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“Nazaret” suena un poco sentimental e idílico. Allí Jesús creció. Allí vivió la Sagrada Familia.
Sin embargo, la verdad sobre Nazaret está llena de tragedias, como muestra el Evangelio de hoy.
Nadie es profeta en su tierra
Jesús sabe que lo más difícil para un profeta es estar entre su propio pueblo, la gente con la cual ha crecido.
Sin embargo, Jesús tiene el valor de expresar esta verdad incómoda. Nos recuerda que Dios hacía milagros para los gentiles, no para los israelitas. Esto enfureció a sus conocidos hasta el punto de que incluso querían matarlo.
Lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una saliente del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo.
¿Podemos imaginarnos a Jesús siendo conducido a la muerte por sus conocidos, con los que había jugado desde la infancia y entre los que había crecido?
Hasta el día de hoy, se señala el acantilado de Nazaret como la montaña desde la que querían precipitar a Jesús.
No fueron extraños ni romanos ocupantes, sino sus conocidos los que querían matarlo de una manera tan terrible.
Esto muestra quiénes eran las personas que vivían en Nazaret. Natanael dijo con razón: “¿¡Puede salir algo bueno de Nazaret?!”.
Dios eligió precisamente este pueblo para que el Hijo de Dios creciera entre esta gente. No eligió un ambiente tranquilo sino uno muy difícil e incluso, como vemos, violento.
Dios mismo entra y habita en el lugar más difícil, donde la vida no es fácil ni agradable. De este modo, Dios busca a los que están lejos.
Un profeta te habla
Lo que todo hombre necesita hoy es la sensibilidad hacia Dios, hacia su palabra escrita en la Biblia. Es como un manual de instrucciones para la vida, para que sea feliz.
Al igual que en la sinagoga de Nazaret, hoy Jesús habla como un profeta a cada uno de nosotros en el Evangelio.