El comunismo en los países europeos había fracasado y casi todos los países que conformaron este imperio y tuvieron que convertir su economía colectivizada por una economía de mercado, con regímenes más o menos democráticos.
En diciembre de 1991 y enero de 1992, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) pudieron desgajarse de Moscú, de Rusia, que era quien los controlaba a todos, estableciendo un régimen de dictadura del proletariado. Desde 1917 unos, y desde la conferencia de Yalta (febrero de 1945), otros, vivieron “bajo la bota de Moscú”, como me comentó un periodista polaco. En Yalta, y luego en Postdam (julio-agosto de 1945), Rusia, Estados Unidos y Gran Bretaña se repartieron Europa y con ella el mundo.
También fue la fecha en que comenzó la Guerra Fría entre los dos bloques antagónicos: el bloque capitalista de economía de mercado (Estados Unidos y Gran Bretaña) y con régimen democrático, y el bloque comunista o de economía colectivizada y régimen centralizado y de partidos único. Rusia conformó un imperio implantando el comunismo en los países de su influencia. O sea que el comunismo en Europa del Este duró más de 40 años, casi 50 en algún país.
El hundimiento de la URSS puso en gran evidencia que los ciudadanos de los países bajo la dictadura del proletariado vivían mucho peor, su nivel de vida era bajo. Además que el régimen comunista de los mismos estaba podrido, con mucha corrupción y donde vivían dos clases sociales: los que pertenecían al aparato del Partido, con toda una serie de prebendas, y los ciudadanos normales. Se había instalado, como escribió el disidente yugoslavo Milovan Djilas, en su libro “La nueva clase”, la clase de los cuadros del partido.
Era un comunismo que, a pesar de sus postulados, no consiguió que sus ciudadanos fueran felices. Recuerdo que me contó un hijo mío que fue a hacer un voluntariado en Lituania junto con otros jóvenes, que su sorpresa mayor fue el gran silencio que reinaba. Nadie hablaba, y menos en voz alta. Ellos habían ido con sus guitarras y sus cantos. La gente quedó maravillada y querían ir a España: descubrieron la alegría de vivir.
En los países de la Unión Soviética, con el paso de los años, los aparatos de los partidos comunistas correspondientes se habían anquilosado, burocratizado en extremo, y se transformó en un inmovilismo que chocaba con el dinamismo y las libertades de las democracias y de las economías de los países occidentales.
El escalón entre las dos economías se hizo cada vez más alto hasta que tras la muerte (1982) de Leónid Brezhnev, que fue secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y presidente de la URSS, había establecido el sistema de la “soberanía limitada” para los países comunista.
A Brezhnev, le siguieron dos breves “reinados” hasta que llegó a la cumbre del partido, Mijaíl Gorbachov. El gravísimo error de la Unión Soviética fue la invasión de Afganistán, de donde el Ejército Rojo salió desmoralizado y derrotado.
En este periodo de tiempo, cuando Mijaíl Gorbachov tomó todo el poder en la Unión Soviética, empezó su política de reformas económicas y apertura política (se les llamó perestroika y glasnost), se había producido un hecho fundamental: la elección del papa polaco, Karol Wojtyla (1978), que tuvo una influencia capital en la caída del comunismo europeo. Hay mucha información que corrobora lo dicho.
Cuando el presidente del sindicato “Solidaridad” (Solidarnosc), Lech Walesa apareció en Roma (1981) para visitar al papa Wojtyla junto a su esposa Donuta, sorprendieron dos cosas: primero que llevaba en la solapa la imagen de la Virgen de Czestochowa, patrona de Polonia, y segundo que pronunció ante el Papa un discurso sin papeles (yo estuve presente), y dijo que la defensa de los trabajadores, las políticas sociales y la lucha en favor de una paz social, sin discriminaciones, lo había aprendido de la Iglesia católica, y le dio las gracias. Al salir del Vaticano, Walesa comentó: "He cargado las pilas, ahora estoy dispuesto a levantar cualquier tipo de peso".
Al mismo tiempo, el presidente de los Estados Unidos era Ronald Reagan, quien, con la primera ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, y con la llamada “Guerra de las Galaxias” vieron que su superioridad frente a los países comunistas era un hecho: se había abierto la brecha para terminar con el comunismo en el Este de Europa.
En 1989, el Muro de Berlín, que fue construido en 1962, fue derribado por los mismos ciudadanos alemanes bajo régimen comunista (se llamaba la República Democrática Alemana (RDA) ) y eliminar la vergüenza de tener una Alemania divida por un muro, en Berlín, y por alambres de espino el resto de la frontera. Aquello fue el principio del fin.
Gorbachov, que entre otros premios obtuvo el Premio Nobel de la Paz, sufrió al final de la URSS un golpe de Estado, de unos militares ultras que querían preservar el comunismo dentro de la URSS, dentro de todos los países comunistas. Fue entonces cuando vino la disolución de la Unión Soviética, con la intervención de Boris Yeltsin que creó la Federación de Rusia (1991).
En agosto de 2021, a un día de conmemorarse 30 años del intento de golpe de Estado, Gorbachov declaró públicamente que "la única vía correcta de desarrollo de Rusia es la democrática".