Oriundo de Londres, ciudad en la que nació y murió, ingresó en la icónica agrupación (la más longeva de la historia del rock) en 1963 y permaneció en ella hasta su último día. Además de estar a cargo de la batería, Watts también colaboró como diseñador de las portadas de los primeros álbumes, pues era artista gráfico.
Su mayor pasión musical, sin embargo, no era el rock sino el jazz. Su deseo de tocar la batería se manifestó precisamente escuchando discos de Charlie Parker, Thelonious Monk, Johnny Dodge, Gerry Mulligan (cuyo baterista Chico Hamilton fue especialmente inspirador para Watts). Además de la discografía de los Rolling, en el historial de Watts contamos al menos once álbumes de proyectos alternativos.
Bateria disimulado pero indispensable
Como baterista, si bien a primera vista parece no destacarse especialmente, se ha ganado un merecido reconocimiento. No sólo porque fue la sólida base rítmica de tamaña banda de rock, sino porque supo lograr una amalgama entre el jazz, el blues, el R&B que, hoy por hoy, nos resulta harto conocida a todos, pero en la que él fue pionero. Su modo de interpretar no llama la atención, hasta que uno se detiene a analizarlo en detalle, y ahí descubre que sin Watts los Rolling no serían lo que son.
Entre sus particularidades interpretativas merece mención el hecho de golpear el tambor con independencia del hi-hat, detalle sencillo si se quiere, pero a la vez sello personalísimo. “Charlie Watts no era una prima donna; más bien, un trabajador concienzudo. Dado que estaba oculto en el escenario, es instructivo observarlo en acción: serio, concentrado, contundente…” analiza el crítico Diego Manrique.
En 2016, ocupó el puesto 12 en la lista de los 100 mejores bateristas de todos los tiempos de la revista Rolling Stone y el crítico Robert Christgau incluso llegó a sentenciar que Watts es “el mejor baterista de rock”.
En los 80 hizo manifiesto su agotamiento por las giras, pero eso no le impidió mantenerse fiel a la banda y ser su noble soporte rítmico.
Bajo perfil, mesura y firmeza
En cuanto a su vida privada Watts, al igual que en el escenario, se destacó por la tranquilidad, la mesura y el bajo perfil, muy lejano a la extravagancia de sus compañeros Mick Jagger y Keith Richards. Sobrellevó su lucha contra las adicciones y también contra un cáncer de garganta en el 2004 alejado de las luminarias y la prensa. Sin embargo no se trataba de una persona pusilánime. Así lo demuestra la anécdota que Richards cuenta en su autobiografía. Corría el año 1984 y tras una noche de fiesta Jagger, en su habitación de hotel, llamaba por Watts preguntando insistentemente “¿Dónde está mi baterista?”. Al enterarse, Charlie se tomó su tiempo para afeitarse, vestirse y perfumarse, bajó a la habitación de Jagger y cuando éste abrió la puerta le propinó un puñetazo en la cara. “No soy "tu baterista". Tú eres mi maldito cantante.”
Todas las celebridades del rock lamentaron su partida. “Dios bendiga a Charlie Watts, te vamos a extrañar, hombre. Paz y amor para la familia.” escribió el baterista de The Beatles, Ringo Starr. Por su parte, Sir Elton John, se expresó de la siguiente manera: “Un día muy triste. Charlie Watts fue el baterista definitivo. El más elegante de los hombres y una compañía tan brillante.”
Charlie y Shirley, una historia de fidelidad
Charlie Watts no sólo fue fiel a los Rolling Stones y al jazz, sino especialmente a su esposa Shirley Ann Shepherd, con quien se conoció en los 60, antes de que él llegara a ser famoso. Se casaron en 1964 y tuvieron una hija, Seraphine (1968), que a su vez los hizo abuelos con Charlotte. Shirley fue su compañera de ruta y su amor de toda la vida, dando ambos un fuerte testimonio de salud matrimonial y mutuo acompañamiento. Cuando en una entrevista del 2018 se le consultó a Watts cómo hizo para mantener una relación sólida, estable y duradera, puesto que esto no es tan frecuente en las estrellas de rock, respondió simplemente: “Porque no soy realmente una estrella de rock. No tengo las trampas de todo eso.”
No obstante, como puede suponerse, esta fidelidad no dejó de ser puesta a prueba. Especialmente conocida es la anécdota de 1972. Durante una gira por Estados Unidos los músicos fueron invitados a hospedarse en la Mansión Playboy de Hugh Hefner. Más de uno sucumbió a los encantos de las conejitas. Sin embargo, Watts decidió no caer en tentación y se quedó en la sala de juegos de la mansión, mientras sus compañeros se divertían en la fiesta, y así pasó toda la noche, jugando y alejado de los problemas.
“Es una mujer con mucho carácter y una gran compañera; cada vez que vuelvo cansado de una gira y me cuestiono si voy a seguir tocando o no, al poco tiempo, Shirley me pregunta: '¿Cuándo volvés a trabajar?'”, contó el músico. Su familia fue un verdadero refugio que él mismo protegió eludiendo toda innecesaria exposición y que a su vez lo protegió a él.
De todas maneras, las cosas no fueron siempre sencillas. El mismo Watts admitió que en una época estuvo cerca de perder a su esposa. Durante la década de los 80, cayó en las drogas y en el alcohol, provocando la distancia en su relación. “Creo que fue una crisis de mediana edad. Lo único que sé es que me convertí en una persona completamente diferente en 1983 y salí de eso en 1986. Casi perdí a mi esposa y todo lo demás por mi comportamiento”, confesó. Tras la recuperación explicó que fueron el amor de Shirley Ann y el temor a perderla a ella y a su hija Seraphine lo que había logrado hacerlo recapacitar y desintoxicarse.
Charlie Watts y Shirley vivieron en Dolton, una aldea rural donde tenían una granja dedicada a caballos árabes. Estuvieron casados durante 57 años y ella, desde luego, lo acompañó en sus últimos días.