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Pero ¿qué entienden por obstaculizar el derecho al aborto? Pues, según recoge el texto de la proposición “promover, favorecer o participar en concentraciones en las proximidades de lugares habilitados para interrumpir el embarazo”.
O sea, manifestarse defendiendo las propias ideas, es este caso para proteger la vida de los seres humanos que van a ser exterminados en las clínicas abortistas, es hostigar o coartar.
Defender la vida de quien no puede defenderse, misión que en realidad le corresponde al Estado y su sistema de garantías legales, haciendo pacíficamente todo lo posible para ofrecer a las mujeres que se disponen a abortar alternativas que les permitan respetar la vida de sus hijos es, según el argumentario socialista y el de todos los grupos políticos que les han apoyado en esta descabellada propuesta, un acto de “coacción u hostigamiento de su libertad”.
Parece difícil de creer que, en un estado avanzado, promotor de las libertades y defensor de la vida, se asimile el exponer las propias ideas o el proponerlas a otros, a un acto de coacción u hostigamiento. Pensar distinto ¿es coaccionar? Proponer alternativas ¿es hostigar? Hacer todo lo posible para salvar una vida en vez de destruirla ¿es obstaculizar el derecho de alguien?
Por cierto, muchos derechos deben ser obstaculizados cuando su ejercicio resulta lesivo para otros. Así se han limitado nuestros derechos de libre circulación o reunión durante esta pandemia cuando ejercerlos puede poner en riesgo la salud y la vida de otros. En el caso del aborto, no se pretende obstaculizar los derechos de la madre, sino salvaguardar el derecho del hijo a la vida, sin la cual no existe ningún derecho más. El respeto a la vida del hijo supone, en el caso del aborto, un conflicto con el respeto al derecho de la libre decisión de la mujer. ¿Debería respetarse prioritariamente el derecho a tomar una decisión sobre la propia vida aun cuando la consecuencia de esta decisión entrañe terminar con la vida de un inocente -el nasciturus- y con todos sus derechos?
Es propio de las ideologías, ante su incapacidad para argumentar y defender serenamente sus posiciones desde el respeto a la pluralidad, señalar, perseguir y condenar al disidente, o sea, al que no piensa como se quiere que piense, ni se comporte como se pretende que lo haga.
Constituye una lamentable regresión en la carrera por la conquista de la libertad, que ideologías como las que mueven a los políticos anti pro-vida, pretendan tapar la boca a quien no pronuncia sus propios eslóganes o atar las manos a quien las tiende a la mujer que, muchas veces manipulada, malinformada, abandonada o herida, se ve abocada a la terrible decisión de terminar con la vida de su propio hijo, sin que se le haya ofrecido más alternativa.
Constituye un requisito inexcusable para la buena praxis médica, el informar debidamente a los pacientes que van a someterse a una intervención. Su alcance, posibles complicaciones, consecuencias indeseables, efectos secundarios o secuelas futuras deben ser conocidas por el paciente para poder otorgar su consentimiento debidamente informado.
La banalización de la principal consecuencia de un aborto -terminar con la vida del hijo- evitando mostrar imágenes ecográficas del feto antes de la práctica del aborto u obviando que se trata de un individuo de la especie humana, así como no informar de las posibles secuelas psicológicas para la madre u otras complicaciones, supone un atentado contra el principio bioético de autonomía, que requiere, para posibilitar la libre toma de decisiones, el ser informado correctamente sobre el alcance de toda intervención, incluidas sus posibles consecuencias.
Como afirmó San Juan Pablo II, “«La vida vencerá: ésta es para nosotros una esperanza segura. Sí, la vida vencerá, puesto que la verdad, el bien, la alegría y el verdadero progreso están de parte de la vida. Y de parte de la vida está también Dios, que ama la vida y la da con generosidad».
Julio Tudela. Observatorio de Bioética. Instituto Ciencias de la Vida. Universidad Católica de Valencia.