La región italiana de Apulia ha dado uno de los santos exorcistas más conocidos de la historia reciente: Padre Pío. Sin embargo, en el siglo XVI, dejó huella otro sacerdote, capuchino y exorcista también: el padre Matteo d’Agnone. A lo largo de toda su vida, habría exorcizado en nombre del Señor a más de 650 desdichados atormentados en diverso grado por las malicias del demonio.
Prospero Lolli nació el 30 de noviembre de 1563. Siendo aún adolescente, se vio implicado en un accidente que provocó la muerte de uno de sus amigos. Aterrorizado, el futuro padre Matteo huyó para refugiarse en Nápoles y, allí, siguió una formación filosófica y médica.
Luego, decidió asumir el hábito franciscano y convertirse en sacerdote, comprometiéndose en la Orden de los hermanos menores capuchinos. Esta rama de la Orden de san Francisco de Asís solamente existía desde hacía treinta años. Allí recibió el nombre de Matteo, cuya etimología significa “don de Dios”.
Cierto tiempo antes de su ordenación en 1587, su carisma de exorcista ya salió a relucir. Mientras otros sacerdotes realizaban un exorcismo sobre una mujer poseída, el demonio que la apresaba fue repelido por la presencia de Matteo, quien, en efecto, cultivaba una hermosa gracia de humildad que hizo huir al espíritu maligno.
Tras ordenarse en Bolonia, el padre Matteo fue enviado a la provincia de Foggia, donde ejerció con fe su servicio de sacerdote. Fue un predicador que llevó la Buena Nueva a todos y un poderoso taumaturgo. El sacerdote se distinguió también por su devoción hacia la Virgen María. Defendió incluso su Asunción varios siglos antes de la proclamación de este dogma por el papa Pío XII.
A lo largo de toda su vida, el padre Matteo cargó con la cruz de la enfermedad sin dejar nunca de dar gracias a Dios y de ofrecer sus penas por la salvación de las almas. Finalmente, murió el 16 de octubre de 1616.
Reconocido Siervo de Dios, su causa de beatificación sigue en estudio. Sin embargo, aquellos que lo invoquen pueden contar ya con su poderosa intercesión en la lucha contra el mal. En su libro Mon Expérience d’exorciste (“mi experiencia como exorcista”), el sacerdote capuchino Cipriano de Meo, vicepostulador de la causa de canonización del padre Matteo, cuenta cómo le apoyaron la intercesión del padre Matteo y de Padre Pío.
Según el Catecismo, se habla de exorcismo “cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno”.
En su forma simple, el exorcismo se practica en cada bautismo para pedir a Dios que arranque definitivamente al futuro bautizado del “poder de las tinieblas a través de la pasión de su Hijo y su resurrección”.
El don de la gracia, la respuesta de Dios a esta oración, sostiene al bautizado toda su vida. En efecto, el bautizado deberá tomar parte durante el resto de sus días en el combate contra el mal, contra las “mentiras” del mal y “resistirse a Satán”. Fortalecido por el Espíritu Santo, el cristiano se convierte en vencedor del Adversario, como Cristo, su salvador.
El Catecismo distingue entre exorcismo y exorcismo solemne. Este último, también llamado “el gran exorcismo”, solo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo.