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Durante un par de años, y especialmente en los turbulentos meses pasados, el pueblo de Nicaragua decidió lanzarse a las calles. A eso llevan los regímenes dictatoriales -especialmente de izquierda pues la historia es pródiga en testimonios que prueban lo difícil que es salir de ellos- cuando la desesperación de la gente no encuentra cauce de salida.
Así ocurrió tiempo atrás en Venezuela y recientemente en Cuba. Ello, mientras hay juego y capacidad de respuesta. Por mucho tiempo no lo hubo en Cuba, tampoco en la Rusia comunista y sus satélites. Hoy, corre el riesgo de cerrarse en Venezuela.
La lucha de calle, en Nicaragua, es un arte que la sociedad está comenzando a descubrir. Pero los sandinistas son y siempre han sido los expertos en ello. Muchas veces ensayaron antes de encontrar el camino correcto para cumplir el objetivo de expulsar a Somoza. Saben cómo reprimir al que, una vez en el poder, intente emular esa lucha para desplazarlos de allí. Pero Ortega tiene un problema: hoy, en la calle, también están los sandinistas, esos que saben dar la pelea, no se reconocen en un régimen como el suyo y quieren verlo fuera de palacio. Y esa es la peor complicación para el mandante nicaragüense. También para todo el país, que se ha adentrado en una situación sumamente compleja y siempre explosiva. Las aguas parecieran haberse aplacado entre los nicas. Pero está lejos de ser así.
Y hay que mirar un poco hacia atrás para comprender qué pasa en Nicaragua.
Un consumado analista político y profesor universitario, Ricardo Ríos, quien conoce muy bien Nicaragua, al sandinismo por dentro y se mantiene al tanto de cualquier movimiento en el país centroamericano, explica para Aleteia:
“Lo que ha hecho Daniel Ortega es una conversión hacia el mal que yo jamás imaginé posible. Es verdad siempre fue muy inclinado al populismo y a las conductas de tiranuelo folklórico y esos fenómenos que a veces vemos en América Latina, bailaba la Lambada en las campañas electorales y ese tipo de cosas; pero no sabíamos lo que se escondía detrás de ese matrimonio. A decir verdad, ambos fueron grandes enemigos de la Iglesia, tanto él como su esposa. Pero la Iglesia Católica es poderosa, influyente y omnipresente en Nicaragua. Un buen día, se casaron por la Iglesia y suspendieron su concubinato, durante el cual a la mujer le decían la compañera Rosario justamente para subrayar que no era casada. Pero optaron por legitimar su unión ante la Iglesia. Los casó el propio cardenal Obando y Bravo, entró al gobierno con ellos y fue, paradójicamente, el que más fuertemente los combatiría posteriormente y sería enfrentado desde el gobierno”.
Daniel Ortega tomaría otra terrible decisión. En lugar de aliarse con la oposición democrática liderada por Arturo Cruz se alió con el jefe de la Contra armada, quien fuera el jefe militar contra Ortega, con el cual hizo un pacto marcado por las malas conductas de los hijos de ambos en función de tapar sus delitos y excesos.
Hicieron tablas y cambiaron la Constitución lo cual facilitó a Daniel Ortega co-gobernar junto a la Contra. Ellos se habían enfrentado a Ortega en 1985 llamando a la abstención y ahora estaban juntos como un mal matrimonio reconciliado por intereses. En América Latina, todo lo que parece imposible se puede ver. Y eso ocurrió a los nicaragüenses cuando vieron al sandinismo y la Contra muy bien entendidos. Se pierde la capacidad de asombro.
Esa pérdida de fronteras de Daniel Ortega, el concepto pragmático del poder, estar dispuesto a mantener el poder pase lo que pase, le fue desarrollando un atractivo por la odiosa concentración de capacidad de decisión. Tenía dinero y mucho, de la industria, el que le llegaba de Venezuela de parte de Chávez, el ejército y las bandas armadas que recordaban las que tenía Papa Doc en Haití a su servicio, conocidas como los Tonton Macoutes. En Nicaragua –también en Venezuela- eran conocidas como las turbas, entrenadas para golpear a la población con la misión de disolver cualquier manifestación anti gobierno.
El orteguismo se deslindó de tal manera de los sandinistas ordinarios que más de la mitad están en el exilio. La estructura de gobierno del sandinismo eran 9 comandantes pero quienes en realidad ejercían el mando eran los integrantes de la llamada Asamblea Sandinista, los líderes de la guerra, los comandantes guerrilleros con rango político, no militar. “El 80% de ellos están hoy contra Daniel Ortega –asegura Ríos- es decir, los que tumbaron a Somosa no están hoy con Ortega”.
