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Cada año, miles de peregrinos que finalizan el Camino en Santiago de Compostela, deciden prolongar la ruta hasta la costa del Atlántico para llegar a Finisterre, kilómetro 0 del Camino. En esta población, considerada durante siglos el punto más occidental del mundo conocido, es visita obligada la Iglesia de Nuestra Señora de las Arenas, y rezar ante el Santo Cristo.
Y desde allí, algunos caminantes continúan unos kilómetros más al norte, hasta el Santuario de la Virgen de la Barca, en la localidad marinera de Muxía, en plena Costa da Morte, a escasos metros del mar. Saludar a la Virgen es la recompensa al esfuerzo realizado por los peregrinos.
El germen de este santuario, envuelto en leyenda, fue probablemente el culto a la Virgen difundido por los monjes benedictinos del cercano Monasterio de San Xiao de Moraime. Ellos fueron los que construyeron allí una pequeña ermita en el siglo XII.
Según la leyenda, el Apóstol Santiago, que trataba de evangelizar a las gentes de España, se encontró en esta zona con un ambiente hostil ya que los habitantes de las aldeas cercanas desobedecían sus predicaciones.
Así que Santiago se retiró a la Costa de Muxía a rezar y a suplicar a Dios la conversión de la zona. Fue entonces cuando la Virgen vino a este territorio en una barca de piedra para animarle a seguir su labor.
En realidad, esta historia tiene gran parecido con la aparición en Zaragoza de la Virgen del Pilar, cuando en el año 40 d.C. se apareció a Santiago y a los discípulos que le acompañaban en su predicación. Ella, que aún vivía, les animó a continuar la evangelización y les dio su bendición. Y en ese punto, a orillas del río Ebro, se levantó la actual Basílica del Pilar.
Sin duda, la llegada de la Virgen a Muxía a bordo de una embarcación de piedra dio lugar también a muchas historias acerca de las piedras situadas en el lugar del desembarco y que todavía permanecen allí.
En ocasiones la devoción religiosa se mezcla con lo mágico y esotérico, y aún hoy a estas piedras “mágicas” se les atribuyen propiedades curativas y adivinatorias.
Según cuentan los lugareños, algunas de ellas formaban parte de la barca en la que viajó la Virgen hasta Muxía. Por ejemplo, la “Pedra de Abalar” formaba parte de la nave, la “Pedra dos Cadrís” era la vela y la “Pedra do Timón” era precisamente el timón de la barca.
La “Pedra de Abalar” tenía una longitud de 8,70 m y una anchura de casi 7 m. pero ha sufrido diversas roturas y desplazamientos a lo largo de los años, debido al fuerte oleaje y los temporales que azotan esta costa. Desde 2014 una parte se conserva y ampara en el atrio del templo.
La leyenda continúa diciendo que debajo de la “Pedra dos Cadrís” fue encontrada la imagen de la virgen, que fue trasladada a la Iglesia parroquial de Santa María de Muxía. Pero misteriosamente la imagen desapareció de allí y volvió a aparecer debajo de la roca. Por esta razón se construyó en este lugar el santuario, por que fue donde la Virgen quiso quedarse. A la orilla del mar.
Como hemos señalado anteriormente, el origen del Santuario actual podemos fecharlo durante el siglo XII, cuando se construyó una pequeña capilla románica dedicada a la Virgen.
Se trataba de cristianizar ese territorio donde se realizaban aún cultos paganos y, además, la capilla cobró importancia por su situación en Muxía. Ya que esta población era final de etapa de los peregrinos que, después de visitar al Apóstol en Compostela, se dirigían a estas tierras del Finis Terrae para postrarse al pie de la Virgen.
Sin embargo, no es hasta el siglo XV cuando aparecen documentos que nos hablan sobre la devoción a la Virgen en el lugar y citan la existencia del templo.
Durante el siglo XVII, los devotos de la imagen de la Virgen la atribuyeron numerosos milagros, así que en 1719 se construyó el actual edificio, gracias a las donaciones de los Duques de Maceda, y de otras gentes del lugar.
La iglesia, de estilo barroco, tiene planta de cruz latina con una sola nave y en 1958 se añadieron a la fachada dos torreones, uno a cada lado.
Además, el Santuario se completó con la construcción de una Rectoría en 1828 frente a la iglesia, y años más tarde, en 1834, se añadió al conjunto una espadaña independiente a estas construcciones y también un crucero de piedra en la plaza.
Por último, un pequeño faro blanco, situado en el cabo encima de las rocas, remata el conjunto y previene a los marineros del peligro de esta costa.
En el caso del interior de la Iglesia, éste es bastante austero y adornado con ofrecimientos y placas que recuerdan los favores conseguidos gracias a la intercesión de la Virgen.
Conservaba un retablo barroco de Miguel de Romay, encargado en 1717 a este artista compostelano, muy renombrado en su época. Estaba presidido por la Virgen de la Barca y en los laterales figuraban los 12 Apóstoles, colocados en sentido vertical.
Desgraciadamente, el día de Navidad de 2013 un rayo cayó cerca del Santuario y provocó un aparatoso incendio que calcinó parte de la construcción, incluido el retablo. Sólo quedaron en pie las paredes laterales del edificio, y algunos bancos y confesionarios.
Tras una labor de reconstrucción, se pudieron recuperar los retablos laterales y las diferentes imágenes de la Iglesia. En el caso del retablo principal, fue sustituido en 2015 por una réplica en vinilo a tamaño real del retablo original, muy criticada entonces y que aún ahora preside la Iglesia.
La imagen de la Virgen, situada en su camarín, se salvó milagrosamente de la quema al haber sido sustituida por una réplica con anterioridad al incendio.
La pequeña imagen ilustra la aparición a Santiago: la Virgen María, con el niño Jesús en brazos, está en el centro de una barca, un ángel la sostiene, mientras otros dos reman a cada lado por el mar. El Apóstol Santiago, vestido de peregrino, con túnica, manto y bastón se postra a los pies de la Virgen.
Sin duda, si peregrinas a Santiago de Compostela para saludar al Apóstol, debes visitar al Santo Cristo de Finisterre y a la Virgen de la Barca.
Como dice la devoción popular: “Vengo de la Virgen de la Barca / Vengo de mecer la piedra / Vengo también a verte / Santo Cristo de Fisterra”.
En resumen, es en este Santuario de la Barca donde se unen y encuentran la devoción jacobea con la mariana.