Lionel Messi dejó el Barcelona y ya es jugador del PSG francés. La noticia del año presenta múltiples abordajes, algunos que en la propia discusión pública con los sesgos del fanatismo deportivo, o incluso el sensacionalismo mediático sediento del click y el rating, se encaran con notoria visceralidad. Pero detrás de las fotos, una familia.
Lionel Andrés Messi es un deportista nacido en la ciudad de Rosario. Desde los 13 años vivió en la ciudad de Barcelona proyectándose como talento futbolístico del club más importante de esa ciudad. Consiguió con el Barça todos los títulos y logros internacionales que tuvo a su alcance para ser considerado por su talento y sutil combinación de potencia y elegancia con el balón en el podio de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Y en todo ese camino, formó una familia.
Lionel Messi formó pareja y se casó con Antonella, oriunda de Rosario, como se dice coloquialmente, “su novia de toda la vida”. Primero llegó Thiago, hoy de 8 años. Luego Mateo, hoy de 5. Y finalmente Ciro, de 3. Criados en Barcelona, jamás los ocultó de la vida pública, aunque tampoco los expuso por demás. Ante la obvia y frecuente pregunta de si heredarán la profesión del papá, Lionel siempre aclara que su único anhelo es que sean felices.
La familia Messi cambió de hogar tras el regreso de las vacaciones. Si lo que el periodismo especializado relata es cierto, no era lo previsto. Como ocurre con muchas otras familias y los cambios laborales, la decisión se tomó casi de improviso, tras la imposibilidad, según alega el Barcelona, de incluirlo en su plantilla por su alto salario. Aún rebajándolo al máximo posible –las normas del fair play impiden rebajas de más del 50%-, no podría ser incluido en el plantel.
Por motivos obvios, ofertas laborales no le faltarían, ni tampoco recursos para la subsistencia. Pero Messi estaba angustiado. Según la prensa, uno de los factores más dolorosos para el matrimonio Messi al decidir la mudanza ha tenido que ser el enfrentar la separación de sus hijos de sus grupos de amigos, del colegio.
Messi lloró en la conferencia de prensa en la que se despidió del club. Sus lágrimas fueron las más reales que jamás se le hayan visto. En otra circunstancia, mucho más drástica, también vimos recientemente las lágrimas de Michael Jordan, otro astro de esos que uno no cree capaz de conocer el dolor, cuando despidió a su amigo Kobe Bryant.
Las lágrimas de Messi fueron distintas, pero igualmente reales. Había construido su familia en un hogar al que llegó de niño, y aquel en el que había visto nacer y comenzado a criar a los suyos. A ellos, como a él, también les tocaría cambiar de ciudad de niños. Con la posibilidad económica de volver a Barcelona cuantas veces quiera, pero aun así un cambio.
En las lágrimas, su mujer Antonella le alcanzó un pañuelo, lo consoló con la mirada, lo aplaudió de pie. Sus tres hijos lo acompañaban en primera fila, apoyando a papá. El mismo que los había llamado desde el Maracaná un mes atrás para mostrarles la medalla que le habían dado por ganar la Copa América. Y con papá se subieron al avión rumbo a Francia, y con papá conocieron el césped del estadio del PSG.
A las pocas horas las lágrimas de Messi parecen cosa del pasado. Es que lo más importante que supo conseguir en Barcelona no quedó en Barcelona. Viajó con él a París.