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Un obispo católico italiano saltó a los titulares de todo el mundo a principios de este diciembre cuando dijo a los niños desde su púlpito que Santa Claus no existe.
El obispo Antonio Stagliano, mientras hablaba en el Día de San Nicolás, dijo sin rodeos a un grupo de jóvenes conmocionados que Santa Claus no es real. Llegó incluso a decir que “de hecho, añadiría que el rojo del traje que viste fue escogido por Coca Cola por motivos exclusivamente publicitarios”.
Los comentarios generaron tanta controversia que el portavoz de la diócesis de Noto se apresuró a escribir en Facebook una disculpa en nombre del obispo. Alexander Paolino manifestó: “Primero quisiera expresar, en nombre del obispo, disculpas por esta declaración que ha generado decepción en los niños, y deseo aclarar que las intenciones de Monseñor Staglianò eran bastante diferentes, a saber, el reflexionar con mayor conciencia sobre el significado de la Navidad y las hermosas tradiciones que la acompañan”.
Sin embargo, familias católicas de todo el mundo tienen una diferente perspectiva a la hora de gestionar la tradición de Santa Claus. Algunos padres están categóricamente en contra de la tradición, mientras que otros creen en la bondad de la costumbre. Aquí presentamos los dos lados de la discusión, según la perspectiva de Aleteia.
En contra de la tradición de Santa Claus
La tradición de Santa Claus dificulta que los padres mantengan el foco en Jesús y en la Natividad cuando hay tanto entusiasmo en torno a un hombre de rojo que llega con regalos (cosa que, en realidad, no hace).
Además, fomentar que los padres, otros adultos y los niños mayores digan que creen en Santa Claus o, si no, que difundan la historia de Santa Claus supone, de hecho, mentir a los niños.
Santa Claus puede hacer más difícil a los niños creer en un Dios invisible, cuando se les cuenta a lo largo de toda su infancia que otras figuras invisibles como Santa Claus (y el Conejito de Pascua, el Ratoncito Pérez, etc.) son reales.
La tradición de Santa Claus encamina a los niños hacia una gran decepción cuando descubren que Santa Claus no es real. Algunos niños se sienten traicionados y avergonzados cuando esto sucede. Bien podrían preguntarse qué otras fantasías les habrán hecho tragar sus padres.
El exceso de regalos con Santa Claus tiende a fomentar más el consumismo y el centrarse en los regalos en vez de en compartir con los demás, pasar tiempo en familia, las tradiciones y el significado espiritual.
La tradición de Santa Claus es una deslealtad a san Nicolás, la auténtica figura histórica. A lo peor, confunde la devoción católica a los santos, mezclando santos reales con héroes míticos.
Por último, muchos padres usan la tradición de Santa Claus como apoyo disciplinario. Al amenazar con la pérdida de los regalos mágicos, los padres abusan de los premios para alentar el buen comportamiento.
A favor de la tradición de Santa Claus
La tradición de Santa Claus anima a los niños a creer en algo que no es estrictamente tangible. Por tanto, fortalece la idea de creer en Dios (entre los niños más pequeños). Para cuando llega el momento en que los niños dejan de creer en Santa Claus, a menudo ya han recibido una educación religiosa que habrá fortalecido su fe y su capacidad para creer en Dios de todas formas.
Además, hay que tener en cuenta que Santa Claus es quizás la figura más generosa y bondadosa de culturas como la estadounidense y la de ciertos países europeos y que ayuda a reforzar lo especial que es la temporada navideña, ¡que termina con el regalo más precioso de todos!
Podemos enseñar a nuestros hijos que los Santa Claus que se ven por todas partes son representaciones del auténtico san Nicolás. Si a un niño le encanta Santa Claus y conoce la historia de san Nicolás, quizás se vea motivado a querer aún más a Jesús. (¡Después de todo, los niños tienen la costumbre de imitar!).
La emoción y la fascinación al ver una pila de regalos solamente enfatiza la felicidad que sentimos en el nacimiento de Jesús. Es un doble chute de alegría. Es una asociación positiva que durará en la memoria del niño de por vida.
La alegría que un niño siente al recibir regalos en Navidad es algo muy real para ellos, lo cual les facilita sentir empatía hacia quienes tienen menos o nada en absoluto. Esto puede motivarles a sentirse más caritativos y actuar en consonancia.
Cuando los niños descubren que Santa Claus no es real, no concluyen necesariamente que se les ha mentido. Muy posiblemente se detengan a considerar que sus queridos padres les dieron muchísimos regalos a lo largo de los años ¡y no se llevaron el mérito de haberlo hecho!
Por último, la tradición de Santa Claus no tiene por qué ser excesivamente consumista. Los padres pueden tomar decisiones responsables respecto a lo que compran a sus hijos. Algunos padres incluso hacen que Santa Claus traiga pequeños regalos como cepillos de dientes, cosas que realmente necesitan.
En definitiva, independientemente de si una familia decide vivir o no la tradición de Santa Claus y el acostumbrado intercambio de regalos, el mayor de los regalos ya se ha dado.
Según escribió el papa León el Magno: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo”.