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Enrique, un profesor de un colegio en una barriada de Vallecas (Madrid), estaba curtido en hacer sonreír a la gente, en especial a los niños: a sus alumnos y también a los chicos que acudían al club juvenil que él dirigía.
En los campamentos se convertía en el gran líder, cuidando hasta el último detalle para que todos disfrutaran. Su autoridad radicaba en la calma que transmitía, en su paciencia y su cercanía. Siempre con el Señor como modelo.
Su entrega dio un salto cualitativo hace ya diez años, cuando creó la Fundación Amigos de Monkole.
En Kinshasa, una ciudad de 12 millones de habitantes en la República Democrática del Congo, el 90% de la población vive en infraviviendas, sin los servicios más básicos: no hay agua, no hay electricidad, no hay recogida de basuras, cocina con fuego en la calle, etc… Pero Enrique encontró muchas ganas de vivir.
Como reconoce a Aleteia, “cuesta imaginarse la vida de muchos niños entre basuras o en mercados insalubres junto a sus madres, y que no han conocido otra cosa en sus 3, 5 o7 años”.
Primero él, luego fue sumando voluntarios que ayudan en el Hospital de Monkole y en algunos orfanatos de la ciudad. Jóvenes que dedican su tiempo libre al voluntariado, pero también médicos y enfermeros que ponen sus conocimientos al servicio de la causa. Y la ayuda para recaudar fondos que hagan posible algunas operaciones.
Tras dos años de paréntesis por la pandemia, Enrique y algunos voluntarios (dos estudiantes de Medicina, dos de fisioterapia y uno de enfermería) han vuelto a Monkole. Una larga espera sabiendo cómo necesitan cualquier ayuda, por pequeña que sea.
“En una visita a un orfanato comentamos a una mamá que en Monkole podíamos curar a niños con raquitismo; en nuestra siguiente visita al orfanato vinieron a vernos 4 familias con sus hijos que tenían esa dificultad en sus piernas, debido principalmente a la situación de pobreza en la que viven que conlleva una alimentación muy deficiente”.
Sólo 300 dólares cambian la vida de sus hijos. Con ese dinero se puede afrontar la operación, pero para ellos es imposible. En el mejor de los casos, quienes trabajan ganan año 500 dólares para toda una familia.
Por eso, la Fundación recauda fondos y consigue llevar a cabo esas operaciones en el hospital de la ciudad. El año pasado ya han curado a un buen grupo de niños, y este verano han visto a los que van a ser curados próximamente. “Las madres no dejan de agradecernos por la ayuda a sus hijos”, dice Enrique.
Una de las jóvenes que han conocido este verano ha sido Priscila, de 16 años. Su sueño era ir a la Universidad. Pero una enfermedad genética (drepanocitosis) le había afectado severamente a la cadera.
Gracias a la Fundación y al Hospital de Monkole, la operaron y se le implantó una prótesis de cabeza de fémur. Enrique, satisfecho, reconoce que “gracias a esa operación puede andar normalmente y ha vuelto a la escuela”.
Y vuelve a estudiar con su sueño renovado, con la sonrisa de oreja a oreja y también su madre, que se deshacía en agradecimientos cuando fueron a visitarla.
La Fundación ha impulsado también el proyecto Forfait Mamá, para madres sin recursos. “Si no hubiera sido por este proyecto, muchas habrían acabado teniendo a su hijo en su propia casa, sin acceso a ecografías ni a atención médica especializada. Por esto es tan grande en la RD del Congo la mortalidad materna y la mortalidad infantil” –nos explica Enrique-. Lo cuenta como es él, con humildad.
Su proyecto salva vidas, devuelve ganas de vivir y crea esperanza. Con muy poco hacen mucho. Por eso, durante el resto del año, Enrique y quienes le acompañan en esta generosa aventura, ponen todo su empeño y su ilusión en conseguir los fondos con los que devolver la sonrisa a sus amigos de Monkole, los más necesitados.