¿Qué mantiene a Daniel Ortega en el poder? Contesta Ríos: “Armas, dinero, el apoyo cubano-venezolano pero, sobre todo, la represión. Allí no hay forma de montar ninguna estructura organizativa. Recuérdese que, alrededor de las luchas civiles escenificadas en 2018 y 2019, muy grandes, fuertes, con mucha movilización de calle, participó gente muy simbólica, algunos ya fallecidos, como Ernesto y Fernando Cardenal y Dora María Téllez a los que hay que mencionar pues son símbolos del sandinismo. Todos ellos, unidos a quienes siempre enfrentaron al sandinismo como los hijos de la señora Chamorro. Uno de ellos, Carlos Chamorro, está hoy fuera del país de donde tuvo que huir pues tenía un programa en una emisora pequeña y acabaron todo a pedradas, corriendo él mismo grave riesgo para su vida”.
Todo ello lo aprendieron de Venezuela, a dividir y reprimir. De eso vive hoy el régimen de Maduro y está pasando exactamente lo mismo en Nicaragua. La mitad del Frente Sandinista originario está preso. Sin el menor pudor el régimen orteguista va encarcelando a todo el que aspire a competir electoralmente contra el jefe del poder. “Él no puede permitir elecciones limpias pues sabe que pierde con cualquier cosa que se amalgame –asegura Ríos-. Sabe también que hay mucha gente que está perfectamente organizada para participar en las elecciones, con testigos electorales en cada una de las mesas. Eso sería mortal para Ortega y quebrará todas esas alternativas”.
De ello resulta que estamos ante un proceso electoral lleno de personas clandestinas. Ello va, indefectiblemente, rumbo a una elección fraudulenta. La oposición nicaragüense tomó una decisión táctica: no se llama oposición sino alternativa democrática, lo que le ha permitido nuclear tanta gente que se ha convertido en un peligro real para Ortega. Por otra parte, esa denominación expresa la determinación de convertirse en gobierno y dejar de ser, simplemente, oposición.
Ortega tiene un solo camino y parece decidido a transitarlo: montar una estructura más férreamente dictatorial y ofrecer lo que hacía muy bien Somoza, aquél al que tanto combatió: ofrecer las tres “p”, puesto, plata y palo. En otras palabras, si no te conformas con un puesto, te doy dinero y si eso no te basta, te caigo a palos. Eso está haciendo. Sus enemigos montan estructuras electorales cada vez más sólidas y por eso los saca del juego a punta de arrestos.
Allí no parece posible un hecho como el de Haití. Dice: “Algo que reconozco del equipo de Ortega es que tienen alta capacidad conspirativa contra los golpes de ese tipo. Nadie está blindado. Pero ellos prevén eso minuto a minuto monitoreando todo aquello que pueda actuar en contra. La casa de Daniel Ortega tiene tres círculos de protección. El más exterior no se puede mirar ni con catalejos; otro fuertemente armado y en el medio vive él”.
Casi toda la izquierda nicaragüense era católica. Recuerda Ricardo Ríos: “Una parte del gabinete de Daniel Ortega se reunía cerca de una casita en una de cuyas habitaciones yo solía vivir. Y se reunían a rezar el rosario. Estamos hablando del año 84. Así que en medio de la guerra, con todos los pleitos, rezaban el rosario juntos cada domingo, los ministros del gabinete que eran muy religiosos. Había siempre una camioneta afuera con guardias para que no los fueran a interrumpir. Lo que quiero significar es que el asunto es profundo”.
Una de las cosas que más irritaba a Somoza con Ernesto Cardenal era que de su isla salían guerrilleros a combatirlo. Cuándo invadía la isla, Cardenal se quejaba: “Me estás matando a los poetas” y la seguridad de Somoza replicaba: “¡Mira tus poetas con ametralladoras!”.
Ortega recula cuando la Iglesia casi lo saca del poder. Juan Pablo II fue el líder que enfrentó a los sandinistas, se convirtió en el vocero de la oposición cuando lo visitó en Nicaragua. La Iglesia Católica le fue restando influencia política en los años 80.
La esposa de Ortega juega un nefasto papel que describe Ernesto Cardenal en sus memorias que abarcan mil y pico de tomos: unos son buenos un rato y malos otro; pero la única que es uniformemente mala es Rosario Murillo, lo cual explica en tan sólo página y media, dejando a la imaginación las razones que no expone. “Pero dejó claro que era malvada –subraya Ríos. Hay que decir que ella se dedicó, apenas llegó al Ministerio de Cultura, a destruir todo el trabajo que hizo Cardenal. Fue su oficio. Lo persiguió con saña y sistemáticamente durante el año 1986, al punto de que Ernesto tuvo que emigrar”.
Hoy la Iglesia desempeña el mismo rol que jugó la Vicaría de Derechos Humanos contra Pinochet. Es el único refugio contra la represión en Nicaragua. A diferencia de la chilena, la Iglesia nicaragüense es de base. “Allí había curas de todos los colores, sandinistas y antisandinistas -explica Ríos-. Y cuando un cura de esos predica una homilía el pueblo aplaude. Y eso no es usual en otros países, pero en Nicaragua aplauden emocionados y gritan ¡Viva Cristo Rey!”.
