La noticia sobre la muerte de un familiar o de un amigo es algo que no se quiere recibir a pesar de que ésta es lo más seguro en la vida. Si se trata de un pastor de la Iglesia universal, de un guía espiritual y compañero de camino en la fe, es como si el zarpazo fuese doble y un dolor profundo llega hasta el alma.
Pero enseguida, sus palabras recuerdan la esperanza de la vida eterna. La razón es sencilla, ese pastor siempre estuvo en los caminos de Jesucristo; y esa fue la enseñanza a lo largo de su ministerio sacerdotal. Es el testimonio que de él se ha conocido.
Estas serían las primeras impresiones que se pueden decir sobre la muerte del cardenal Jorge Urosa Savino, este 23 de septiembre, en Caracas. Se trataba de un incansable sacerdote que no dejaba de invitar a seguir a Jesucristo; era su principio y fin.
El cuerpo del cardenal, agotado por los embates del Covid-19, no aguantó más. Como valiente luchaba contra la pandemia desde el 28 de agosto, el mismo día de su cumpleaños. A pesar de los esfuerzos médicos y de las interminables oraciones de los creyentes, su encuentro definitivo con Dios se hizo realidad. Tenía 79 años de edad.
“Lamento mucho informar que mi tío se reunió con Dios hace unos minutos”, expresó para Aleteia el doctor José L. Onorato Urosa, a las tres y siete minutos de este día que enluta y al mismo tiempo llena de luz y esperanza, a la Iglesia venezolana.
Luego, el cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo, confirmó el “sensible fallecimiento” de quien fuera arzobispo emérito de Caracas. Porras consideró a Urosa: “Una de las personas más influyentes en la Iglesia católica venezolana”.
Finalmente, el administrador apostólico de Caracas, expresó: “Enviamos nuestras sentidas palabras de condolencia a sus familiares y amigos. Descanse en paz”.
En la mañana, Urosa todavía luchaba, pero su organismo ya estaba agotado. “Pasó la noche del 22 de septiembre estable, aunque su tensión muy baja y su saturación llegó a estar en 50 de manera asistida”, conoció Aleteia. Fue una lucha intensa en la que, desde su lecho de enfermo, hasta fue pasto de las falsas noticias que adelantaron su deceso.
Una de las figuras de los evangelios que con frecuencia citaba Urosa es aquella en la que Jesucristo invitaba a sus discípulos a remar más adentro y echar las redes: el relato de la pesca milagrosa del Evangelio de Lucas. Usó esta figura en la formación de futuros sacerdotes, en las ordenaciones que presidió y en los envíos del laicado venezolano.
“A aquellos pescadores cansados y frustrados, Jesús los animó a seguir adelante, a ir mar adentro, a echar de nuevo las redes para pescar. Confiaron en él y alcanzaron una pesca sobreabundante y maravillosa. Movidos por ese impresionante milagro, dejándolo todo, lo siguieron”, indicó en diversos momentos de su ministerio sacerdotal.
“Así, mis queridos hermanos, desde el día de Pentecostés, ha sido la historia de la Iglesia a través de los tiempos. Jesús ha impulsado a sus fieles, a los apóstoles y luego a los pastores de la Iglesia y a los bautizados, a realizar una bellísima labor: llevar sus dones de salvación, de bien, de paz, de gozo, de vida eterna, al mundo entero al corazón de hombres y mujeres, de ancianos y niños, de familias y pueblos enteros”.
Precisamente uno de los movimientos seglares que le apasiona desde antes de ingresar al seminario de Caracas fue la Legión de María. De hecho, es el último asesor nacional y con miras a la celebración del centenario de La Legión, les animaba en su trabajo.
“No se trata solo de rememorar una bellísima historia de fe, de apostolado, de tareas y trabajos apostólicos, de comunión eclesial y de evangelización”, insistía en una de las misas antes de la pandemia. Se trata de “un nuevo impulso, un renovado aliento y esfuerzo a intensificar la labor apostólica que estamos realizando, a fortalecer nuestro compromiso cristiano y legionario, aquí en nuestra convulsionada Caracas”.
No fueron pocas las oportunidades en que Urosa dio la cara en nombre de los venezolanos, ante las violaciones de los derechos humanos cometidos por los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Hay mucha literatura al respecto. Incluso, describió cómo fue el intento de Chávez de vetar su nombramiento como arzobispo de Caracas.
Pero hay un episodio único, ocurrido al principio de su ministerio en Caracas, que pudiera resumir la fe y la estrecha relación del cardenal Urosa con Dios. También deja ver su respeto y tolerancia hacia quienes piensan y actúan diferente. Es uno de los muchos ejemplos acerca del Jesucristo que predicó y vivió como Camino, Verdad y Vida.
Ocurrió en la tarde del viernes 7 de diciembre de 2007. Estaba acompañado de su chofer. Al salir de las oficinas del Palacio Arzobispal de Caracas, Urosa fue “violentamente agredido verbal y físicamente”, por un grupo de personas allegadas a Chávez.
Su reacción fue la de un verdadero hombre de Dios, sin violencia. Actuó como un pastor que ve en toda persona a sus ovejas. “¡Pacheco quédate tranquilo!”, le dijo al chofer mientras golpes, patadas y objetos pesados alcanzaban el vehículo, seguidos de los gritos y la histeria política azuzada desde el gobierno socialista de Venezuela.
“¡Más bien vamos a orar! Pidamos a Dios y la Virgen que salgamos con bien de esto”, le propuso Urosa a Gonzalo Pacheco, colocando toda su confianza en Dios.
“Dentro del vehículo comenzamos a rezar. Nosotros seguíamos rezando, y al rato, los agresores se fueron calmando y se marcharon. Podemos tener diferencias en algunos aspectos, pero todos somos hermanos y venezolanos”, corroboró luego al redactor.
Jorge Urosa Savino nació en Caracas, el 28 de agosto de 1942. Fue ordenado presbítero el 15 de agosto de 1967. Su Santidad el papa Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Caracas, el 13 de julio de 1982 y su ordenación Episcopal fue el 22 de septiembre de 1982. Ejerció como arzobispo de Valencia desde el 25 de mayo de 1990. Luego, es nombrado Arzobispo de Caracas el 19 de septiembre de 2005 por el papa Benedicto XVI, tomando posesión el 5 de noviembre de 2005.
El 28 de agosto de 2017, el cardenal Urosa presentó su renuncia ante el papa Francisco de acuerdo a lo establecido en el canon 401.1 del Código de Derecho Canónico, que establece: “Al obispo diocesano que haya cumplido setenta y cinco años de edad se le ruega que presente la renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta todas las circunstancias”, tal como publicó Aleteia. El papa Francisco hizo pública la aceptación de su renuncia el 9 de julio de 2018.