casa de una de sus hermanas eran frecuentes las reuniones familiares donde las parrandas eran prolongadas, tomando miche (*) y comiendo abundantemente. Llevaban una vitrola y la fiesta se prolongaba sábado y domingo.
Nuestro personaje tenía entonces 50 años y estas historias nos hacen suponer que no fue un sujeto que cuidara lo que comía y bebía. Dice el sobrino: “Juan Vicente no sabía bailar e Isabelino, su hijo, tampoco. Les tocaba darle vuelta a la manilla para que sonara la música”.
Fue a los 51 años cuando se tomó su primera foto y a los 58 cuando obtuvo su documento de identidad.
Golpes muy duros
A los 78 años celebró sus bodas de oro con su esposa y renovó los votos sacramentales en la iglesia del pueblo. Diez años más tarde Ediofina muere. El relato del sobrino nos da una idea de su carácter. Era la manera recia de ser de los campesinos andinos: “Fue un golpe muy duro para él y la familia. Tío Vicente, tomó ese episodio de su vida con mucha serenidad y paciencia. Estuvo siempre presente en su velorio y la acompañó al cementerio para darle el último adiós. Por su rostro no salió una lágrima”. Uno de sus hijos muere el mismo año.
Sólo diez años después comienza a usar silla de ruedas y le retiraron la prótesis dental. Un año más tarde pierde a otra de sus hijas, la que, luego de la muerte de la madre, hacía sus veces. A los 104 años vende su última parcela y pierde a otro de sus varones.
Es a los 110 años cuando ingresa en la lista de supercentenarios del Grupo de Investigación en Gerontología – Gerontology Research Group- de Los Ángeles, pasando a ser la persona más longeva de Venezuela. A los 111 se conoce ampliamente su historia a través de una publicación del diario regional La Nación y recibe felicitaciones por su cumpleaños de parte de más de 20 medios de comunicación a nivel nacional.
El 27 de mayo, contra todo pronóstico y a pesar de problemas de salud que lo aquejan, Juan Vicente Pérez llegó a los 113 años de vida y es celebrado por su familia, su natal estado Táchira y toda Venezuela. Es a esta edad cuando, fallecido el ciudadano español, Juan Vicente Pérez se convirtió en el nuevo hombre vivo más longevo del mundo (nacido el 27 de mayo de 1909).
El secreto
Este noble agricultor de las montañas tachirenses ya es considerado una leyenda para su Táchira natal y para toda Venezuela. En un país donde la esperanza de vida es llegar a ser septuagenario, Juan Vicente se mantiene firme y aferrado a la vida, "sin haber sido tratado nunca por un geriatra", según reseña el diario El Impulso (estado Lara).
“Vive entre limitados y modestos recursos, a pesar de las constantes peticiones a funcionarios e instituciones regionales para cubrir los requerimientos básicos, como un colchón antiescaras, alimentos, pañales y medicamentos. Sigue sin obtener respuesta. Solo el amor y cuidados de su familia y el pueblo de San José de Bolívar, mantienen a este supercentenario firme en su deseo de vivir”.
Sus movimientos son muy limitados, sus palabras pocas, más bien se le escuchan balbuceos y se expresa con gestos. “Pero sus días siguen transcurriendo en su silla de ruedas, aferrado a un rosario y los posibles recuerdos que guarda de más de un siglo de vida”, aseguran.
Los secretos de Juan Vicente: el calor familiar, el rosario, el aire sano del campo y sus recuerdos. Bella manera de vivir sus tiempos finales, como un sano, trabajador y creyente campesino de las altas y católicas tierras andinas venezolanas.
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(*) Más allá del ron, el miche es una bebida con sinónimo de venezolanidad. Nace de un proceso de destilación y posee un alto porcentaje de alcohol. Para quienes no lo conocen, este producto forma parte de las costumbres de la región andina. Es en ese espacio territorial donde se elabora en alambiques artesanales.
(Artículo actualizado en junio de 2022)