“El servicio en la Iglesia es un don, no un contrato de trabajo”, dijo el papa Francisco. Estas palabras se dirigen a cada uno de nosotros.
Subrayan que la oportunidad de servir a los demás no es una obligación, sino un regalo por el que hay que dar las gracias a Dios.
Cristo no niega la necesidad del poder, de los cargos y de los oficios. Subraya que el cristiano que ocupa un cargo debe hacerlo por amor, recordando que su autoridad es un don de Dios.
Jesús dio a los apóstoles una clara indicación de cómo debía ser su liderazgo en la Iglesia. Esto es importante para todos nosotros.
Un hombre es verdaderamente grande cuando sirve a Dios y a su prójimo. “Un hombre nunca es más grande que cuando se arrodilla ante Dios”, subrayó san Juan XXIII.
Se puede ser una persona altiva y humilde, pero también se puede ser sencillo pero orgulloso. El hombre orgulloso se convierte en esclavo del pecado.
Jesús mismo fue el Siervo de Yahvé anunciado en Isaías; dio un ejemplo del servicio perfecto, incluso lavando los pies de los discípulos en el Cenáculo. Su grandeza radica en que se hizo Siervo.
Cada día nos espera humildemente en el Sagrario y en los altares de todo el mundo.
La Virgen se definió como la Sierva del Señor, y nos enseña a servir a Dios y a los hombres, también a través de la ayuda concreta mostrada a Isabel.
¿Dónde veo mi grandeza? ¿En la opinión de los demás, en el número de likes en Facebook, shares en Twitter... o en la posibilidad de servir a Dios y a los demás?