Hace ya casi dos años que Fox decidió retirarse de la interpretación porque su memoria a corto plazo, admitió, estaba destruida.
Estos días hemos vuelto a saber cómo se encuentra y la fuerza con que vive su enfermedad. Y es que Michael Fox y Christopher Lloyd se reencontraron en el Comic Con de Nueva York.
Este año salió a la venta la traducción del tercer tomo de memorias del actor, No hay mejor momento que el futuro (Libros Cúpula, 2022), subtitulado O cómo afronta la muerte un optimista. Lo extraño del asunto es que hace muchísimos años que no se reedita el primer volumen, Un hombre afortunado (Maeva Ediciones, 2003), y que ni siquiera se ha publicado en España el segundo, Always Looking Up. Misterios de la edición española.
La lucha de un optimista contra las adversidades
Hace ya casi tres años que Fox decidió retirarse de la interpretación porque su memoria a corto plazo, admitió, estaba destruida. No podía aprenderse sus líneas de diálogo en los rodajes. Antes de eso, en 2018, le operaron de un tumor benigno en la médula espinal. En esa etapa sufrió caídas en las que llegó a romperse un brazo.
Tras recaer en el pesimismo, en la falta de una perspectiva positiva por la cadena de adversidades físicas que ha tenido que afrontar a través de los años (recordemos que unos 30 años atrás le diagnosticaron la enfermedad de Parkinson), el actor logró superarlo y caminar de nuevo, recuperar su optimismo y aceptar su nueva situación. Es lo que, al parecer, relata en este nuevo tomo de memorias: esa batalla persistente, en la que ha afrontado los efectos de una salud muy endeble que no le ha doblegado.
Creo que todos recordamos con agrado y con cariño las primeras interpretaciones de Michael J. Fox, sobre todo merced a la trilogía Regreso al futuro, dirigida por Robert Zemeckis y producida por Steven Spielberg: la primera parte es, sin duda, una de las películas más perfectas y entretenidas de la historia del cine, aunque les pese a los puristas de lo clásico.
Dicha trilogía continúa viéndose en las plataformas, a menudo se reedita en diversos formatos domésticos y no cesa de generar merchandising. Una porción de ese éxito se debe al carisma juvenil y entusiasta de Fox en las películas, que hizo extensible a títulos quizá menos conocidos como Doc Hollywood, Corazones de hierro, Agárrame esos fantasmas o El secreto de mi éxito.
Pero muchos también recordamos con estupor el momento en que le fue diagnosticada la enfermedad. Y cómo ha luchado contra ello. Cómo lo ha aceptado. Cómo abrió su propia fundación, The Michael J. Fox Foundation for Parkinson’s Research, que trata de encontrar una cura para el Parkinson a través de numerosas investigaciones, y que ha recaudado ya unos 1.500 millones de dólares. Su historia es ejemplar. Un modelo de lucha, de aceptación, de resistencia, de superación.
Un hombre que no se rinde
En casa tengo ese primer libro de memorias, Un hombre afortunado, supongo que hoy ya imposible de encontrar salvo en alguna librería de viejo a precios de escándalo. Recuerdo lo mucho que me impactó su lectura, lo demoledor que me resultó saber cómo un ídolo de mi juventud había sufrido esos temblores en la treintena.
Pero también me reconfortó su lucha. Sus libros no son exactamente de autoayuda. Sirven de ejemplo, eso sí. Como las memorias de Matthew McConaughey, Greenlights, cuya traducción se publicó el año pasado: se trata de libros en los que una estrella recuerda episodios de su vida que, al final, sirven de modelo de conducta para quienes aún deban afrontar miedos, pérdidas, enfermedades y otros pormenores de la existencia.
El día en que detectó su Parkinson
Las memorias de Fox arrancan en noviembre de 1990, cuando al despertarse una mañana durante los días de rodaje de una película en Florida, descubre el primer tembleque en una de sus manos. "Su temblor era el mensaje", apunta. Sabemos que el cuerpo nos habla, y los dolores son una manera de comunicarse con nosotros. En dicho libro llama la atención cómo habla más de los proyectos que fracasaron que de sus productos de éxito: esos proyectos con los que no estaba conforme, pero en los que participó para alimentar a su familia.
Aquel testimonio, aquella confesión de un hombre joven y enfermo enfrentado a una enfermedad degenerativa e irreversible, que acepta lo que le ocurre y aprende a convivir con ello, sirvió entonces de muestra para otros afectados, y les infundió el valor preciso para sentir que no estaban solos, y para empezar a admitir en público sus síntomas.