Legalizar la eutanasia crea una clasificación de personas eliminables de otras que no lo son: los “eutanasiables”. Se considera que, en determinadas condiciones, una persona puede pedir que la maten. Crea una cruel discriminación entre seres humanos descartables y otros que se consideran más valiosos.
A partir de esta aceptación social y jurídica, se está dinamitando el fundamento de los Derechos Humanos: la igual dignidad de todo ser humano y la irrenunciabilidad de los derechos humanos.
Legalizar la eutanasia destruye principios fundamentales de la ética médica: no hacer daño, no matar. Sin embargo, para que no caiga mal se dice: “es tu derecho”; es “un nuevo derecho”; como una expresión mágica que vuelve al homicidio en manos de un médico o su colaboración con el suicidio, un acto de reconocimiento de “derechos”.
El Estado en lugar de crear mejores condiciones de vida para los que más sufren, les ofrece la posibilidad de eliminar a las personas que consideren que sus vidas no tienen ningún sentido ni valor. Pero muchos que dicen estar a favor de la eutanasia se refieren con una misma palabra a acciones médicas muy diversas e incluso incompatibles entre sí.
No es lo mismo matar que ayudar a morir en paz
La libertad del paciente para pedir que no le alarguen la vida con soportes artificiales o para no someterse a tratamientos fútiles, no es eutanasia: es decidir morir naturalmente.
Defender la autonomía del paciente para decidir sobre hasta donde está dispuesto a recibir ayuda artificial para vivir, no es estar a favor de la eutanasia.
La sedación paliativa, especialmente al final de la vida, no mata al paciente, sino que le evita sufrimientos y síntomas difíciles de manejar.
La sedación no mata al enfermo, no es eutanasia. Pedir la sedación en la agonía no es pedir eutanasia.
Estar en contra de prolongar la vida y el sufrimiento no significa estar a favor de la eutanasia. Es tan inhumano alargar la agonía como matar al paciente.
¿Qué es la eutanasia? Matar al paciente con una sustancia letal, por eso es la antítesis de los Cuidados Paliativos cuya finalidad es el alivio y el respeto a la dignidad de toda vida humana.
Es importante investigar cómo ha sido en los países pioneros en legalizar la eutanasia y el suicidio asistido.
Holanda: los pioneros en la cultura del descarte.
Fue el primer país en legalizar la eutanasia y se practica naturalmente en mayores de 12 años (desde el 2002), y también en bebés que nacen con algún tipo de discapacidad que se entiende les hará sufrir mucho, aunque no tengan riesgo de morir.
También es legal la eutanasia no voluntaria en personas con demencia, cuando el paciente así lo solicitó mediante voluntad anticipada. Así, lo que inicialmente se presenta como un último recurso y como algo voluntario, se vuelve práctica normalizada con personas que entienden que sus vidas ya “no valen la pena”.
Ya no se reconoce la dignidad humana de todo ser humano, sino que lo que interesa es saber si tiene calidad de vida o no, para determinar si es descartable o salvable.
Incluso se llega a la perversión progresiva de la función médica, porque cuando socialmente se naturaliza eliminar a un paciente como un acto de beneficencia sobre el que sufre, fácilmente se justifica hacerlo por quien no lo eligió. Solo en 2005, Holanda realizó 550 eutanasias sin consentimiento.
Desde 2016 están en estudio proyectos de ley para extender la eutanasia a adultos sanos mayores a 75 años que estén “cansados de la vida». Los criterios son subjetivos y siempre arbitrarios. Solo en 2020, 6.938 holandeses murieron por eutanasia (4,12% del total de muertes).
Prácticamente cualquiera que no quiera sufrir lo que considere “insoportable” tendría “derecho” a que le practiquen eutanasia. Por ello en estos países es normal que pueda decidirse sobre un bebé o un anciano con demencia. Aunque ellos no puedan elegir, se considera un “acto de amor” el “ayudarles” a morir, que de ayuda no tiene mucho, es simplemente quitarles la vida para no cuidarles más.
El caso de Bélgica: ¿cansados de vivir?
Al igual que en el resto de los países que despenalizaron para casos excepcionales, por reclamos de casos similares, se ha ido flexibilizando la aceptación ante cualquier declaración de “sufrimiento insoportable” o simplemente por miedo a lo que pudiera pasar en una futura enfermedad.
El sistema de control de eutanasia en Bélgica es a posteriori, después de que se ha realizado, por lo que no salva a ningún paciente. Y quien hace el informe que se entrega al Comité de Ética es el médico que la realizó, que es juez y parte, con lo cual nunca habrá denuncias de absolutamente nada. Además, entre el 50% y 75% de las eutanasias practicadas no se declaran y, de los casos declarados, 1 de cada 4 no cumple con los requisitos de la ley. En el 2002 se realizaron 24 eutanasias y en 2019 unas 2.656 (reportadas).
Se ha normalizado la eutanasia en personas con afecciones neuropsiquiátricas (demencia, depresión), niños sin límite de edad (desde 2014) y ancianos “cansados de vivir”. Si bien la ley pide “sufrimiento insoportable” y ausencia de alternativas razonables, desde hace años se acepta como causa válida la sumatoria de patologías, aunque no sean graves. Esto vuelve candidato a casi todo adulto mayor.
Lo que se terminó creando fue una normalización cultural del suicidio organizado y visto como un acto de realización personal. Presentan como un derecho la extinción de todos los derechos: la eliminación de la persona.
¿Y los Derechos Humanos?
Los derechos humanos son irrenunciables. Aunque alguien quiera renunciar a sus derechos humanos, no puede, porque no deja de ser humano. Nadie puede explotar, torturar a otro o matarlo, porque la persona en cuestión lo solicite. La autonomía tiene límites, la dignidad no se anula por decisión personal. No es un tema de libertad, es un tema de respeto a la dignidad humana. No debería inventarse un derecho a matar, sin embargo, unos pocos países ya lo han hecho naturalizando prácticas eugenésicas que escandalizaron al mundo durante la Segunda Guerra Mundial y ahora se presentan como un “nuevo derecho”.
Lo que se presenta como una opción de libertad individual se convierte en donde es legal en una presión sobre quienes precisan más apoyo de los demás y del sistema. La paradoja es que con estas leyes, los enfermos deben luchar por el derecho a vivir ante las presiones del sistema de salud y de sus propios cuidadores.