En el conflicto con la Iglesia el Frente Sandinista intentó, de manera totalitaria, imponer la bandera negra y roja del sandinismo, a lo que la Iglesia Católica respondió sacando la bandera amarilla y blanca del Vaticano. Ella es una reserva del pueblo contra el régimen. El líder de la comunidad, si hay una iglesia en el lugar, es el cura.
El régimen los tiene en la mira. Ya Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, tuvo que ser sacado del país por estar su vida en serio riesgo. “Es que los matan, sin la menor contemplación. Pero la influencia de la Iglesia Católica entre el pueblo de Nicaragua es impresionante”, dice Ríos convencido.
En junio pasado, los obispos nicaraguenses emitieron una pastoral –en momentos cuando arrecia la violación de derechos humanos por parte de la dictadura orteguista contra la oposición política y la prensa- donde claramente advierten al régimen de Ortega: “Hay que evitar que en nuestra patria se institucionalice la restricción arbitraria e ilegal de libertades ciudadanas y la persecución de opositores y medios de comunicación”.
Fue un fuerte mensaje pastoral en el que volvieron a recalcar al régimen de Ortega y Murillo la necesidad de realizar elecciones generales libres, democráticas y observadas en noviembre como una vía pacífica para terminar con la grave crisis sociopolítica que padece el país desde abril del 2018.
Nicaragua es un conflicto entre dos sociedades terratenientes y viene de tiempos inmemoriales. Granada –para algunos historiadores la primera ciudad del continente- una lugar de tradición, de abolengo; y León, un un enclave nuevo, pujante, industrial, emprendedor. Se llamaban “timbucos” y “calandracas”, en forma despectiva, así como a los sandinistas se les decía piricuacos. Uno no sabe bien qué significan esas palabras, probablemente vienen de lenguas indígenas. Pero, entre ambas ciudades se mataban y los conflictos eran continuos.
Para acabar con ello y llamar a elecciones, crearon una ciudad promedio, equidistante en número igual de kilómetros tanto de Granada como de León. Esa ciudad fue Managua, hoy la capital que se ubica entre dos cauces y como toda ciudad se crea en verano, al llegar las lluvias ambos cauces aíslan a la ciudad. Solución salomónica. Todo el mundo supo que se mandaba desde Managua. Entre ambas ciudades y ambos pueblos, el factor coincidente era la religión católica, el factor unificador.
“La familia Cardenal –cuenta- era de Granada y allí el que no era cura iba camino de serlo… o monja. En León, la gente también era muy religiosa, a pesar de que estaban los liberales allá, la gente era profundamente religiosa. Rubén Darío destacó sobre Nicaragua: son los “cachorros de León que creen en Dios y le rezan a Jesucristo”, cita Ríos.
Sandino era espiritista y la gente decía que practicaba “religiones raras” pero la esposa no podía ser más católica, de velo y toquilla, ni más ni menos.
Muchos piensan que las situaciones de tensión, tarde o temprano, harán el país ingobernable. Pero se puede gobernar como en Cuba, donde llevan 62 años y hasta la tensión había desaparecido convertida en un perenne lamento; o como en Venezuela donde más del 85% de la población, no sólo no está con el gobierno y no lo quiere, sino que repudian a Maduro. El rechazo es muy fuerte, pero el terror de Estado hace su trabajo. “Por ello –puntualiza Ríos- tengo mucho miedo de que la opción que le queda al orteguismo es la represión. Muy lamentable pues no se trata de que ahora no estén reprimiendo –que lo están- sino que puede sobrevenir un estadio mucho más agudo de represión contra la población. El futuro es la profundización de la represión”.
Como referencia, los sectores que estuvieron en la Contra, ya personas muy mayores, han escrito y coinciden en que en estos momentos no hay capacidad operativa ni financiera como para reproducir una guerrilla semejante a la que ellos protagonizaron. Las opciones deben ser políticas y electorales. En ese sentido, están tratando de armar todas las alianzas político-electorales posibles para ganar al orteguismo.
La ventaja aparente es que hay alcaldes y diputados regionales que tratan de ganar o salvar una estructura sobre la cual sostenerse.
“Si bien los resortes institucionales los controla Ortega –termina- hay viabilidad política pues se organizan alrededor de algo que los une a todos. Eso es muy importante. Distinto ocurre en Venezuela, cuya oposición no tiene punto de apoyo porque no hay nada que los una, en nada. Están divididos hasta sobre aquello que los divide. Un caos. En el caso de Cuba, la disidencia no tiene la experiencia política de Nicaragua. La oposición nicaragüense fue dos veces poder, con Violeta Chamorro y con Miguel Angel Bolaños, por cierto un hombre bastante honesto; también estuvo en la oposición organizada y sabe lo que es eso. En Nicaragua los une la posibilidad de sacar a Ortega. Y hacia allá van”.