Durante gran parte de la historia de la Iglesia, muchas de las oraciones del sacerdote en la Misa eran inaudibles para la congregación. Esto no era simplemente porque no tuvieran micrófonos, o porque el sacerdote oraba ad orientem, mirando en la misma dirección que la congregación. Era el estilo de la liturgia, y recientemente todavía se podía experimentar la Misa de esta manera asistiendo a la Forma Extraordinaria.
Incluso hoy, sin embargo, en la Misa postconciliar, durante la cual el sacerdote generalmente se encuentra frente a la gente y muchas partes de la liturgia se rezan de manera receptiva o colectiva, todavía hay algunas oraciones del sacerdote que los que están fuera del presbiterio tal vez no puedan escuchar.
¿Por qué es eso? El P. Edward McNamara explica:
"En la forma ordinaria del rito romano, esta recitación tranquila se reserva principalmente para las oraciones personales del sacerdote".
A veces estas oraciones se denominan "disculpas sacerdotales". "No son oraciones en las que el celebrante se excuse de ser sacerdote, sino en las que reconoce su indignidad intrínseca e implora la ayuda divina para celebrar dignamente los sagrados misterios".
El momento del ofertorio
Un ejemplo de oraciones pronunciadas en "voz baja" se da durante el ofertorio, cuando el sacerdote ofrece a Dios el pan y el vino. Las rúbricas, o instrucciones, del Misal Romano dicen:
El sacerdote, de pie en el altar, toma la patena con el pan y la sostiene ligeramente levantada sobre el altar con ambas manos, diciendo en voz baja:
"Bendito seas, Señor, Dios del universo,
por este pan,
fruto de la tierra y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos;
él será para nosotros pan de vida".
También reza una bendición del vino. En este caso, el sacerdote actúa como intercesor del pueblo, ofreciendo los dones de la congregación a Dios y suplicando su bendición sobre el Santo Sacrificio.
En la Misa dominical, generalmente no escuchamos estas oraciones porque estamos cantando el himno del ofertorio. Sin embargo, en la Misa diaria, la congregación puede escuchar las palabras suaves del sacerdote y responde a cada oración de bendición con el estribillo:
"Bendito seas por siempre, Señor".
"Limpia mi pecado"
Un ejemplo de las oraciones personales del sacerdote viene después del ofertorio, cuando va a lavarse las manos. El Misal dice que el sacerdote, inclinado profundamente, dice en secreto:
"Acepta Señor, nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde;
que este sea hoy nuestro sacrificio
y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro".
De pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto:
Lava del todo mi delito, Señor,
limpia mi pecado (Salmo 51,2)
Es obvio por qué estas oraciones se rezan en silencio, ya que solo se refieren al sacerdote y su relación con Dios.
Estas oraciones son solo algunos ejemplos de ocasiones en las que el sacerdote recibe instrucciones de orar en "voz baja" o "en secreto", dirigiendo sus oraciones a Dios en nombre del pueblo.
La importancia del silencio
El cardenal Robert Sarah hizo un comentario sobre este aspecto de la liturgia del que se hizo eco el Catholic Herald:
"La oración silenciosa de las plegarias del ofertorio y del canon romano podrían ser prácticas que podrían enriquecer el rito moderno de hoy. En nuestro mundo tan lleno de palabras y más palabras, más silencio es lo que se necesita, incluso en la liturgia".
El silencio es una parte clave de la Misa, algo que dice específicamente el Misal Romano:
"También son apropiados breves períodos de silencio, acomodados a la congregación reunida; por medio de ellos, bajo la acción del Espíritu Santo, la Palabra de Dios puede ser captada por el corazón y se puede preparar una respuesta a través de la oración. Puede ser apropiado observar esos períodos de silencio".
Similar a como Elías escuchó a Dios no en el viento, terremoto o fuego, sino en el "silbido de un aire suave", a veces necesitamos hacer una pausa por un segundo y escuchar el silencio en lugar de las oraciones que dice el sacerdote.
Dios puede estar tratando de hablarnos, y simplemente necesitamos abrir el corazón para escuchar sus palabras.