La primera película de Joel Coen en solitario, sin la colaboración de su hermano Ethan, sorprende por su giro casi radical hacia una sobriedad estilística alejada de sus estructuras postmodernas, de su humor a menudo corrosivo y de sus métodos para apropiarse de los clásicos (pensemos en sus reescrituras de Homero, Dashiell Hammett o Charles Portis): “La tragedia de Macbeth”, protagonizada por Denzel Washington y Frances McDormand, apuesta por la fidelidad al texto original de William Shakespeare, la fotografía en blanco y negro y unas formas deudoras del cine tradicional.
El cineasta adopta en su filme, visualmente impecable, un enfoque que se distancia de la anterior versión, dirigida por Justin Kurzel en 2015: en ésta primaban la sangre, la pasión y la iconografía religiosa, mientras Coen elige la frialdad, la ausencia de batallas y grandes ejércitos y la escasez de violencia.
Shakespeare: una voz intemporal
Nunca está de más una nueva adaptación de William Shakespeare. Sus palabras suenan a música. Se agradecen en tiempos en los que asistimos a un empobrecimiento del lenguaje. Su análisis de la condición humana mediante los parlamentos y las conductas de sus personajes es intemporal. Sus personajes cometen errores empujados por la codicia, la ambición, el deseo, la venganza, el ansia de poder. A sus crímenes les suele corresponder un castigo, casi siempre ejercido por el acero en manos de otros hombres. Por eso sus tragedias contienen finales estremecedores: dramáticos y sangrientos.
Lord Macbeth no es ajeno a todo esto, aunque él se deja manipular por su mujer, la pérfida Lady Macbeth. En una de las escenas del filme, McDormand se dirige a un Macbeth que no está presente: “Tú quieres ser grande, y no te falta ambición, pero sí la maldad que debe acompañarla. Apeteces la gloria en la senda de la virtud. No quieres jugar sucio, aunque aceptes ganar mal”. Para lograrlo, ella es consciente de la necesidad de introducirle en el oído el veneno preciso para convertirlo en asesino.
Recordemos que, en esta obra, tres brujas profetizan a Macbeth que será el próximo monarca de Escocia; para su sorpresa, el rey Duncan nombra heredero a su hijo Malcolm, lo que desata la ira de Macbeth y las intrigas maquiavélicas de Lady Macbeth: “Para engañar al mundo, parécete al mundo. Lleva la bienvenida en los ojos, manos, lengua. Parécete a la cándida flor, pero sé la serpiente que hay debajo”, le conmina. Su cometido será el de matar a Duncan y a sus hombres y atribuir las culpas a sus criados.
El acoso de la conciencia
Estos actos se saldarán con el acoso de la conciencia y, más tarde, con la muerte de ambos. Macbeth, una vez cometidos los crímenes, confiesa a su mujer que dos víctimas rogaron bendiciones divinas: “No pude decir ‘amén’ cuando dijeron ‘Dios nos bendiga’. ¿Por qué no pude decir ‘Amén’? Necesitaba esa bendición y el amén se me ahogaba en la garganta”, a lo que ella replica que se calme, pues “Así nos volvemos locos”.
Después Macbeth comienza a ver el espectro de Banquo, a quien ordenó asesinar por temor a que sus hijos fueran reyes: “Mi alma está llena de escorpiones, esposa”, admite. Lady Macbeth, consumida por los remordimientos, se pasea sonámbula y trata de despojar de sus manos unas manchas de sangre imaginaria, y también el olor, que sólo ella percibe. Emprende, así, su camino a la locura.
Para ilustrar este espinoso camino de crimen y castigo, Joel Coen ha rodado una versión al mismo tiempo muy teatral y muy cinematográfica: teatral porque utiliza decorados sobrios y vacíos y elude las grandes masas de extras; cinematográfica porque cada plano homenajea a los antiguos maestros: resuenan en sus imágenes las fantasmagorías y las sombras de Orson Welles, Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Carl Theodore Dreyer, del cine mudo y del expresionismo alemán. El juego de piezas y claroscuros que planea en cada fotograma es deslumbrante, así como las interpretaciones de Washington, McDormand y Kathryn Hunter (quien interpreta a las tres brujas y a un anciano). Coen, en declaraciones a Fotogramas, reconocía que “Esta adaptación pretende encerrar al espectador en la mente enfermiza de los personajes”. De ahí lo opresivo de su atmósfera, del formato elegido para rodar y de ese repertorio de luces y sombras.
La obra contiene algunas de las sentencias más memorables y citadas de la historia. Uno de los personajes más certeros es el doctor; mientras observa los desvaríos de Lady Macbeth, dictamina: “Actos monstruosos engendran males monstruosos”. Es uno de los pocos personajes con los que podríamos identificarnos. Alguien que ha visto el mal. “Dios nos perdone a todos”, implora. Macbeth, por su parte, va perdiendo ilusiones y nos ofrece su visión ya pesimista sobre la vida: “El cuento de un idiota... lleno de ruido y furia, que nada significa”. Todo esto se refleja en una película fría y notable.