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Gwen John: Entre el arte y la fe

GWEN JOHN

Sailko-(CC BY 3.0

Sandra Ferrer - publicado el 15/11/21

Su retrato de la madre Marie Poussepin está considerada su gran obra de arte

Gwen John vivió y murió a la sombra de su hermano, el pintor británico Augustus John. A pesar de ser una pintora de talento, no fue hasta años después de su desaparición que el mundo del arte restituyó su nombre.

Atrás dejaba una vida de extraña soledad, buscando la perfección en sus lienzos y respuestas a sus miedos en un catolicismo al que se acercó en el ecuador de su existencia. 

Gwendolen Mary John había nacido el 22 de junio de 1876 en la localidad galesa de Haverfordwest. Gwen fue educada por institutrices en un hogar oscuro, con un padre adusto y una madre ausente por causa de su mala salud.

Augusta John falleció cuando Gwen tenía ocho años por lo que se refugió en el cariño de sus hermanos. Con ellos hacía pequeñas excursiones en las que ya entonces llevaba consigo un cuaderno en el que pintaba lo que veía a su alrededor. 

En 1985 empezaba su formación artística formal en la Escuela de Arte Slade junto a su hermano Augustus. A pesar de que estudiaban separados, la Slade era la única academia que por aquel entonces aceptaba a chicas en sus aulas.

Gwen encontró en Augustus un importante apoyo emocional; vivían juntos y compartían experiencias artísticas. Tres años después, marchó a conquistar la ciudad artística del momento, París, donde continuó perfeccionando su estilo en la Académie Carmen.

Relación tormentosa con Rodin

Fue en 1900 cuando Gwen John exponía por primera vez su obra en público. Fue en el New English Art Club, pero no supuso para ella ni el reconocimiento de la crítica ni el impulso económico necesario para poder vivir de su arte.

Así que en 1904 estaba de nuevo en París donde compaginó sus horas de trabajo propio con varios empleos como modelo para otros artistas.

Uno de ellos, que marcaría para siempre a Gwen, fue el escultor Auguste Rodin, de quien se enamoró perdidamente, iniciando una relación que sería turbulenta para ella. En aquella época, además de la tristeza por la pérdida, sufrió verdaderas penurias para poder sobrevivir.

Aún así, Gwen continuó con su arte. Muchos de sus retratos de mujeres, una de las señas de identidad de su trayectoria artística, estaban basados en ella misma, puesto que no podía permitirse pagar a otras modelos. 

En 1910, el coleccionista de arte John Quinn se fijó en su obra y le compró casi todas sus pinturas, lo que permitió dar un respiro económico importante a su vida. Ahora ya no tendría que ejercer como modelo para otros y podría centrarse exclusivamente en su propia obra.

Descubrió la paz

Cansada probablemente de una vida en la que nada parecía tener sentido, en 1911 Gwen se marchó a vivir a las afueras de París, en el suburbio de Meudon donde no solo encontró la paz y el sosiego lejos de la ajetreada ciudad, sino que descubrió otra paz aún más profunda. 

En 1913, Gwen John se convertía al catolicismo y encontraba en la comunión diaria un refugio espiritual. La iglesia de Saint Michel de Meudon se convirtió en su segundo hogar y en una fuente de inspiración, pues pintó varias veces a sus feligreses.

También entró en contacto con la comunidad de las Hermanas Dominicas de la Caridad de la ciudad. En ellas, principalmente en su Madre Superiora, encontró Gwen un apoyo impagable.

La mejor manera que tenía de devolver a aquellas mujeres el cariño con el que la acogieron era regalarles su arte, y así lo hijo, realizando varios retratos de la madre Marie Poussepin, fundadora de la orden.

También retrató a otras religiosas del convento y realizó varios dibujos de Santa Teresa de Lisieux, por quien sentía gran devoción y a quien quiso seguir sus pasos de santidad: “Yo también debo ser una santa. Debo ser una santa en mi trabajo”.

En Meudon, Gwen continuó pintando y encontrando el sentido a la vida que ella necesitaba y que plasmó así en sus cuadernos: “Una vida hermosa es aquella llevada, tal vez, en la sombra, pero ordenada y regular, armoniosa. Debo quedarme en soledad para hacer mi trabajo. Debo dejar a todos y estar a solas con Dios”.

Alejada del mundo

Como una parroquiana más, Gwen asistía a las distintas celebraciones religiosas y compartía con sus vecinos que más lo necesitaban lo poco que tenía. 

La paz que había encontrado en Meudon se vio interrumpida en 1919 cuando expuso en París. Pero pronto regresó a su refugio, a su arte y a la oración. Creando retratos principalmente de mujeres, bodegones o paisajes. Poco a poco se fue alejando del mundo.

La muerte de su querido amigo Rainer Maria Rilke, fue un duro golpe para una pintora que llevaba tiempo deseosa de continuar con una vida asceta, de reclusión, meditación y oración.

“Ha llenado mi corazón de amor esta noche – apuntó Gwen –. La oración se está convirtiendo en una alegría. Oh Dios, te doy las gracias por la paz y la dulzura en mi meditación esta noche. Es mi hogar estar cerca de mi Dios”.

Gwen John falleció en 1939. Pasarían décadas hasta que su figura empezara a ser reconocida entre las pintoras más importantes del postimpresionismo. 

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